Cardenal Aguiar: "Todos llevamos una cruz. La vida no es fácil, tiene sus alegrías, sí, pero también tiene sus penas"

Homilía del XXIV domingo ordinario

"Debemos pasar de invocar a Dios solamente con oraciones ya aprendidas desde

niños, que siguen siendo un recurso válido"

"Hemos escuchado al apóstol Santiago en la segunda lectura decir que es

necesaria la coherencia entre el decir y el actuar, lo cual garantiza la ayuda divina en

nuestro caminar"

"Todos llevamos una cruz. La vida no es fácil, tiene sus alegrías, sí, pero también

tiene sus penas y aflicciones"

Cardenal Aguiar
Cardenal Aguiar

“Caminaré en la presencia del Señor”

Así hemos cantado en el salmo como respuesta a la Palabra de Dios. ¿Qué significa

caminar en la presencia del Señor? Caminar en la presencia del Señor es hablar con

Él, como vimos que Pedro y los discípulos hablaban con Jesús.

Pero nosotros, ¿cómo podemos hablar con Él? Tenemos que poner en sus manos

nuestros proyectos, nuestras buenas obras o nuestras dudas sobre qué hacer ante

tales o cuales circunstancias, y discernir a la luz de su palabra cuál de esos proyectos

es su voluntad y cómo llevarlos a cabo. Esto es precisamente aprender a orar.

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Caminaré en presencia del Señor
Caminaré en presencia del Señor

Debemos pasar de invocar a Dios solamente con oraciones ya aprendidas desde

niños, que siguen siendo un recurso válido, desde luego, para nuestra devoción, pero tenemos que transitar hacia una oración en la que escuchemos su palabra, veamos

nuestra conducta y la confrontemos con la palabra de Dios, para discernir qué debo

hacer ante las circunstancias en las que me siento en duda sobre cómo actuar.

Entonces es cuando empiezo a orar y a poner toda mi confianza en Él. Esto es

precisamente aprender a orar. Experimentaremos así, lo que afirma el profeta Isaías en

la primera lectura: “Cercano está de mí el que me hace justicia. ¿Quién luchará contra

mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi

ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.

Estas expresiones del profeta Isaías reflejan a personas con una espiritualidad fuerte,

bien asentada, que no temen la adversidad ni los problemas, porque saben que

cuentan con Dios y que, de alguna manera, saldrán adelante. Por eso son tan

afirmativas las palabras del profeta.

Eso significa caminar en la presencia del Señor: a medida que enfrentamos una

primera experiencia difícil y la sabemos llevar caminando con el Señor, las demás

veces que se presente la adversidad, la confrontación o la complejidad, seremos más

capaces de enfrentarlas conforme a la voluntad de Dios.

Este es el crecimiento espiritual que necesitamos como discípulos de Cristo para

enfrentar este mundo lleno de polarización, contrariedad, agresiones, injusticias, etc. Y

por eso hemos escuchado al apóstol Santiago en la segunda lectura decir que es

necesaria la coherencia entre el decir y el actuar, lo cual garantiza la ayuda divina en nuestro caminar.

Así lo afirma el apóstol Santiago: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo

demuestra con obras?" Y efectivamente así pasa con la fe: si no se traduce en obras, está completamente muerta. Aunque diga yo que tengo fe, si no se ve en mis obras, en mi conducta y en mi relación con los demás —fraterna, solidaria, subsidiaria—,

entonces mi fe está muerta, y hay que resucitarla.

Confesión de Pedro
Confesión de Pedro

Por eso es bueno preguntarnos, como lo hizo Jesús con sus discípulos: ¿Quién dice la

gente que soy yo? Es importante conocer cómo está el ambiente en el que nos

movemos, cuál es la percepción de los demás. Es interesante descubrir quiénes van

caminando como nosotros lo hacemos, quiénes van acordes a nuestra fe, porque así

nos hacemos más fuertes.

No es lo mismo que yo estuviera celebrando la misa con dos o tres personas, que

celebrarla con todos ustedes, porque sé que vienen aquí buscando vivir la fe en

Jesucristo, buscando crecer y descubrir quién es Jesús para ustedes. Esto me

conduce a aceptar mi propia cruz.

Todos llevamos una cruz. La vida no es fácil, tiene sus alegrías, sí, pero también

tiene sus penas y aflicciones. Esa es nuestra cruz, y debemos saber llevarla para

convertirnos en fieles discípulos de Jesucristo.

Eso fue lo que Jesús les dijo a sus discípulos cuando Pedro, al escuchar que Jesús

debía sufrir, exclamó: “No, Señor, eso no puede pasarte a ti, tú eres el Mesías”. Pedro

pensaba en un mesías triunfante, un rey al estilo de los reyes de la época.

Jesús entonces le advirtió: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque no juzgas según Dios,

sino según los hombres”. Y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí

mismo, que cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá,

pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Debemos advertir cuáles son los caminos concretos que Dios nos pide recorrer, y no

tratar de justificar aquellos que obedecen a nuestro propio interés. Esto es

fundamental para no caer, como Pedro, en el error de pensar solamente en nuestra

ideología personal o en aquello que nos resulta más cómodo. Por eso venimos a misa,

para escuchar la palabra de Dios que nos orienta en nuestras decisiones cotidianas.

¿Y quién fue una fiel discípula de Jesucristo siguiendo todos estos consejos? María.

Por eso estamos aquí, por eso nos gusta venir con ella. Abrámosle nuestro corazón y

digámosle: Aquí estoy, Señora, Madre mía. Ayúdame a seguir a tu Hijo y a ser un

fiel discípulo, como tú lo fuiste. Nos ponemos de pie para, en un breve momento,

hablarle a ella desde nuestro corazón:

Francisco, en Guadalupe
Francisco, en Guadalupe

Madre nuestra, María de Guadalupe, tú que fuiste una mujer obediente, que confiaste

siempre en el amor de Dios, y por eso supiste siempre responder con prudencia y

plena fidelidad a lo que Dios Padre te fue pidiendo, aunque desconocías el cómo,

lo aceptaste por ser voluntad divina.

Ayúdanos para que también nosotros aprendamos a responder positivamente a la

voluntad divina, descubriendo lo que el Espíritu Santo haya sembrado en nuestro

corazón, y confiando en su acompañamiento.

Anímanos con tu cariño y comprensión de Madre para vivir y transmitir a nuestros

semejantes la importancia de ser coherentes como tú lo fuiste, expresando con

nuestra conducta, lo que predicamos con la palabra.

Tu Madre querida, experimentaste en la obediencia a Dios, y viviste en plenitud, que tu

Hijo Jesús es la Encarnación del Amor, camino para descubrir al “verdadero Dios por

quien se vive”. Auxílianos para descubrir la importancia de participar cada Domingo

de la Eucaristía, y alimentarnos con la presencia de tu Hijo: “Pan vivo que ha bajado

del Cielo”.

Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos

acompañe, y nos ilumine para que caminemos bajo la luz de la Fe hacia la casa del

Padre, dando testimonio con nuestra conducta, y transmitiendo a los demás la

necesidad de cuidar nuestra casa común.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino

como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen

María de Guadalupe! Amén.

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