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He vuelto a leer un artículo, citado por muchos analistas de la posible democratización en la Iglesia, escrito por Kart Rahner hace nada menos que cincuenta y cuatro años, tres tras finalizar el Vaticano II. Fue publicado en 1968 con interrogante: “¿Democracia en la Iglesia?” (Demokratie in der Kirche? Stimmen der Zeit, 182 (1968) 1-15). “Selecciones de Teología” lo ofrecía en su nº 30 (abril-junio 1969), traducido y condensado por Jesús García de Leániz. No ha perdido actualidad. Invito a releerlo y actualizarlo. Esto pretendo.
Ahora, cuando la Iglesia ha visto aireadas las miserias propias, crece su conciencia de hacer valer su oferta a la sociedad. No quiere perder credibilidad, y apuesta por demostrar su eficacia histórica en el presente y en el futuro, como ocurrió en el pasado. Y para ello está impulsando un Sínodo, no sólo de obispos como ha venido siendo habitual, sino de todo el Pueblo de Dios. Y su tema central es la “sinodalidad”. La Iglesia está repitiendo, como nunca, que somos un “pueblo” de personas que caminan juntas. Ahora llama a toda persona cristiana, quiere escucharla, pide su opinión, le invita a la misión común. El Papa Francisco se hacía eco de esta llamada en la solemnidad de Pedro y Pablo (29.06.2022). Invitaba a todos a “participar con pasión y humildad, con buen combate, venciendo las resistencias del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y la marginación...” Nos proponía contestar dos preguntas: “¿qué puedo hacer por la Iglesia?” y “¿qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?” (Homilía en San Pedro). Le ha faltado, creo. hacer la misma pregunta respecto de la Iglesia: “¿qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que la Iglesia en la que vivimos sea más humana, más justa, más solidaria, más abierta a Dios y a la fraternidad entre los hombres?”.
La mirada al Evangelio y sus inicios (s. I-III) viene siendo más intensa cada día en la conciencia cristiana. En aquella época, la Iglesia carecía de formas de poder mundanas. Su vida y su mensaje iban fermentando la vida de las sociedades en que vivían. Hoy, la mayoría eclesial tiene asimilado que su pretensión de dominio y posesión de riquezas ha sido una contradicción evangélica. Su imitación de los poderes absolutos, reinantes en la mayor parte de su historia, la ha alejado de la misión de su Fundador, el “judío marginal”, Jesús de Nazaret. Por ello va poniendo reparos al modelo monárquico de gobierno. Se ha iniciado una admiración lenta por la democracia. Más aún, está viendo más claro que hay un “parentesco” entre democracia y la vida de la comunidad cristiana. El Sínodo que vive ahora la Iglesia está aportando motivaciones fuertes y válidas para renovar la Iglesia por caminos democráticos. Se pretende que todo el Pueblo de Dios se sienta comprometido a anunciar y a vivir el Evangelio, a participar y decidir muchas cuestiones eclesiales.
Este es el punto de partida de K. Rahner. Contemplando la evolución de la sociedad, sus aspiraciones y logros políticos, percibe unos “principios fundamentales, momentos de libertad y democracia en la esencia de la Iglesia”. Momentos, realidades y valores de la Iglesia, poco tenidos en cuenta durante siglos, aflorados en nuestros días con inusitada fuerza. Principios que vuelven a seducir a nuestros contemporáneos, como a los primeros conversos cristianos, allanando el camino evangelizador. Principios que concuerdan con lo más nuclear de la democracia: “aquella forma de sociedad en la que -de acuerdo con ciertos presupuestos espirituales, culturales y sociales- es concedido a sus miembros un gran espacio de libertad, a fin de que cada uno pueda participar amplia y activamente en la vida y decisiones de la sociedad”.
El núcleo democrático está en la libertad de poder participar y decidir muchas cosas. Como ocurre en nuestras sociedades actuales. No hay sociedad alguna donde todo, absolutamente todo, sea decidido por los ciudadanos. Hay siempre realidades primeras, principios, como los “derechos fundamentales humanos, que tienen un fundamento independiente de la libre voluntad de los miembros de la sociedad”. Pensando en la Iglesia, Rahner resalta tres “rasgos” básicos en los que brilla la libertad de participación y decisión. Sin que por ello peligre su “constitución” esencial, revelada.
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