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Nos encontramos a pocos días de la celebración de la Navidad. Estoy seguro de que muchos de vosotros, como cada año, estáis ya preparando con alegría el belén. Montar el belén nos ayuda a meditar sobre el misterio de la Navidad. Es una hermosa catequesis sobre el nacimiento de Jesús. Hoy quisiera referirme a dos entrañables figuras del belén que a menudo pasan desapercibidas: el buey y la mula.
Si buscamos al buey y a la mula en el Evangelio no encontraremos ni rastro de ellos. Sin embargo, sí que los hallaremos en una antigua tradición en que se explica que, el tercer día después del nacimiento de Jesús, María salió de una gruta donde se encontraba, entró en un establo y puso al niño Jesús en un pesebre. Allí había un buey y una mula que, al ver al niño, lo adoraban sin cesar (Evangelio del Pseudo Mateo 14,1). El autor de esta antigua tradición nos remite a un texto del profeta Isaías. Así nos dice el profeta: «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende» (Is 1,3).
El buey y la mula conocen al Señor. Conocer a Dios en la Biblia implica tener una experiencia personal con Él, abrir el corazón a alguien que por amor se ha hecho uno de nosotros. Dios ha venido a nuestro mundo como un niño pequeño, pobre y humilde. Se ha hecho tan cercano que incluso podemos tratarle de tú.
Cristo también quiere conocernos. Él es el buen pastor que conoce por su nombre a cada una de sus ovejas. Ciertamente, tenemos un pastor maravilloso que nos quiere cuidar con amor, que nos anima a seguirlo, a tener sus mismos sentimientos, a amar como Él ama.
Dios quiere que lo conozcamos y que intimemos con Él. Y no solo eso, sino que también quiere que lo reconozcamos en nuestros hermanos, sobre todo en los más pobres y vulnerables. Dios quiere entrar en nuestra vida, no a través del intelecto con una interesante teoría, sino a través de los pequeños gestos de amor, de la sencillez de la vida de cada día.
Las representaciones medievales de la Navidad nos muestran al buey y a la mula con un rostro casi humano. Y es que los que crearon esas imágenes nos querían transmitir que el buey y la mula representan a toda la humanidad. Si nos fijamos bien veremos que estos dos animales contemplan a Jesús con los ojos muy abiertos. También nosotros necesitamos que Dios nos abra los ojos ante su luz. El buey y la mula simbolizan a todos aquellos que quieren estar junto a Jesús, darle calor y seguir sus huellas; aquellos capaces de permanecer serenamente al lado de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, estos días, cuando pongamos en nuestro belén las figuras del buey y la mula, pidamos a Dios que nos ayude a conocer y a seguir a Cristo más de cerca. Pidámosle que nos ayude a no dejarnos atrapar por la indiferencia, que nuestros corazones vibren ante su amor y su presencia entre nosotros, especialmente entre los pobres, necesitados y excluidos. Que la Virgen y san José nos acompañen en el camino que lleva a la Navidad, que lleva a Belén.
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