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Pikaza: "¿Por qué muchos cristianos de origen dejan hoy de bautizarse?"

Bautismo de Jesús. Aprender a bautizar de nuevo, la esencia de la Iglesia.

El tema del cristianismo (año 2021), no es la jerarquía varicana, ni dogmas antiguos, ni escándalo del clero, sino el bautismo. ¿Cómo debería bautizar hoy la Iglesia para ser fiel a Jesús? ¿Por qué muchos cristianos de origen dejan hoy de bautizarse?

Algunos echan la culpa a la “gente” (padres menos fieles, comunidades desengañadas...), pero el tema no es la “gente”, sino si la Iglesia es “útero de nueva vida”, lugar y camino atrayente de nacimiento y comunión humana para todos los hombres.

Bautismo de Jesús
El bautismo de Jesús

Bautismo de Jesús, su nuevo nacimiento.

Había nacido ya, como hemos celebrado en Navidad. Pero, en un momento dado, para culminad su nacimiento, Jesús fue a bautizarse, haciéndose discípulo de Juan. Abandonó la familia, dejó el trabajo como tekton y se integró en una poderosa “escuela bautismal”,

Y sucedió entonces que llegó Jesús, de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9-11).

Es difícil trazar suposiciones de tipo psicológico, pero es evidente que, recibiendo el bautismo, Jesús vino a vincularse con los “pecadores” de su pueblo, con su carga de trabajo y/o falta de trabajo, como tekton, artesano galileo (Mc 6,1‒5), en una sociedad que se desintegraba. Venía a bautizarse para asumir el camino de Juan, quizá para “despedirse” del Dios de las promesas fracasadas, como Elías sobre el Horeb (1 Rey 19; cf. cap. 13). Pero el Dios de su fe más profunda, vinculada a su tradición familiar mesiánica, el Dios de sus deseos más hondos, le salió al encuentro tras el agua, en la brisa del Espíritu, para engendrarle en novedad y confiarle su tarea. Aquel fue el momento y lugar de su verdad, su verdadero nacimiento.

Escuchó una voz que decía: ¡Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido! Escuchando esa voz interior, Jesús supo que Dios se le manifestaba como Padre (en su más honda verdad) y le constituía como Hijo, en gesto de nueva creación, de manera que podemos verle desde entonces como un renacido.

Jesús supo así que el principio de la vida humana es la voz del Padre que le instaura (engendra) como ¡Hijo!. Jesús supo así que Dios le llamaba (y le hacía ser) desde el fondo de su entraña, no desde fuera, instituyendo así la nueva identidad cristiana. La primera voz del Cielo (de Dios) no es ya Soy el que soy, Yahvé; (cf. Ex 3, 14 9), sino la afirmación engendradora del que sale de sí y suscita al otro, diciéndole ¡Tú eres!

Un tipo de judaísmo había comenzado su camino desde el Yo Soy de Dios como misterio incognoscible. El evangelio en cambio se fundamenta y expresa en el descubrimiento del Dios que es en sí mismo diciendo Tú Eres. Dios no empieza asegurando su ser, sino dando ser al otro; no es un Yo soy en mí, sino un Yo para y contigo, diciendo Tú eres mi Hijo.

2. Nacer en la Iglesia fraternidad universal (baptisterio de los ortodoxos en Ravenna)

Baptisterio de los Ortodoxos (Ravena) | artehistoria.com
San Agustín junto a Alipio y su hijo son bautizados por el obispo Ambrosio de Milan. | San agustin de hipona, Vida de san agustin, Agustin de hipona
Bautismo de Moriscos | Fundación Carlos Ballesta López

No hay bautismo individual. Todo bautismo es nacimiento en comunión, en iglesia, en fraternidad con todos los hombres y mujeres de la tierra. De esa forma, renaciendo en la Iglesia de Jesús, el creyente supera una vida anterior en división, como lucha entre varón-mujer, judío-griego, esclavo-libre, como ratifica la palabra bautismal de Gal 3,28: “No hay hombre ni mujer, judío ni griego, libre y esclavo, pues todos sois uno en Cristo”. Por eso, el bautismo en Cristo es un renacimiento mesiánico, en una iglesia o comunidad donde hombres y mujeres, judíos y gentiles, se vinculan desde y por Dios en comunión personal de amor

Bautismo cristiano, nacimiento de la Iglesia (baptisterio de Pisa, con Duomo y torre inclinada al fondo; pila bautismal de una iglesia de Castilla)

Piazza dei Miracoli - Wikipedia, la enciclopedia libre
Valderrábano: un regalo para quien llegue hasta el final | El Norte de Castilla

Al mantener el bautismo de Juan, recreado por Jesús, la iglesia ha tomado una opción fundacional, definiéndose a sí misma y naciendo como pueblo de renacidos en y con Cristo. No sabemos quién fue el primero en impartirlo, pudo ser Pedro (cf. Hech 3, 38). Tampoco sabemos si al principio entraban todos en el agua o bastaba el "bautismo en el Espíritu", como renovación interior.

