"La sinodalidad exige 'pastores con olor a oveja', no burócratas del altar"
El legado de Francisco: Del clericalismo a la sinodalidad
La crisis detrás de la crisis. Este puede ser también el título de esta columna. La crisis provocada por los abusos sexuales de algunos clérigos en la Iglesia Católica es la expresión sórdida de otra profunda crisis, a saber, la del divorcio entre la institución eclesiástica y el Pueblo de Dios (todos los bautizados y bautizadas). Estos abusos tienen varias causas, por ejemplo, la pedofilia. Pero como bien señalan la Royal Comisión australiana (2017) y el Forschungsprojekt sobre esta materia de los alemanes (2018), la institucionalidad eclesiástica católica los facilita.
Después del esfuerzo del Concilio Vaticano II (1962-1965) de dialogar con la modernidad, los sectores predominantes de la jerarquía eclesiástica frenaron este notable intento. De esta manera, además, hicieron caso omiso de la condena del fideísmo del Concilio Vaticano I (1870). Este error teológico, una verdadera herejía, consiste en creer lo que se imponga creer con sacrificio de la razón, de la razonabilidad y de la racionalidad. En otras palabras, especialmente en los últimos 50 años, se ha demandado de los fieles católicos la llamada vulgarmente “fe del carbonero”, con penosas consecuencias.
Resultado: los cristianos católicos han sufrido al extremo de sus posibilidades no poder vivir su cristianismo de acuerdo a los estándares culturales de su época. Segundo resultado: la jerarquía eclesiástica ha perdido ascendencia sobre ellos. Hasta hace poco, estas hacían como si mandaran. Los fieles, por su parte, hacían como si obedecieran. Desde hace un rato, en cambio, el foso de incomunicación e incomprensión se ha ensanchado a un grado que comienza a dar lo mismo todo. Las autoridades, gravemente desautorizadas, contemplan como las aguas vuelven a sus cauces a pesar suyo o en su contra: los cristianos comunes integran fe y razón porque, de lo contrario, dejarían de ser cristianos o se deshumanizarían.
Los campos del fideísmo son tantos como los modos de ser cristianos. El más típico, y que ha hecho mucho daño, es el doctrinal. El ícono ha sido la encíclica Humanae vitae que prohibió el uso de los métodos artificiales de control de natalidad. En la actualidad, hace justo 50 años de su publicación, prácticamente ninguna católica sigue esta doctrina. Otro ejemplo: hoy, casi nadie entiende por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes.
En las circunstancias actuales, el fideísmo se manifiesta en el mismo clero. La preparación de nosotros los sacerdotes para integrar fe y sexualidad es deficitaria. ¿Qué harán los seminarios para formar gente que sepa, a lo largo de su vida, aprender a relacionarse con los demás con acercamientos y distancias que les permitan a estos y a ellos mismos realizarse como seres humanos normales?
En lo inmediato, el fideísmo más ruidoso es el clericalismo. El modo de estructurarse, de organizarse y de ejercerse la autoridad en la Iglesia es fideísta porque no está a la altura de los logros civilizatorios de la modernidad que, en esta materia, ha inventado mecanismos varios para controlar el poder. El Papa ha denunciado a diestra y siniestra que este es un problema gravísimo. Pero el mismo Francisco le ha pegado un manotazo a Cristián Precht (de izquierda), y otro a Fernando Karadima (de derecha), quitándoles el sacerdocio, sin dar explicación de su acto. La explicación local ha sido que el Santo Padre puede ejercer su poder de un modo inmediato sobre cualquier cristiano y hacerlo de modo inapelable.
El panorama es malo. La institución eclesiástica no se reforma. No se pueden desarrollar los cristianismos europeos, americanos, africanos, oceánicos o asiáticos mientras la sede romana pretenda gobernarlos a todos por parejo, sin tener en cuenta las diversidades culturales. Esta exclusión cultural, la marginación de la mujer, la concentración del poder del clero entre otros déficit tienen como causa una institucionalidad anacrónica reticente a los cambios.
¿Qué queda a los católicos por delante? Dos posibilidades: una, dejar la Iglesia por haberse convertido ella en un ámbito tóxico. Otra, por la cual yo apuesto: resistir, rebelarse si es el caso y recrear la novedad del Evangelio.
No será nuevo que los cristianos continúen preocupándose de los pobres como lo han hecho por dos mil años. Tampoco será nuevo reunirse en comunidades en las cuales se pueda compartir la vida y celebrar la fe. Sí lo será inventar nuevas maneras, conforme cambia la cultura, de articular fe y razón, de testimoniar en los tiempos por venir, de que el amor, el amor al modo inteligente y radical como Jesús lo entendió, es el secreto de la humanización.
También te puede interesar
"La sinodalidad exige 'pastores con olor a oveja', no burócratas del altar"
El legado de Francisco: Del clericalismo a la sinodalidad
"Jesús fue mártir de la 'civilización del amor' (Pablo VI, 1970). Los cristianos también podrían serlo"
Compromiso cristiano con el planeta
"En el 2025, a los 60 años del Concilio, Estos tres tópicos están desafiando la fidelidad al Vaticano II"
Tres retos a la Iglesia del Vaticano II: Desacerdotalización, desromanización y desantropologización
"La Teología de la Liberación ha contribuido a que la Iglesia en América Latina despunte como una institución adulta"
Gustavo Gutiérrez, un icono en la Iglesia latinoamericana del posconcilio
Lo último
"Va siendo hora de que la Iglesia católica recapacite para subirse al tren del progreso"
El no del Vaticano a ordenar mujeres diaconisas, ni en la Iglesia primitiva
Silencio, intemperie y "falta de frailes": ¿Basta con cumplir la ley del mercado para justificar una decisión pastoral?
Cierre del Colegio Santo Domingo de La Reina: Una lección dolorosa para la Iglesia Sinodal
El jesuita Patxi Álvarez de los Mozos revisita la génesis, alcance y vigencia del 'Decreto cuarto'
Cristianismo y Justicia conmemora el 50 aniversario del 'Decreto fe-justicia' en su último cuaderno