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El Papa Francisco visitará Chile en enero próximo. ¡Bienvenido! Sus palabras y sus gestos, han sido una señal poderosa de por dónde va el Evangelio. Impacta él mismo, porque evoca el reino que Jesús anunció a los menospreciados de su época. Asimismo, su empeño por proseguir con la misión de Jesús también entusiasma para sumarse a sus varias causas. Su viaje a Chile, a mí en particular, me motiva para hacerle algunas peticiones que, planteadas desde este rincón del planeta, pueden tal vez parecerle pertinentes para el gobierno de la Iglesia.
Le pido, en primer lugar, y como lo más importante, que continúe anunciando el Evangelio a los más pobres. Al hacerlo, nos hace saber a todos que el reino de Dios es cosa de crucificados. Cada víctima de la infinidad de pobrezas que pueden aquejar a un ser humano, es Cristo: los migrantes indocumentados, las mujeres aprovechadas, los padres que han perdido a hijo, los jóvenes empepados... ¡Son tantos! Le pido a Francisco que no ceje de anunciar a ellos que el reino de Dios les pertenece.
Él ha señalado que las mujeres deben ser aún más incorporadas a la Iglesia. Las bautizadas, a diferencia de los bautizados, no son consideradas suficientemente “hijas de Dios” y “hermanas” nuestras. Solicito al Papa que remueva los obstáculos –canónicos y teológicos- que impiden que las mujeres participen en la Iglesia de acuerdo a los estándares de la civilización contemporánea. ¿Por qué no pueden ser elegidas en ningún cargo importante? ¿Por qué no pueden elegir a ninguna autoridad importante? ¿Por qué no votan en la aprobación de ningún documento importante? La importancia de la mujer en la Iglesia es secundaria. Esto no es cristiano.
También le pido a Francisco que fomente la creación de comunidades. Los católicos necesitan “tocar” la Iglesia de Jesús. Les es necesario “experimentarla” como un lugar que los acoja y los quiera. Las personas hoy están muy solas. Nadie pertenece a nadie. Los católicos cada vez que se habla de “la Iglesia” piensan en la jerarquía eclesiástica o en el Vaticano, lo cual les resulta lejano y ajeno. Hubo en América Latina “comunidades eclesiales de base”, alegres, solidarias, reunidas en torno a la lectura de la Biblia. Casi no quedan. Todavía hay comunidades cristianas inspiradas en diversas espiritualidades. Tendría que haber muchas más. Nada impide que en ellas participen personas que no creen en Dios o que tengan otras pertenencias religiosas. Enriquecerían aún más la convivencia.
Falta diálogo y participación en la Iglesia chilena a todos los niveles. Se necesita que los católicos puedan expresarse con libertad y que se creen instancias para que esto sea posible. Los laicos debieran ser oídos cuando sea necesario elegir obispos y párrocos, y votar incluso por ellos o dejarles, al menos, la posibilidad de veto. Ningún obispo debiera ser impuesto.
Le pido al Papa que revise las condiciones exigidas para ser sacerdote. Prueba de vocación sacerdotal auténtica, debiera ser un equilibrio afectivo-sexual en los eventuales candidatos. En todo caso, sería conveniente que se revisara la exigencia del celibato para los sacerdotes. Es un requisito muy oneroso. Y, en vista a ampliar el servicio evangelizador, pudiera abrirse la posibilidad de que los viri probati –varones de reputada virtud y capacidad- reciban el sacramento de la ordenación sacerdotal.
Los tiempos que corren exigen que los cristianos, en vez de saber muchas cosas, sepan discernir. Pero esta capacidad requiere de una buena formación. Por esto, también solicito al Papa Francisco que promueva una sólida formación intelectual de los católicos. Estos debieran saber explicar a la gente de su época que significa ser cristianos hoy. Con mayor razón debiera capacitarse a los seminaristas para responder, de un modo inteligente, a los requerimientos intelectuales que cualquier persona pueda hacerles. Estos debieran aprender a conectarse con la gente de hoy a nivel de la experiencia. De lo contrario continuarán tratando de transmitir el credo en un lenguaje que ya nadie entiende ni soporta.
Alguien creerá que estoy pidiendo demasiado. Tampoco faltará quien diga que poco. Que el Papa juzgue.
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