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La Teología de la liberación ha sido más que una teología, ciertamente. ¿Qué teología tiene mártires?
La Teología de la liberación ha sido la expresión más genuina de la recepción del Vaticano II en América Latina. El Concilio en el continente dio lugar a una Iglesia nueva, una iglesia ungida por el Espíritu, capaz de celebrar y de pensar como solo pueden hacerlo comunidades libres y adultas.
Esto, creo yo, es lo que reconoce el Papa con decir: “La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina”. ¿Lo sigue siendo? ¿O simplemente se agotó?
No tengo dudas de que, desde un punto de vista metodológico, la Teología de la liberación está vigente. Habría que sospechar, en cambio, de teologías no liberadoras. Si no liberan, ¿en qué están? Pero no puede negarse que la Teología de la liberación, en cuanto movimiento, en cuanto un modo de ser iglesia, está en crisis.
Observo el tema desde una esquina del continente: Chile. Mi visión es parcial. ¿Qué veo? Un nuevo clero combatió la eclesiología del Pueblo de Dios. Llegó el obispo y dijo: “es mejor un mal cura que una buena monja”. Sacó a la monja y el cura acabó con la participación comunitaria. La religiosa voló. Nunca más se supo de ella. Comunidades llenas de vida, gentes que aprendieron a leer con la Biblia en las manos, catequesis familiares, cocinas, platos, recolección de fondos, refugio contra la dictadura, amparo a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos, canastas de solidaridad, teatro, visitas a los enfermos, responsos a los difuntos realizados por los mismos laicos, iniciativas con discapacitados, liturgias guiadas por mujeres, drogadictos, ancianos, personas enfermas alcohólicas, esto y mucho más fue ignorado, considerado talvez profano, eliminado o dejado simplemente caer.
Debe reconocerse, sí, que las crisis de las comunidades -y de una teología que si no arraiga en ellas no tiene razón de ser-, no ha dependido solo de sacerdotes y obispos del postconcilio revisionista. El cambio cultural en curso es impresionante. El mercado convierte las personas en individuos solitarios, inermes; arma y desarma redes precarias de clientes. Todas las formas de asociatividad experimentan mutaciones radicales. Surgen nuevas. Las antiguas mueren, languidecen y, en algunos casos, logran transformaciones positivas. La religiosidad se encuentra a la mano en un gran mercado, en el que incluso el cristianismo se ofrece en productos y a precios con los que el mismo catolicismo no puede competir.
La situación es tan grave que, no por un asunto de mejor o peor teología, el futuro de la Iglesia en América Latina está comprometido. Se dirá que aún la religiosidad popular es vigorosa. Cierto, pero en la perspectiva del Evangelio, esta es más cristiana mientras más fraternal y solidaria. Y es esto exactamente lo que está fracasando. ¿Habrá a futuro comunidades cristianas que celebren su fe y compartan el pan con los necesitados? ¿Quién correrá riesgos por amor al próximo? ¿Los devotos de las pulseras milagrosas? A mi juicio las comunidades son esenciales. Si faltan, el resto importa menos, poco o nada.
Con todo, aun en el caso que solo queden cristianos solitarios, sin comunidades, creyentes zombies, utópicos del reino de los cielos, ellos pueden librar una batalla en esta guerra, aunque sea como francotiradores; que también Jesús, al final, siguió solo. Lo abandonó la comunidad. Podrán solo resistir, porque las razones para vencer, en esta tierra, son casi nulas. Todavía podrán identificarse con la Teología de la liberación quienes militen contra el atropello de la dignidad humana. El capital se concentra a un grado espeluznante, la necesidad de tener un trabajo compromete más que nunca el honor de las personas, el planeta se incendia y puede fracasar por la razón menos pensada. Quienes todavía crean que el cristianismo es un motivo de esperanza, encontrarán en la Teología de la liberación vínculos solidarios con todos los credos, filosofías, modos de humanidad y agrupaciones sensibles a la suerte de los descartados. Nuevas alianzas aún son posibles. Lo fueron en el pasado. Serán indispensables a futuro.
Tal vez la Teología de la liberación todavía radica en la Iglesia. Si no, esperamos que así sea.
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