Extraído de "Sinfonía divina, acordes encarnados" Edit. PPC
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" Jesucristo no es propiedad particular de las Iglesias. Es de todos"
En estos tiempos de crisis religiosa y confusión interior es importante recordar que Jesucristo no es propiedad particular de las Iglesias. Es de todos. A él pueden acercarse quienes lo confiesan como Hijo de Dios, y también quienes andan buscando un sentido más humano a sus vidas.
Hace ya algunos años, el conocido pensador Roger Garaudy, marxista convencido en aquel tiempo, gritaba así a los cristianos: «Vosotros habéis recogido y conservado esta esperanza que es Jesucristo. Devolvédnosla, pues ella pertenece a todo el mundo».
Casi por la misma época, Jean Onimus publicaba su apasionante e insólito libro sobre Jesús con el provocativo título de Le Perturbateur. Dirigiéndose a Jesús, decía así el escritor francés: «¿Por qué vas a permanecer propiedad privada de los predicadores, de los doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, palabras directas, palabras que permanecen para los hombres, palabras de vida eterna?»
Por eso pocas cosas me producen más alegría que saber que hombres y mujeres alejados de la práctica religiosa habitual buscan en mis escritos encontrarse con Jesús. Estoy convencido de que él puede ser para muchos el mejor camino para encontrarse con el Dios Amigo y para dar un sentido más esperanzado a sus vidas.
Jesús no deja indiferente a nadie que se acerca a él. Uno se encuentra, por fin, con alguien que vive en la verdad, alguien que sabe por qué hay que vivir y por qué merece la pena morir. Intuye que ese estilo de vivir «tan de Jesús» es la manera más acertada y humana de enfrentarse a la vida y a la muerte.
Jesús sana. Su pasión por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad y convencionalismo. Su amor a los indefensos desenmascara nuestros egoísmos y mediocridad. Su verdad desvela nuestros autoengaños. Pero, sobre todo, su fe incondicional en el Padre nos invita a salir de la incredulidad y a confiar en Dios.
Quienes hoy abandonan la Iglesia porque se encuentran incómodos dentro de ella, o porque discrepan de alguna de sus actuaciones o directrices concretas, o porque sencillamente la liturgia cristiana ha perdido para ellos todo interés vital, no deberían por ello abandonar automáticamente a Jesús.
Cuando uno ha perdido otros puntos de referencia y siente que «algo» está muriendo en su conciencia, puede ser decisivo no perder contacto con Jesucristo. El texto evangélico nos recuerda sus palabras: «¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!» Dichoso el que entienda todo lo que Cristo puede significar en su vida.
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