EXtraido de "Sinfonía divina, acordes encarnados" PPC
Rafaela y la Inmaculada acordes humanos de lo divino. Dios Padre con corazón de Madre
Extraido de "Sinfonía divina, acordes encarnados" Ed. PPC
Bienaventurados en esperanza
«Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario» (Laudato si’ 65).
En el Centro Nuestra Señora de la Luz, al igual que en otros centros, asociaciones y familias donde viven, conviven y sueñan chicos y chicas con diferentes capacidades, nos sentimos acompañados y compartimos en un clima sencillo, ayudándonos unos a otros con cariño, delicadeza y respeto hacia las diversas capacidades personales, a veces con muchas dificultades, pero con la seguridad de que Jesús nos dice: «¡No temas, porque eres precioso ante mí y yo te amo!».
Me imagino a Jesús «sentado» dirigiéndonos sus bienaventuranzas en este ambiente familiar, diciéndonos:
«Bienaventurados vosotros, los pobres de espíritu, personas con capacidades distintas, sencillas, confiadas, alegres, los que vivís las limitaciones, soledades, exclusiones…, y “confiados” os dejáis acompañar por quienes os ofrecen una sonrisa, un apoyo humano, un acompañamiento, “esperanzados” expresáis el abandono más radical en quienes os acompañan, y viceversa. Quienes los acompañamos vemos en ellos el rostro de Jesús, necesitados de nuestras manos, de nuestro cariño, de todo nuestro apoyo para vivir y sentir la dignidad de ser persona…
¡cuánta pobreza encierran sus cuerpos y cuánta riqueza su corazón!».
¡Gracias, Señor, por esta complementariedad que favorece desde la pobreza el tesoro más grande!… Dejarse hacer y ser; sus necesidades complementan con creces nuestras pobrezas, llegando a ser muy felices a su lado, ¡cuántos testimonios de familias, profesionales y voluntariado ante esta “verdad” de vivir con y junto a ellos el gozo, la paz y la alegría en el día a día!, ofreciendo la posibilidad de, junto a ellos, ¡vivir en la tierra el reino de los cielos!
En sus personas, día a día, constatamos cómo los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia «son bienaventurados»; la persona con una discapacidad goza de sus pequeños logros, ofrece un abrazo sincero, sus miradas profundas te envuelven en esa paz ceñida en ternura como fruto de la aceptación de una vida en las manos de Dios Padre-Madre, que nos ama con un amor infinito; aunque muchos no lo entiendan en esta sociedad que busca lo perfecto y evita el sufrimiento y el dolor… Quienes compartimos con personas de distintas capacidades somos conscientes de que el estar, el vivir junto a ellos, es un camino de encuentro con la verdadera felicidad reflejado en el gozo real de quienes los acompañan y comparten con ellos ¡vida!, siendo ámbitos para encontrar y escudriñar la santidad de vida en hechos concretos.
Trabajar y compartir vida en este mundo de la discapacidad te ensancha la mirada con esperanza por sus limitaciones, por sus necesidades, por su limpieza de corazón, por la necesidad de justicia en el reconocimiento de sus dones. ¿Qué falta hace, a nivel social, familiar, eclesial, político, cambiar la mirada hacia personas con distintas capacidades, ver lo que se esconde en cada criatura de Dios, amada y necesaria, ¡mirar como Jesús miraba!, oír lo que él nos dice en las bienaventuranzas y servir, ¡cuánto nos enseñan!
Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es solo cuidarlos, sino que «participen activamente en la comunidad civil y eclesial desde una inclusión activa y participativa. Es un camino exigente y también fatigoso que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible» (Fratelli tutti 98).
Bienaventurados en la Esperanza
Los que tienen discapacidad,
con su vida son lección,
con sus logros y sus luchas
nos regalan el corazón.
En sus manos caben milagros,
en su ternura, la verdad,
y en el silencio de su vida
descubrimos la eternidad.
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