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Todavía yo era un niño, en mi querido pueblo de Barranquitas, en las montañas del corazón de Puerto Rico, cuando se estrenó la película mexicana “El Padrecito”, con el inolvidable Mario Moreno “Cantinflas”. En aquella comedia, el protagonista dio una gran lección de “doctrina social de la Iglesia”.
El superior religioso le regañó por enseñarle a los niños del catecismo “ideas peligrosas” sobre la importancia de que sus padres que trabajaban hasta el agotamiento ganaran un salario mejor; Cantinflas le respondió: “Eso sí, si se gana más de lo que se trabaja, se gane menos, pero si se trabaja más de lo que se gana, pues que se gane más”. El viejo sacerdote le indicó que eso creaba problemas, “El padrecito” contestó que esas eran las enseñanzas del Papa Pío XI, de Juan XXIII y, sobre todo, del Papa León XIII, allá para 1891.
Aquello era una película para el pueblo, una comedia fina del cine mexicano. Ese conocimiento de la Iglesia y su doctrina social llegaba por ese medio a ciudades y barrios, pueblos y campos de toda América Latina. ¿Qué nos ha pasado que hemos olvidado como sociedad cosas que en mi infancia llegaban con alegría a todos? ¿Cómo fue aquello posible?
Eran los años del Concilio Ecuménico Vaticano II. Eran tiempos de una gran “apertura y difusión” de lo que tenía para aportar la Iglesia al diálogo de la sociedad. Fue un par de años antes, en 1962, cuando el Papa Juan XXIII invitó al cineasta comunista y ateo Pier Paolo Pasolini a un diálogo cultural en Asís, la cuna de San Francisco. De aquel encuentro surgió que Pasolini hiciera la película “El Evangelio según san Mateo”, que se estrenaría también en 1964 y que el Observatore Romano calificaría del mejor filme producido hasta entonces sobre la vida de Jesús.
Más de medio siglo después, nuestro amado Papa Francisco repetiría la hazaña al invitar a otro encuentro cultural al escritor ateo Javier Cercas, de donde surgió “El loco de Dios en el fin del mundo” sobre el viaje de Francisco a Mongolia. El libro, que apenas salió agotó su primera edición, fue publicado -ay las coincidencias en las historias- cuando fallecía Francisco.
¿Por qué me esfuerzo en la memoria de esos tiempos? La urgencia me la ha encendido nuestro nuevo papa, León XIV, quien dejó claro que había tomado el nombre en referencia a León XIII y su encíclica “Rerum Novarum”. Nuestro ya querido papa León XIV puntualiza la necesidad de atender la nueva revolución industrial de nuestro tiempo y retos al respeto a la dignidad humana que presentan nuevas tecnologías como la llamada inteligencia artificial.
Cuando León XIII escribió, el estado de los conocimientos científicos de entonces señalaban, como Darwin en “El origen del hombre”, que las mujeres eran física y mentalmente inferiores al hombre, y, como Engels, que planteaba que la familia dirigida por el padre era el origen de la propiedad privada y la opresión en los orígenes de la civilización. En “Rerum Novarum”, el papa, un hombre que estaba muy al día de la ciencia de la época, lo que hizo fue presentar una voz crítica de esas visiones sobre la naturaleza humana, con la voz magisterial eterna de la Iglesia, para enseñar que nada del conocimiento justificaba la opresión de los trabajadores, la falta de libertad, la corrupción y la desidia de los gobiernos hacia la justicia y las verdades fundamentales.
En aquellos tiempos de finales del siglo XIX todavía no se había tenido acceso al caudal de conocimientos del origen de la civilización humana en la antigua Sumeria a los que ahora tenemos acceso. Ni idea tenían los científicos de entonces de que, en aquellos tiempos remotos, como afirma el periodista Jesús Dávila en “Enheduanna y Semíramis”, la primera civilización estableció un sistema “teocrático, socialista, democrático y feminista”. No digo que el querido amigo esté en lo correcto o no. Lo planteo sencillamente para apuntar cómo cambia el conocimiento sobre la historia y el desarrollo de las civilizaciones.
Pero algo no ha cambiado. La encíclica “Rerum Novarum” sigue siendo revolucionaria hoy, sigue siendo urgente, sigue siendo necesario el diálogo sincero y abierto para promover la paz y la justicia social. Nuestro papa León XIV nos ha hecho un llamado apasionado y cariñoso a promover el diálogo abierto y sincero, sin prejuicios ideológicos ni trucos para justificar las opresiones.
Desde aquí, desde mi realidad de cura de pueblo en mi querido Puerto Rico, en el noreste del Caribe, quiero decir ¡Presente!
¡Señor, tú que habitas en el corazón de nuestros pueblos, te digo: “Aquí estoy, envíame” cada segundo, envíame siempre!
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