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"Como dijo Jesús, hay más alegría en dar que en recibir"
Al escribir esta carta con motivo de la fiesta de San José, Patrón del Seminario, no puedo dejar de pensar en el sacerdote que siempre queremos ser, tanto en nuestro periodo de formación, como cuando pasan los días y los años en el ejercicio del ministerio. Seminaristas y sacerdotes estamos incluidos en esta reflexión, que solo pretende que toda la comunidad diocesana sepa lo que soñamos ser: un fiel reflejo de la biografía espiritual de San José.
Siguiendo la invitación-lema de la campaña, que llama nuestra atención sobre el Día del Seminario, el objetivo formativo del seminario es formar “padres y hermanos” como José. Los jóvenes, que ahora se forman y cuantos hemos pasado por esa escuela sacerdotal, somos conscientes de que nos formamos en la “escuela de Nazaret”, bajo el cuidado de San José. Solo cuando él ha dejado su impronta, como la dejó en Jesús, somos enviados a cuidar a los hermanos y hermanas que se nos confían con un corazón de padre, porque nos sentimos un hermano de todos.
Lo que fue la misión de José con Jesús, la realiza ahora la Iglesia con los que se forman para continuar la misión de Jesucristo. El que cuida las manos y la persona de Jesús, lo sigue haciendo en los seminarios con los seminaristas. Se puede decir que cada seminario es un Hogar de Nazaret en el que se cuida la vocación sacerdotal que Dios siembra en algunos hombres. Ese don de Dios, a su Iglesia, se custodia y cultiva en el seminario, para que dé frutos maduros, sacerdotes santos.
Esa tarea se hace poco a poco, en un camino de maduración humana, espiritual, intelectual y pastoral, por el que se van haciendo discípulos y seguidores de Jesucristo. Se trata de un camino que se recorre fiándose a ciegas de Dios, con el que tratan asiduamente en la oración y en el que se madura en el seguimiento de Jesucristo. Si nos preguntamos qué hace el seminario con cada uno de los llamados al sacerdocio, podríamos decir, simplificándolo mucho, que conforma con esmero el corazón de los seminaristas con el de Jesucristo, el Buen Pastor.
La vida del sacerdote es siempre una manifestación de Cristo en “la caridad pastoral”. Un sacerdote imita y revive la caridad pastoral de Jesús. Todo lo hace como Él y todo lo hace en su nombre.
Cada seminarista y cada sacerdote hacen ciertas, fiables e identificables estas palabras de Jesús: “Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió” (Jn 17, 12). Estas palabras han de conformar la vida en Cristo de un sacerdote y han de enriquecer cada día su celo pastoral, ese que nos hace vivir para los demás, sin desentendernos de ninguno. Al contrario, la vida de un sacerdote debe de ser el testimonio vivo de una Iglesia en salida, al encuentro de sus hermanos. Quien aprende a vivir el encuentro con Cristo ha de ver siempre en sus hermanos, a los que sirve, la presencia del mismo Jesucristo; teniendo, como Él, una opción preferencial con los pobres, con quienes Jesús mismo se identifica. ¿Cómo no nos vamos a acercar a la vida de las personas si Jesús nos espera en ellas?
En esta carta he querido exponeros la biografía espiritual de un sacerdote, que tiene como protector y modelo a San José. Ese es el sacerdote que intentamos formar en nuestro seminario. En esa tarea que realiza el obispo, con los formadores y profesores, necesitamos además la ayuda de todos. La Iglesia Diocesana es la destinataria de los pastores que buscamos y ella ha de ser también la que los cuide con la dedicación amorosa de San José. Os pido a todos vuestra ayuda: en primer lugar, os ruego vuestra oración por las vocaciones y por el Seminario Diocesano. Ojalá el Seminario terminara convirtiéndose, para todos, en lo más querido de la Comunidad Diocesana.
Es muy necesario que crezca el afecto de todos por el que siempre hemos sentido como “el corazón de la Diócesis”. Eso significará que se tiene en muy alta estima el sacerdocio, y que se desea que nuestros niños y jóvenes, (también vuestros hijos y nietos) lleguen a seguir la llamada del Señor. Os aseguro que si son sacerdotes, no harán una carrera de prestigio social y alto sueldo, pero tendrán felicidad, habrán encontrado el sentido para su vida y realizarán una misión, la más alta y noble que se pueda ejercer, la que les confía el mismo Dios, la de servir a los demás. Ya sabéis, como dijo Jesús, que “hay más alegría en dar que en recibir”.
He de deciros también que la ayuda al Seminario pasa por nuestra generosa ayuda económica. Es responsabilidad de todos que nuestros seminaristas tengan, en su periodo de formación, una vida digna, si bien ha de ser pobre. A veces me apena comprobar que cristianos de mucha sensibilidad y práctica religiosa orientan su ayuda a otras causas menos familiares y necesarias, y se olvidan de ser generosos con las necesidades de su Iglesia Diocesana, que siempre son muchas, y en especial en el Seminario. Seamos, cada uno de nosotros, como San José, que tuvo como misión el sostenimiento de Jesús, también en sus necesidades materiales.
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