El sacerdote publica 'La danza del desierto' (Ediciones Khaf)
El desierto habitado de Santos Urías
El sacerdote publica 'La danza del desierto' (Ediciones Khaf)
El último libro del sacerdote Santos Urías –La danza del desierto (Ediciones Khaf)– habla de arena, de desierto, cuando, en realidad, actúa como un faro que alumbra en la oscuridad o intenta traspasar las tinieblas que hace que tantos tengan que caminar a tientas, apalpando por la vida.
También hay algunos faros solares en el desierto que guían hacia esos puertos seguros que son los oasis, y en esta danza del desierto que Urías metamorfosea con su habitual mirada poética para rescatar del infortunio de las arenas movedizas, él quiere recordar la existencia de esos lugares –que, como el desierto, están en cada uno– donde enjuagar con agua pura las costras de la vida.
El propio libro es en sí mismo también pura arena movediza porque –y esta creo que es otra de las características que suele acompañar la obra falsamente sencilla de Santos Urías–, al poco de iniciarse su lectura uno siente que el suelo se le mueve, que distraído por la belleza formal, el fondo cala, la brisa agita y el desierto se mueve dentro mostrando mil rasgos concretos de una arena que exfolia el alma.
Una madre que ha de cuidar a los hijos de otros, un jubilado, un enfermo, un inmigrante, una huérfana jipi, una anciana, un buscavidas que corretea por los atajos, una camarera que soñó y se abrasó con el fuego de la luz que luego supo que le nacía de dentro… Personajes todos ellos a los que Urías –unas veces en primera persona, otras en tercera– acompaña en su particular travesía de un desierto, que, como señala en el prólogo Vicente Esplugues –otro caminante–, “no es cuestión de latitudes, geografías o climas", sino "la oportunidad de renovar totalmente lo que somos cuando dejamos lo aprendido y, desnudados, nos disponemos a iniciar un camino no apoyados en nuestras fuerzas, nuestros criterios, nuestras prioridades, y dejamos que sea otro el que nos guíe”.
Y el desierto del sacerdote madrileño es un desierto habitado, lleno de rostros concretos a los que asoman las huellas del camino, “vidas de desierto en un tiempo de desierto”, porque el de hoy es, para Urías, “un tiempo particularmente convulso”, por eso, “un tiempo de desierto” en el que “sería una pena dejar pasar la oportunidad de encontrar esa sabiduría que encierra”.
Ni que decir tiene que él no la deja pasar, sabedor de que “somos arena llevada por la brisa o azotada por el viento” y en la que algunos son capaces de ver el soplo del Espíritu y, a modo de sherpas, o mejor, de los pastores de caravanas del desierto, son capaces de ir sembrando de huellas la arena.
Urías escruta en el desierto de la ciudad, donde la gente “danza del templo al mercado, del ambulatorio a la cocina, del piso de reinserción a la farmacia de la esquina”, porque “solo se entiende el oasis si hay desierto; solo se entiende el desierto si hay oasis”. Una luz en la tormenta de arena.
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