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Todos los días nos llegan noticias de catástrofes producidas por fenómenos naturales: terremotos, deslaves, inundaciones, riadas, sequías prolongadas… que producen pérdidas de vida y dejan a muchs familias en situaciones peores. La lista es interminable. Tenemos la sensación de que ante la fatalidad no nos queda sino aguantar y sobrevivir de cualquier manera. No es así. Dios creó el mundo y vio que era bueno. Nos puso para que lo desarrollemos y completemos la obra de la creación. Pero también es cierto que nos dotó de inteligencia y voluntad para usemos con racionalidad del único escenario que tenemos: el planeta que habitamos.
Muchos de los males que ocasionan las catástrofes naturales son producto del mal uso de la creación. Faltan políticas públicas en muchos de nuestros países para preservar el ambiente, pues no podemos, sin más, echarle la culpa a los pobres. La igualdad de oportunidades para vivienda y espacios públicos agradables, es tarea primordial de quienes se dicen ser servidores públicos.
No controlamos los terremotos o los huracanes, pero la ciencia y la tecnología ayudan para que las edificaciones cumplan con las normas de seguridad que en el peor de los casos, minimicen las consecuencias de los desastres. Así como cada vez que nos montamos en un avión, nos repiten normas mínimas ante alguna eventualidad, existen códigos de comportamiento colectivo ante eventos catastróficos, para evitar estampidas o ignorancias que no ayudan que terminan aumentando los daños de las personas. Ser voluntario o socorrista nos enseña a colaborar ordenadamente ante la necesidad propia o ajena.
Cada año la Iglesia católica en Venezuela promueve durante la cuaresma la Campaña Compartir. Este año bajo la consigna “reduzcamos juntos el riesgo de desastres”. La conversión ecológica nos invita al manejo adecuado de los riesgos socio-naturales, que pueden poner en peligro la vida y los bienes. La tierra gime ante la erupción volcánica o los huracanes; pero los pobres claman para que las comunidades con alta vulnerabilidad y baja resilenecia no incida en una mayor pobreza de los más débiles de la sociedad.
Todos juntos, personas, familias, organizaciones, empresas y entes gubernamentales hemos contribuido a que se produzcan distintas vulnerabilidades y pequeños o grandes daños ecológicos. Prevenir para no tener que lamentar, nos exige aprender a promover una cultura de prevención para reducir, mitigar los riesgos si estamos prestos para ayudar comunitariamente. La solidaridad no se hace rogar. Como creyentes, construyamos sobre la roca que es Jesús, y como la parábola no seamos veletas al vaivén del viento, sino diligentes constructores sobre piedra y no sobre arena.
La cuaresma, pues, nos invita a la oración pero acompañada del compromiso social de ser constructores de bien. Es el mejor camino para que la pasión sea paso a la resurrección, a la vida plena a la que todos tenemos derecho.
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