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El relato de la Transfiguración nos invita a elevar la mirada y contemplar la verdadera identidad de Jesús en un mundo marcado por el ruido, las prisas y la sobreinformación. En marzo de 2025, cuando convivimos con crisis climáticas, tensiones sociales y una acelerada transformación tecnológica que nos abruma con datos y opiniones, la escena de la montaña se convierte en una poderosa invitación a detenernos y reencontrarnos con la voz de Dios.
Jesús sube a orar y, en la cima, revela su gloria ante Pedro, Juan y Santiago. No es solo una experiencia mística aislada, sino una señal de quién es realmente Jesús: el Hijo amado, el Elegido. En medio de las sombras y las incertidumbres de nuestro tiempo, esta luz nos recuerda que hay una verdad que permanece, una voz que sigue resonando en medio del caos: “Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”.
La presencia de Moisés y Elías une el pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación. En un momento en el que muchos se sienten desconectados de sus raíces espirituales y culturales, este detalle nos recuerda que nuestra fe no es algo improvisado o pasajero, sino parte de una historia más grande que nos precede y nos trasciende. Somos herederos de una promesa de fidelidad y esperanza, que hoy sigue viva.
Sin embargo, el corazón de la escena no está solo en la visión gloriosa, sino en la voz del Padre que llama a escuchar a Jesús. En un mundo hiperconectado, donde cada día somos bombardeados por miles de mensajes, opiniones e ideologías, el verdadero desafío es discernir qué voces nos acercan a la verdad y cuáles nos alejan de ella. En medio de las redes sociales, las noticias y las discusiones globales, necesitamos afinar el oído interior para reconocer la voz de Jesús: esa voz que no grita, pero que ilumina y transforma.
Pedro, con su impulso tan humano, quiso quedarse allí, construir tres tiendas y prolongar el momento. Pero la Transfiguración no es un refugio para escapar del mundo, sino un anticipo para iluminar el camino de la cruz y la misión. También nosotros, en este 2025, somos llamados a bajar de la montaña. No para perder la luz, sino para llevarla a nuestras familias, comunidades y ambientes cotidianos. La claridad de la Transfiguración solo tiene sentido si nos impulsa a transformar la realidad.
Que esta escena nos ayude a buscar tiempos de silencio y oración, para dejarnos transfigurar por la luz de Cristo. Que nos enseñe a escuchar su voz en medio del ruido y a reconocerlo en los rostros concretos de quienes necesitan consuelo, justicia y esperanza.
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