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Jesús, amigo de la mujer

"De ningún profeta se dice algo parecido"

"Sorprende ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y María de Betania… ¿Qué encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto?"

"La respuesta que ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús defiende su dignidad, las acoge como discípulas"

"¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?"

Jesús y las mujeres

Sorprende ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre de una familia de pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea... De ningún profeta se dice algo parecido.

¿Qué encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? La respuesta que ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes. Las trata con una ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como discípulas. Nadie las había tratado así.

Mujeres en el grupo de Jesús - Centro Arrupe

La gente las veía como fuente de impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin temor alguno, las acepta en su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta agradecida.

La sociedad las consideraba como ocasión y fuente de pecado; desde niños se les advertía a los varones para no caer en sus artes de seducción. Jesús, sin embargo, pone el acento en la responsabilidad de los varones: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón».

Se entiende su reacción cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, con intención de lapidarla. Nadie habla del varón. Es lo que ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se condena a la mujer porque ha deshonrado a la familia y se disculpa con facilidad al varón.

Jesús no soporta esta hipocresía social construida por el dominio de los varones. Con sencillez y valentía admirables, pone verdad, justicia y compasión: «El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra». Los acusadores se retiran avergonzados. Saben que ellos son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad.

Jesús se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: «Tampoco yo te condeno». Vete, sigue caminando en tu vida y, «en adelante, no peques más». Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no pecar. Pero de sus labios no saldrá condena alguna.

¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?

Tampoco yo te condeno” Lectio divina para el V Domingo de Cuaresma (Ciclo C) | Biblia y Comunicación

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