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Pueblos de ciegos y sordos
Aprovechamos que no vemos a Dios para engañarnos pensando que no nos ve. Aprovechamos que no escuchamos a Dios para aferrarnos al otro engaño de pensar que no tiene nada que decirnos. Lo peor de eso es cuando llegamos al extremo de proclamar “nuestras visiones fraudulentas” y nuestros “discursos engañosos” como interpretaciones de la voluntad de Dios.
Ese pecado de andar como aquellos “fariseos” de la antigüedad dictando la ley de Dios y requiriendo a todos su cumplimiento, sin la más mínima compasión ni misericordia para el que sufre, está muy vigente hoy. Nos lleva a presenciar en el presente, como en los relatos evangélicos a personas que se las dan de religiosos y hasta curas y prelados, haciendo el triste papel de los fariseos que “proclamaban no tener más rey que César”.
De un tiempo a esta parte y por razones que habría que escudriñar demasiado dentro de mi propia alma, me las paso un tanto “molesto” con esa gente. Pero sé que tengo que moderarme y buscar en cada manifestación de la vida la sombra acogedora de Jesucristo, del árbol firme de la fe. Tengo que aprender a ver en la realidad de la humanidad doliente, que a veces es llanto y otras es grito, mi propia realidad en este valle de lágrimas, en esta crisis que vivimos. Después de todo, si reviso mis propios pecados, tendré suficiente tarea para no tener que perder el tiempo juzgando los pecados ajenos.
Vamos de nuevo al principio. Decir que no vemos a Dios es lo mismo que reconocer que a Dios nadie lo ha visto.
Pero hemos visto las estrellas en el cielo. Con la extraordinaria ayuda de los telescopios, hemos podido ver la belleza de los planetas, de las crestas del sol, de las lejanas galaxias. De esa misma manera, los microscopios nos han permitido ver ese otro universo de lo profundo de la materia y los cuerpos. Con las matemáticas hemos podido calcular -un poco metafóricamente “ver”- el comportamiento de las moléculas, los átomos, las fuerzas de la gravedad y la velocidad de la luz. Con ayuda de las ciencias y la conciencia, hemos podido ver los desarrollos de la historia natural y humana.
Con la moral y la ética, podemos calibrar el dolor que causan los abusos, las opresiones, los colonialismos y los imperialismos, así como la horrenda crueldad histórica y social de los racismos y las marginaciones.
Pero el universo entero vibra. La vibración de la creación se siente en mi cuerpo, de la misma manera que escucho desde los “ruidos de la sociedad” hasta las músicas de la naturaleza. Escucho también las risas y las alegrías, como puedo estremecerme con los quebrantos de mis hermanos. Puedo escuchar los gritos, los gemidos y las vibraciones impotentes de tantas mujeres víctimas de la violencia machista, la rebeldía contenida de tantos y tantos oprimidos y olvidados de la tierra, olvidados en nuestros países.
Entonces, si no puedo ver la luz y no puedo escuchar la palabra de Dios, ¿será que estoy ciego y sordo?
Ningún pueblo puede reclamar con verdad que representa a Dios cuando le quita la tierra y la vida a otro pueblo. Echarle la culpa a las “religiones” de los males que provocamos es, por lo menos, palabrería de ciegos y sordos.
“El que tiene oídos para oír, oiga”.
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