Sea como fuere, el bautismo vino a convertirse en signo clave de pertenencia, la primera institución o sacramento visible de los seguidores de Jesús, como renacimiento personal y eclesial, como nueva creación (en cada bautizado se actualiza la misma experiencia de Jesús), para todos los pueblos. La Iglesia tuvo dificultades para “no imponer” la circuncisión (cf. Hech 15; Gal 1-2), pero nadie se opuso al bautismo, como afirmación social y escatológica, signo de la salvación ya realizada en Cristo:

Bautismo escatológico y pascual. Por un lado, el bautismo mantiene a los creyentes en continuidad con Juan Bautista y con el judaísmo. Pero, al mismo tiempo, expresa y expande la experiencia de la vida, muerte y pascua de Jesús, en cuyo nombre se bautizan sus seguidores, identificándose con él, ya en este mundo, sin esperar la llegada del Reino futuro, pues el Reino ha comenzado aquí, es la vida de Cristo en los creyentes.

Signo de iniciación y demarcación. Quienes lo reciben renacen, insertándose en la vida, muerte y resurrección de Jesús, como acción de Dios Padre en el Espíritu (cf. Rom 6). De esa forma se distinguen y definen los creyentes, como indicará la fórmula trinitaria de Mt 28, 16-20 (en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu: cf. cap. 20), que les introduce creyentes en el espacio total del Dios de Cristo.

Fuente de universalidad. El bautismo supera la división de naciones, estados sociales y sexos, como sabe Gal 3, 28, retomando un pasaje clave de la liturgia que decía: "ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, macho ni hembra...". La circuncisión discriminaba, como signo en la carne, a judíos de no judíos, a varones de mujeres... El bautismo es el mismo para varones y mujeres, libres y esclavo, judíos y gentiles, sacramento de nuevo nacimiento personal en la comunidad de los creyentes.

‒ El bautizado confiesa que ha muerto con Jesús (que se inserta/injerta en su entrega hasta la muerte como principio de reconciliación universal), y de esa forma supera un tipo de lucha de todos contra todo, propia de un mundo que camina hacia la muerte, recordando que en el fondo de la vida del hombre sigue habiendo una “concupiscencia” de ruptura y finitud, que ha de ser superada a través un cambio interno y comunitario, de una “meta-noia”, superando en esta misma tierra, una vida dominada por la muerte (cf. Mc 1, 14-15). Quien no supere de esa forma su violencia de muerte no puede ser cristiano (cf. Mt 16,21-26 par).

‒ El bautizado no muere por castigo de pecado (cf. Gen 2‒3), sino por renacimiento superior, por gracia de Dios en Cristo, en plano de fe y perdón. En nombre de Cristo (o de la Trinidad: Mt 28, 16-20), en desnudez total, como recién nacido, el bautizado sale del agua y se reviste de una nueva vestidura. De esa forma, renaciendo en la Iglesia de Jesús, el creyente supera una forma de vida anterior en división, como lucha entre varón-mujer, judío-griego, esclavo-libre, para ser nueva creatura en Cristo; no nace “sólo”, sino en una iglesia o comunidad que le acoge en Cristo, le educa y acompaña[1].

Nota

[1] En ese sentido, el NT entiende la Biblia como una preparación para el bautismo, es decir, para el nacimiento de una humanidad nueva, fundada en Cristo, como sabe Ef 4, 5‒7: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre (epi) todos y por medio (dia) de todos y en todos”. Según eso, el bautismo es sacramento y camino de iniciación personal y comunitaria, nueva creación de aquellos, que no nacen sólo de la carne y sangre, en un plano biológico y/o nacional, sino de Dios (cf. Jn 1, 12‒13), pues la “Palabra de Dios se ha hecho carne” (Jn 1, 14) en Cristo, sino en todos aquellos que nacen y viven con él, como proclama la palabra bautismal de Gal 3, 28: “ya no hay ya hombre ni mujer, esclavo ni libre, judío ni griego, pues todos son uno en Cristo”.

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