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La tradición oral sobre Jesús durante la generación apostólica

Blog 12- 1268 1-12-2022

Escribe Antonio Piñero

Seguimos con el análisis menudo y pausado del libro de S. Guijarro, “Los cuatro Evangelios (edit. Sígueme). El autor sitúa muy bien la etapa de esta pesquisa: desde la muerte de Jesús (el 30 o el 33 e.c.) hasta la destrucción de Jerusalén en el 70. Señala también nuestro autor que es muy probable que durante esa etapa desapareciera la mayor parte de los discípulos de Jesús, de modo que la tradición sobre este empieza a conservarse en un segundo grado o estadio, en donde –sin lugar a dudas empiezan a afectar los efectos de cambio y distorsión propios de toda tradición oral. En general se tiende a olvidar lo molesto o desagradable y se magnifica y ensalza lo agradable.

Función básica y fundamental en este período es la firme creencia en la resurrección de Jesús. Y afirma Guijarro con toda la fe pascual, que Dios lo resucitó; no fue Jesús mismo el que se resucitó a sí mismo, lo cual sería esperable en una concepción como la del Evangelio de Juan, según la cual en la persona física de Jesús se había encarnado el Verbo, la Palabra (arameo “Memrá” cargada de una gran teología del judaísmo de la época, muy similar a la de la Sabiduría), es decir, que –según Juan– Jesús es dios desde el principio. Pero en realidad Guijarro no admite la teología johánica y acepta, pues, que Jesús durante su vida en la tierra nunca se consideró dios. Creo que es un punto importante. Léase el discurso de Pedro en Hechos 2 y el inicio de la Carta los Romanos de Pablo.

Segundo: acepta Guijarro que la tradición sobre Jesús se cultivó y se enriqueció. No dice nuestro autor cómo, pero probablemente en la línea señalada arriba: olvido de lo negativo (en general; no siempre ni mucho menos; y magnificación de lo positivo).

Opino que aquí debió señalar nuestro autor la opinión común entre los investigadores acerca de donde se congregaron y formaron grupo dentro del judaísmo los seguidores íntimos de Jesús. Si en Jerusalén o en Galilea (¿algunos en Samaría?). En este momento se puede hablar ya de verdadera “tradición” –recogida de hechos y dichos de Jesús para transmitir a otros y con fines concretos– y no meros “recuerdos” de Jesús. Tampoco alude Guijarro al gran inconveniente que supone la gran cantidad de variantes, e incluso contradicciones, que encuentra un análisis objetivo, enumerativo e imparcial de esas tradiciones acerca de la resurrección.

Creo que en otra ocasión ya cité a Javier Alonso, que en un libro titulado “Resurrección” (edit. Arzalia, Madrid) reúne las tradiciones dispares sobre la resurrección en el movimiento más primitivo de seguidores de Jesús, que son brevemente las siguientes:

Sostendría por mi parte en este momento que –aunque el que nuestro autor recalca con toda razón que sin la creencia firme en la resurrección de Jesús no habría habido cristianismo–, habría convenido manifestar claramente que la creencia en la resurrección de Jesús se basa en las apariciones, y que cada uno de los evangelistas y Pablo las cuentan según han oído. Todo es muy subjetivo.

Así pues, sostengo que algo tan importante como la resurrección de Jesús debería estar atestiguado con una mayor solidez. Y dejo aparte, lo que muchos críticos independientes han señalado como inverosímil desde un punto de vista meramente histórico, que una creencia en la resurrección de Jesús, destinada a ser universal, para toda la humanidad (ya que de ella depende la fe cristiana en la salvación de todos los hombres, y que la resurrección de Jesús fue solo la primicia de la resurrección general de todos los seres humanos antes del Juicio Final, unos para condenación; otros, para salvación), esta resurrección, digo, y sus hechos y anuncios se circunscribiera a los poquísimo discípulos de Jesús, de lo que se desprende que toda la humanidad ha de creer en el testimonio de estos seguidores del Nazareno, testimonio –como he señalado– que es contradictorio.

Ahora bien, este terreno es el de la fe, no de la historia. Y he afirmado mil veces que sin la firme creencia en la resurrección de Jesús, por la cual estarían dispuestos los primero discípulos a dar su vida, no se explicaría el surgimiento del cristianismo. Y ahí se detiene el historiador, sin juzgar más.

Finalmente señala Guijarro (p. 129), que por esta creencia en la resurrección del Maestro “la tradición sobre Jesús no solo se cultivó, sino que se enriqueció. A ello debió contribuir la espectacular difusión del naciente movimiento cristiano, que en pocos años hizo llegar su mensaje a diversas regiones del Imperio Romano”.

A este respecto debe tenerse en cuenta el estudio de Rodney Starck, “La expansión del cristianismo”, Madrid, Trotta, 2009. Starck afirma que el cristianismo creció un 40% por década (¡un crecimiento tremendo ciertamente, aunque no todos los estudios están de acuerdo), desde los teóricos 120 discípulos reunidos en Jerusalén según Hechos 1,14, hasta mediados del siglo IV. Pero sostiene Starck que no es preciso postular una ayuda especialísima del Espíritu Santo, ya que esta expansión fue igual a la de los mormones en el estado norteamericano de Utah en el siglo XIX, e igual a la del Islam en los siglos VII y VIII.

Seguiremos porque hay mucho que comentar.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com

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