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La muerte como ejercicio del poder
25 años sin descansar en la búsqueda de los desaparecidos
Las mujeres de Caminos de esperanza, Madres de la Candelaria, han traído cruces, cada una con su cruz; las cruces no tienen Cristo, Cristo está desaparecido, lo han desaparecido; no cuelga del madero, no se sabe dónde está. Las cruces sin Cristo de las mujeres tienen sólo nombres grabados, los de sus hijos e hijas, los de sus seres queridos, los nombres que dieron a los suyos cuando todavía los gestaban en sus entrañas y cuando los vieron nacer; nombres que ellas no olvidan porque el amor nunca olvida; los nombres que la locura de la muerte quiso borrar y prohibió pronunciar.
La única forma de adorar al Cristo desaparecido de estas cruces es buscar hasta encontrarlo. No se le adora arrodillados y en los rezos quietos, se le adora subiendo a las montañas, hundiéndose en los ríos, excavando en La Escombrera, abriendo las fosas comunes, destapando las tumbas de los cementerios. No se le adora en novenarios y liturgias, se le adora haciendo justicia, diciendo la verdad, comprometiéndose a la reparación y propiciando la no repetición.
El Cristo de estas cruces está desaparecido y nos quedan sólo sus nombres; cada nombre llama a Cristo; Cristo tiene muchos nombres, tantos como seres humanos, y cada nombre es un evangelio, una buena noticia, una historia de Dios; sin los nombres que las mujeres gritan en las calles y plazas, en los atrios de las iglesias, en las audiencias de la JEP, en el Museo Casa de la Memoria; sin esos nombres no hay salvación para nosotros; sin ellos, nunca sabremos cómo se llama Dios y cómo nos llamamos los que sobrevivimos al horror; sin esos nombres estamos perdidos. Pronunciar los nombres del Cristo desaparecido es nuestra bendición al agradecer estos 25 años de lucha.
Los queremos vivos, libres y en paz. Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
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