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Sinodales desde el comienzo
Ahora más que nunca y por motivos profundos. Iglesia sinodal.
Ahora es el tiempo de la comunidad en libertad, el tiempo del laicado, hombres y mujeres, de los jóvenes con protagonismo. Los pastores tenemos una responsabilidad, no somos los dueños del Espíritu. ¿Sabremos dejarlos caminar en el espíritu sin obstaculizar sus discernimientos y sus compromisos en medio del mundo? ¿los abandonaremos hasta que se agoten como pabilos vacilantes? ¿los apoyaremos en sus procesos y compromisos en medio del mundo y los ambientes? ¿Les barreremos sus casas sin haber barrido la nuestra? ¿les pediremos eficacia dejando atrás a los más pobres y débiles del mundo? ¿les reconoceremos su protagonismo o los cargaremos con nuestro personalismos e ideologías?
Me gusta contemplar y doy gracias a Dios por los procesos de vida de militantes cristianos en los distintos ambientes y movimientos de acción católica. Se sienten en su vivir Iglesia del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo Resucitado. Conscientes de que ahora es el momento de acabar con todos los miedos y los temores para vivir eternamente desde la confianza. La Iglesia está llamada a abrir todas sus puertas y ventanas para que el Espíritu que ha recibido, se haga extensivo para todo el mundo y toda la creación.
Para ello tendrá que desclericalizarse. Este es el trabajo del laicado, de todos los bautizados que, tocados por el Espíritu, disciernen lo que el Padre quiere de este mundo y se meten en él como levadura, como sal, como grano de mostaza, como grano de trigo para ser «Iglesia en misión, en salida, compasiva, generosa, de perdón y sanación, de fuerza para los débiles y denuncia para los injustos y los inmisericordes», para llamarlos a la conversión de corazón. Y de un modo especial están llamados a ser portadores de este espíritu los cristianos más jóvenes, las mujeres, llenos de vida e ilusiones, ellos y ellas se merecen la autenticidad del evangelio y el reconocimiento de su importancia para llevar el evangelio.
Jesús eligió a los discípulos, y entre ellos jóvenes, de los hombres y mujeres sencillas del pueblo, y los llenó de protagonismo, confió en ellos, puso en sus manos el anuncio del Reino y los envió al mundo, para que superando todo miedo lleven el amor y la misericordia. No podemos renovarnos como Iglesia apostólica en medio del mundo sin el laicado, sin el pueblo de Dios en corresponsabilidad, y especialmente hemos de priorizar el lugar de los jóvenes en el deseo de una Iglesia en salida. En sus manos está el presente y el futuro del mundo y la humanidad, sin ellos no habrá esperanza y el Reino no podrá avanzar. Dios cuenta con ellos y a ellos quiere enviar su Espíritu. La iglesia tiene como obligación central escuchar y abrirse al Espíritu hoy.
Los retos a los que empuja el Espíritu a la Iglesia actual siguen siendo los de aquel Pentecostés primero:
- Abrirse a las sugerencias del Espíritu para tener un lenguaje nuevo, una lengua de luz y de verdad, de libertad y de justicia, de coherencia y entrega radical, que toque a los hombres y mujeres de hoy, a los jóvenes y cuente con ellos.
- Llegar al hombre de hoy y hablarle en su propio idioma, en su dolor y angustia, en su pobreza y cansancio, en su desnortamiento y agobio, para más allá de las diferencias y las divisiones implantadas, llegar a entender a todos y a ser entendida en su mensaje de amor y gracia. No nos toca entretener ni acomodar.
- Le toca abrirse, como nunca, al lenguaje del ecumenismo y del diálogo, en la verdadera libertad y en el deseo del encuentro de lo más humano y lo más digno. Ahora no estamos para distinguirnos, ni fusionarnos, sino para salvarnos; para salvarnos todos los cristianos en Cristo y todas las religiones en el amor. Nos toca amar sin fronteras y sin límites porque es lo propio de nuestro Espíritu.
- La Iglesia, en su interior, hoy como nunca, se siente impelida por el Espíritu para vivir la diversidad de dones, ministerios y funciones atendiendo al bien común, sabiendo que es un mismo Dios el que obra todo en todos. Sólo así será una Iglesia creíble. Para esto hemos de unirnos y organizarnos como bautizados para llegar a todos los ambientes del mundo. Hoy más que nunca a los movimientos de acción católica nos toca articularnos en la comunión desde la riqueza de nuestras identidades en el camino con la sociedad de hoy, con el mundo.
-Benditos las bautizadas y bautizados que organizados en la acción católica y en todos sus movimientos tienen proyectos evangelizadores para un momento nuevo, que está llamado a procesos de interioridad y de compromiso por el Reino de Dios y su justicia. ¿Apostaremos por la ilusión y la comunión realizada en el encuentro y la ayuda en las claves fundamentales de nuestros procesos que nos regaló el concilio vaticano II y a las que intentamos ser fieles, o por modelos organizativos llegados desde fuera? Son tantos años ya removiéndonos y obstaculizando lo fundamental. Nos abrazamos al Espíritu.
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