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Estas son las claves de 'Dilexit nos' (Nos amó), la cuarta carta del pontificado de Bergoglio
"Volver al corazón" para la construcción de "un mundo justo, solidario y fraterno". Esa es la convocatoria central que hace el papa Francisco en su cuarta encíclica, "Dilexit nos" (Nos amó) en la que el pontífice retoma la tradición y actualidad del pensamiento sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo con una invitación renovar su auténtica devoción para no olvidar la ternura de la fe, la alegría de ponerse al servicio y el fervor de la misión frente a un contexto marcado por el materialismo extremo, el "mundo líquido" que ya describía Zygmunt Bauman, las guerras que se extienden y los temores cada vez más fundados por la irrupción de la Inteligencia Artificial.
Abierta por una breve introducción y dividida en cinco capítulos, la Encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús recoge, como se anunció en junio, "las preciosas reflexiones de anteriores textos magisteriales y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto cargado de belleza espiritual".
"El Corazón de Jesús nos impulsa a amar y nos envía a los hermanos", plantea Jorge Bergoglio en el escrito dado a conocer este jueves con el que propone una nueva profundización en el amor de Cristo representado en su santo Corazón y nos invita a renovar nuestra auténtica devoción recordando que en el Corazón de Cristo «podemos encontrar todo el Evangelio» (89): es en su Corazón donde «finalmente nos reconocemos y aprendemos a amar» (30). El marco, nada alentador que describe Francisco, es una sociedad que ve multiplicarse «diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor» (87), mientras el cristianismo olvida a menudo «la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión de persona a persona» (88).
Pero en medio de esas realidades, Francisco es taxativo al avisarnos que "el mundo puede cambiar desde el corazón" y que esa debe ser la brújula para "caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno".
A lo largo de un texto en el que el recordado jesuita Diego Fares fue un colaborador central del primer capítulo, como explicita el propio Papa, Francisco explica que, encontrando el amor de Cristo, «nos hacemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de todo ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común», como nos invita a hacer en sus encíclicas sociales Laudato si ' y Fratelli tutti (217). Y ante el Corazón de Cristo, pide al Señor «que vuelva a tener compasión de esta tierra herida» y derrame sobre ella «los tesoros de su luz y de su amor», para que el mundo, «sobreviviendo entre guerras, desequilibrios socioeconómicos, consumismo y uso antihumano de la tecnología, recupere lo más importante y necesario: el corazón» (31).
A través de los capítulos, sostienen las afirmaciones del Papa la filosofía de Heidegger y los recuerdos, entre otros, de san Juan Pablo II, Teresa de Lisieux, Ignacio de Loyola y Faustina Kowalska.
"En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones" (9), enmarca Bergoglio, antes de advertirnos que, al mundo de hoy, le "falta corazón".
Atravesamos una época en la que, de acuerdo al texto, "el algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más “estándar” de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón".
Esa es una de las razones por las que, nos plantea Francisco luego, "viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón. Bastaría mirar y oír a las ancianas —de las distintas partes en pugna— cautivas de estos conflictos devastadores".
A través de esta nueva encíclica, Francisco dedica, por ejemplo, uno de los capítulos, el segundo, a los gestos y palabras de amor de Cristo, a la vez que en el tercero recuerda cómo la Iglesia reflexiona y ha reflexionado en el pasado «sobre el santo misterio del Corazón del Señor» y deja los últimos dos para los dos aspectos que «la devoción al Sagrado Corazón debe mantener unidos para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero» (91).
"En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta" (20), sostiene al mismo tiempo, para describir una época en la que, afirma, "nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios" (87).
Las críticas al consumismo que el Papa marca desde el inicio de su pontificado salen a la luz en algunos pasajes explícitos, como cuando denuncia que "hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas" (218).
En el texto, el Papa mira también puertas adentro y sostiene que el corazón y el amor de Jesús es algo que todos necesitamos para caminar hacia ese mundo de fraternidad. Incluso, escribe, "la Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades" (219).
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