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Nos hace bien oírlas
Los “patriarcas” huimos al desierto y a los monasterios queriendo encontrarnos con el misterio. Ellas nos dicen que es la cotidianidad, las experiencias de todos los días, lo que nos pone de frente a la divinidad y que por ahí, en lo ordinario, se camina con espíritu.
Los “patriarcas”, sintiéndonos espirituales, queremos dominar y usamos jerarquías y violencia bajo el grito de “Dios lo quiere”. Ellas nos dicen que si somos espirituales no nos ponemos por encima de nadie y que más bien nos estamos por debajo de los otros y de lo otro para servir.
Los “patriarcas”, buscando ser perfectos, usamos de ritos, prácticas que pesan como piedras, insistimos en que hay que aprenderse oraciones, repeticiones que duelen como ruidos al oído, que hay que seguir las reglas, bozales que ahogan el corazón. Ellas nos dicen que no hay tal obligación de ser perfectos, que hay que vivir y agradecer, porque la espiritualidad es la vida toda y no sólo la religión.
Los “patriarcas” hemos creado manuales de ascética y pusimos la mística en el éter. Ellas nos dicen que la ascética está en resistir al mal que quita la vida a los más vulnerables y que lo que interesa a la mística son los pobres porque en ellos se hace denso Dios y que esto no es para unos elegidos y que si no es para todos pues simplemente no sirve.
Los “patriarcas”, obsesionados con la razón despreciamos el cuerpo y empezamos a hablar de ángeles, milagros, de cielos, de “sobrenaturalidad”. Ellas nos dicen que hay que empezar por nuestros cuerpos, que ahí está Dios hecho carne y respirando, que huir de lo que tocamos y lo que nos toca, es huir del espíritu.
Los “patriarcas” hacemos discursos sobre la santidad, nos comemos el árbol del bien y del mal y acusamos. Ellas nos dicen que no hay ni siquiera que hablar de santidad y mucho menos acusar y que lo que hay que hacer es dejar que Dios se geste en nuestra carne y tener la paciencia y el aguante para parirlo en medio de dolores.
Los “patriarcas” ponemos talanqueras para cuidar la trascendencia y todo lo sagrado se nos queda más allá. Ellas nos dicen que está más acá y que en las historias que nos contamos aparece la de Dios y que la espiritualidad anda hasta en las ollas de la cocina.
Los “patriarcas” sometimos la tierra y la volvimos inhóspita. Ellas nos dicen que todos somos uno, todo pertene a todo, que no es necesario dominar y menos violar y que lo que vale es amar y cuidar lo pequeño.
Los “patriarcas” vemos la diferencia como lo no apropiado y descartamos lo femenino, lo extranjero, lo subalterno, lo pequeño, lo débil, lo pobre… Ellas nos dicen que Dios es tremendamente diverso y que la diferencia es oportunidad para acceder a su belleza.
Sí, lo que dicen las teólogas feministas sacude toda la espiritualidad. Nos hace bien oírlas.
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