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"Cada 10 de julio celebramos san Cristóbal y bendecimos nuestros vehículos"
El mes de julio es un mes de cambio de rutinas para muchas personas. Los niños ya no van a la escuela y empieza el período de vacaciones para muchas familias. Muchos sienten la necesidad y la ilusión de coger el coche o algún transporte y disfrutar de unos días fuera de casa. Son días de movimiento, de desplazamientos. Las carreteras se llenan de ilusión, por eso, cuando salimos y cogemos el coche en estos días, nos encomendamos de manera especial a san Cristóbal, patrón de los conductores y viajeros, para que nos proteja y podamos volver a casa sanos y salvos.
Cada 10 de julio celebramos san Cristóbal y bendecimos nuestros vehículos. San Cristóbal nos acompaña en cada viaje. No es nada extraño que muchos conductores lleven una medalla de este querido santo cerca del volante para su protección. Ahora bien, ¿sabemos realmente quién fue san Cristóbal? Cuando hablamos de este santo, historia y leyenda se mezclan. Parece que existió un mártir en el siglo III —en tiempos del emperador Decio— llamado Cristóbal, que por su nombre hay que situarlo en Oriente. En efecto, su nombre griego es «Christóforos», que significa «el que lleva a Cristo».
Han perdurado muchas tradiciones en torno a la figura de san Cristóbal, pero la más conocida en el mundo occidental es la recogida en la llamada Leyenda áurea, que recoge relatos de la vida de santos. Esta historia ha sido representada en el arte medieval y renacentista y la podemos ver plasmada en pinturas de muchas iglesias y catedrales.
Según este relato, san Cristóbal es un hombre corpulento, un gigante muy fuerte que quería servir al amo más poderoso del mundo. Primero sirvió a un rey, pero se dio cuenta de que temía al diablo. Entonces decidió servir al diablo, porque era más poderoso. Sin embargo, la fuerza del diablo se desvaneció ante una cruz. Al ver que el diablo temía la cruz de Cristo, comprendió que el más poderoso era Cristo y quiso servirle. Un sabio ermitaño le dijo que para servir a Cristo debía amar al prójimo; por ejemplo, podía usar su fuerza para ayudar a los viajeros a cruzar un río peligroso. Cristóbal así lo hizo. Un día, un niño pequeño le pidió que lo llevara a la otra orilla. Cristóbal se lo cargó a los hombros, pero, a medida que cruzaba el río, el niño pesaba cada vez más, tenía un peso excesivo, casi no podía llevarlo. Cuando llegaron al otro lado, el niño le reveló: «Yo soy Cristo y has llevado el peso del mundo sobre tus hombros.» Y Cristóbal, lleno de gozo, desde aquel día continuó sirviendo humildemente a transeúntes, peregrinos y viajeros.
Queridos hermanos y hermanas, todos podemos ser portadores de Cristo como san Cristóbal. Como cristianos tenemos la misión de llevar a Cristo a los demás. Para poder hacerlo debemos acogerlo primero en nuestro corazón. Eso solo es posible si hemos podido encontrarnos con Él, conocerlo, amarlo y seguirlo.
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