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Reflexiones en medio de una cumbre climática
La encíclica Laudato si´, publicada por el Papa Francisco ha situado “el clamor de la tierra y el clamor de los pobres” como el lamento de los que sufren la degradación del medio ambiente; porque la crisis ambiental y la crisis social son dos caras de la misma moneda. Esta perspectiva aumenta la preocupación debido a la lentitud de las acciones, sin embargo, en la esperanza de que sabemos que las cosas pueden cambiar, hoy ponemos el foco en La Declaración de Belém sobre Hambre, Pobreza y Acción Climática Centrada en las Personas, que también clama por una financiación internacional para una acción climática más justa, y que fue aprobada por los líderes de 43 países y de la Unión Europea (UE) tras la Cumbre de dos días previa al inicio de la COP 30 que se esta llevando a cabo en Brasil.
Los firmantes de la Declaración de Belém proponen que, de los 1,3 billones de dólares anuales de esfuerzo global previstos para combatir los cambios climáticos, por los miembros de la COP, al menos 300.000 millones sean destinados a países en desarrollo cada año y hasta 2035.
Compromisos que aunque no crean obligaciones jurídicas, sí representan un paso decisivo hacia una agenda climática que ponga a las personas en el centro.
Y yo tengo una pregunta importante…¿qué tiene que decir la Doctrina Social de la Iglesia en todo esto?
La tarea de la Iglesia no puede relegar las cuestiones sociales, científicas y políticas a otra esfera. El Papa Francisco ya apuntaba al compromiso social que toda experiencia cristiana tiene que tener, al preocuparse por la vida del ser humano. Esta preocupación se hace palpable en la relación del hombre con la naturaleza, y en su responsabilidad social y ambiental.
La economía, que domina el mundo, hace necesario que pongamos a la Doctrina Social de la Iglesia en el centro y asumamos una responsabilidad mayor de la que tuvieron nuestros antepasados. Estos puntos pueden darnos luz para afrontar nuestra tarea:
Volviendo “al clamor de los pobres”, se nos hace necesario combatir la pobreza en el marco de la globalización, con una visión amplia, porque si la pobreza fuese sólo material, las ciencias sociales nos ayudarían a medir y a lidiar con ella, sin embargo, sabemos que hay pobrezas que no provienen de carencias materiales, como son la marginación, la pobreza relacional, moral y espiritual que aqueja a las sociedades ricas y desarrolladas a pesar de su bienestar económico. En estos casos el “superdesarrollo” acarrea un “subdesarrollo moral”.
Cualquier pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de respeto por la dignidad de la persona y si no se considera al hombre en su vocación integral tampoco defenderemos una auténtica ecología humana y de ahí que se desencadenen esas dinámicas de pobreza que he subrayado anteriormente.
Para los católicos queda el compromiso de dar gracias a Dios por las maravillas de la creación, educar en nuestros estilos de vida, saber llevar una vida sobria, superar el individualismo buscando más al otro, trabajar desde la lógica del don, llevar a cabo un diálogo ambiental serio y participar en la tarea política.
Así asumiremos el compromiso de la “opción preferencial por los pobres” en la época actual y podremos salir a su encuentro.
Rosa María Quero Pérez
Secretariado para el Cuidado de la Creación de la Diócesis de Córdoba
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