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"La Iglesia es masculina... y machista"
“La Iglesia es mujer. Es ‘la’ Iglesia, no ‘el’ Iglesia. Me gusta describir la dimensión femenina de la Iglesia como seno acogedor que genera y regenera la vida”, ha declarado el papa Francisco (Discurso al Pontificio Consejo de Cultura, febrero de 2015). Afortunadamente no dijo que la Iglesia es feminista, porque, según sus propias palabras “Todo feminismo acaba siendo un machismo con faldas”. (¡¡¿Se referirá a los clérigos?!!). Pues no, papa Francisco. Resulta emotivamente encantadora tan vehemente aseveración; pero la Iglesia no es femenina, y menos aún feminista. Hasta el presente ha exhibido sin disimulos su masculinidad, y más aún su machismo. La masculinidad y el machismo eclesial se remontan a su prehistoria: el “patriarcado ancestral”. El término “patriarcado” designa una estructura social jerárquica, basada en un conjunto de ideas, prejuicios, símbolos, costumbres e incluso leyes respecto de las mujeres, por la que el género masculino domina y oprime al femenino. Machismo atávico y religión van indisolublemente unidos, son absolutamente inseparables, forman las dos caras de una misma moneda. El patriarcalismo sacralizado ha fomentado históricamente un constante y monótono discurso misógino y homofóbico.
En los últimos tiempos, se ha apreciado una inquietante ola de masculinización. Los líderes autócratas y populistas de derechas son un ejemplo de esta nueva masculinidad desacomplejada. En España, el programa de los apodados “partidos de la tetosterona” insiste en su implacable lucha contra el feminismo como agresor de la masculinidad. Al igual que en los regímenes ultranacionalistas y arcaicos, para estos partidos la mujer tiene un único papel en la sociedad: ser esposa, madre y ama de casa. Contra las abusivas prerrogativas machistas, las mujeres han salido a las calles en masivas manifestaciones, incluida la huelga, a favor de la igualdad de género y de sus derechos y contra la violencia machista y la discriminación social y laboral que el machismo inveterado les ha sustraído. Nunca se ha visto en las calles tanto color morado fuera de la Semana Santa. Gracias a lo que se ha llamado “perspectiva de género” ha aumentado la conciencia crítica ante la discriminación entre hombres y mujeres. Con la perspectiva de género se ha conseguido implementar políticas de igualdad de oportunidades para las mujeres. La defensa del feminismo no solo ha originado reacciones de adhesión o rechazo. Ha provocado también la necesidad de un urgente planteamiento sobre el modelo tradicional de la mujer y el feminismo.
¿Cómo se posiciona la Iglesia ante el actual empuje de las corrientes feministas? El Concilio Vaticano II, en la Constitución “La Iglesia en el Mundo Moderno”, reconoció “la nueva relación social entre el hombre y la mujer”, rechazando el “patriarcalismo tradicional”. Sin embargo, tanto en la dirección como en el ejercicio ministerial de la Iglesia, las mujeres están marginadas de los puestos importantes y jerárquicos; la toma de decisiones y la misión pastoral la ejercen los hombres. Las mujeres continúan siendo ninguneadas por la estructura eclesial, que les cierra las puertas a los ministerios y a los órganos de poder y reduce a las religiosas a meras sirvientas de obispos y cardenales. Ante esta situación de invisibilidad y en un momento en el que el feminismo adquiere pujanza, las mujeres católicas también se plantan, exigen su lugar en la institución, participar en las estructuras de decisión, y denuncian los abusos de poder del clericalismo, fruto de una "cultura patriarcal" que tiene en la Iglesia católica uno de sus más firmes puntales.
La cultura machista-patriarcal está hondamente arraigada en todas las sociedades del planeta. La Iglesia es una de las instituciones o corporaciones más patriarcales de la historia, y teológicamente ha tergiversado y manipulado las Escrituras para beneficio de su solapado machismo. Las representaciones de Dios son en su mayoría patriarcales. Se han forjado imágenes que presentan a Dios con símbolos y atributos masculinos que dan lugar al patriarcado religioso que justifica el patriarcado en todos los demás órdenes de la sociedad. Por otra parte, desde los primeros siglos del cristianismo, la teología especulativa ha interpretado las Escrituras de tal manera que favorecieron la doctrina de la “perversidad femenina”. Fue la mujer quien sedujo a Adán para que pecara, trayendo así el pecado al mundo. Y recurren al pasaje del Génesis que dicta sentencia contra las mujeres: “Parirás a tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti”. Por su parte, la Iglesia se muestra a sí misma como la representación de Dios en la Tierra, gestora e intérprete de su palabra y voluntad. Cuando las manifestaciones, cada vez más frecuentes y graves, de los clericales “portavoces de Dios” insisten sistemáticamente en su crítica a la igualdad y a las iniciativas que buscan denunciar y corregir la desigualdad, lo que hacen es presentar, como sus voceros, a un dios machista y homófobo. Y cuando la Iglesia usa el término de “ideología de género”, ¿no está también creando una “ideología” del determinismo natural, bíblico, al defender que cada sexo tiene una misión concreta que desempeñar?
Estos dos pilares, a través de las propias estructuras de poder y soberanismo, contribuyen poderosamente a mantener todos los prejuicios misóginos y la idea de la mujer siempre dependiente y subordinada al varón. La Iglesia-jerarquía y celibataria se ha convertido en creadora de desigualdades propiciando la exclusión. Relega y margina a la mujer y a homosexuales y transexuales, excluye de la comunión a quienes han intentado rehacer su vida tras un fracaso matrimonial y proscribe de manera inhumana e injusta a sacerdotes que responsablemente optaron por el matrimonio.
Es hora ya de que la Iglesia formule una sincera autocrítica, que reconozca sus arraigados errores estructurales, cambie sus arcaicas leyes y lleve a buen término en todos los órdenes la igualdad de todos los bautizados, hombres y mujeres. Nunca es demasiado tarde para reconstruir y hacer que renazcan las aspiraciones legítimas y la indiscutible dignidad de las mujeres y la completa igualdad de los hijos de Dios.
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