Los caminos de Dios.
¿Por qué caminos viene Dios a la historia? ¿Por qué caminos voy a encontrar yo concretamente a ese Dios que viene a salvar? ¿Por qué caminos El Salvador, en esta encrucijada, en este callejón sin salida, va a encontrar la salvación en ese Dios? ¿O es que se van a reír de nosotros, como se reían de los cristianos a los que escribió San Pedro? ¡No, hermanos! No es ilusión. Dios viene y sus caminos son bien cercanos a nosotros. Dios salva en la historia, en la vida de cada hombre, que es su propia historia. Allí sale Dios al encuentro. Qué satisfacción saber que no hay que irlo a buscar al desierto, no hay que irlo a buscar a tal punto del mundo. Allí están los caminos de Dios, son los caminos de la historia, son los caminos concretos de nuestra vida nacional, familiar, privada.” (homilía del 7 de diciembre de 1978)
En la introducción al capítulo «Dios» del libro El Evangelio de Monseñor Romero, Miguel Cavada y Jon Sobrino escriben: «Comenzar con Dios es lo más difícil para la mayoría de nosotros, pero fue lo más sencillo para monseñor Romero. Siempre lo llevó en su corazón y siempre trató de comunicarlo a los demás. Para monseñor Romero, Dios fue la realidad más central de su vida. A lo largo de su vida, ese Dios fue adquiriendo nuevos rostros. En los tres últimos años de su vida, se trataba claramente del Dios que ama y defiende al pobre y, por amarlo, exigió a monseñor Romero la entrega total de su vida».
Así es también para nosotros. El rostro en que reconocemos a Dios y el rostro desde donde Dios quiere comunicarse define la exigencia del testimonio creyente. Monseñor Romero nos lo recuerda hoy. «Dios salva en la historia, en la vida de cada hombre, que es su propia historia. Allí sale Dios al encuentro». Lo primero que aprendemos de esto es que la salvación no es algo que ocurrirá después de la historia, después de esta vida. Algunos recordarán que antes se oían predicaciones como: «No importa ser pobre hoy, ya que en la otra vida (que es eterna) estarán en el banquete de Dios». «Felices los pobres» era un mensaje de consuelo para después de la muerte. Monseñor Romero nos dice ahora que «Dios salva en la historia», no después. Por tanto, nuestra gran preocupación no debe ser qué será de nosotros después de morir. Creo que nos basta con recordar las palabras del padre Pedro Declercq unos días antes de morir (+2015): «No muero, entro en la vida».
«Allí están los caminos de Dios, son los caminos de la historia, son los caminos concretos de nuestra vida nacional, familiar, privada”.
Los caminos concretos de nuestra vida nacional. Recordemos los tiempos difíciles de opresión, guerras y pandemia del COVID-19, cuando la vida se paralizó. En cada pueblo se están viviendo procesos históricos propios de avances y retrocesos en cuanto a los derechos humanos, la vivencia y la participación democrática. Ya han pasado los tiempos históricos de luchas y esperanzas de liberación en todo el continente latinoamericano. Los líderes políticos prometían el cielo en la tierra. Hemos visto ejemplos de liberadores que se han convertido en opresores de sus propios pueblos. En la mayoría de los países latinoamericanos no se ha logrado combatir la pobreza porque las estructuras económicas siguen generando riqueza y lujos para unos pocos. En cada proceso electoral se prometen cambios y bienestar para la población, pero no se transforman ni se revolucionan las estructuras económicas. Los partidos políticos vienen y van. La corrupción florece. Los pueblos sufren. Seguimos siendo víctimas del mercado capitalista y de las leyes impuestas por quienes tienen más poder (como ahora Trump, que impone impuestos altos a las importaciones). En realidad, en nuestros países, los consorcios financieros y las empresas hacen «su agosto[1]» durante todo el año. De ahí la pregunta: ¿cómo y dónde reconocemos el rostro del Dios de Jesús en esta realidad? Creo que habrá que buscar la respuesta en aquellas experiencias en las que hay hombres y mujeres que son «salvación» para los demás, que ayudan a cargar con la cruz de los demás, que no se desesperan en medio de la tormenta, que son capaces de provocar esperanza y que mantienen abierto el horizonte de vida.
En los caminos concretos de nuestra vida familiar y privada. Dios nos sale al encuentro, se revela y aparece en los caminos de nuestra vida. En realidad, a Dios solo lo vemos de espaldas, es decir, cuando ya ha pasado. ¿No ardía nuestro corazón cuando hablábamos, cuando compartíamos, cuando llorábamos, cuando celebrábamos la fiesta o cuando orábamos en silencio o en familia? No hay que ir a buscarlo lejos, ni en los templos (el templo no es la casa del Señor, sino la casa de la comunidad), sino en los caminos de la vida. Donde caminamos a veces cansados, con los pies doloridos, sudando... ahí Dios se nos acerca. En el encuentro con los demás, especialmente con las familias más pobres y con más sufrimiento que las nuestras, Dios nos habla. Dios no se impone. No nos obliga a verlo ni a escucharlo; simplemente está presente, fiel y sin reservas, en todo nuestro camino personal y familiar. A muchos nos cuesta escucharlo porque no hay suficiente silencio en nuestro interior para que la voz de Dios resuene a partir de las palabras de otras personas, de los acontecimientos históricos y de los caminos personales. Muchos han dejado de buscar a Dios y prefieren servir a los dioses de bolsillo. Otros buscan a Dios por caminos donde no está.
Monseñor Romero nos invita a dejarnos guiar por los caminos de Dios, por la brújula divina que para nosotros y nosotras es la vida de Jesús. Dios camina con nosotros, incluso en las etapas oscuras. Confiemos y escuchémosle.
Cita 8 del capítulo I (Dios ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”
[1] “Hacer su agosto”: un modismo popular en El Salvador. Se refiere al período de buenas ganancias (extraordinarias) en las ventas, en los negocios. Parece que nació a partir de los buenos resultados en los negocios en el mes de agosto, mes de las fiestas patronales de San Salvador y de El Salvador.