De la conquista de Yahvé-Yahu (X a.C) a la pretendida re-conquista de Natan-Yahu
El AT puede titularse Libro de las guerras de Yahvé (Núm 21,14), y trata, en pare, Yahve-Yahú. Dios guerrero con sus luchas, empezando en la conquista de la tierra, como invasión, emigración y/o revolución.
Aquella conquista nos sitúa ante la inmensa ambigüedad de la Biblia israelita. (a) Por un lado, presenta la tierra es don (regalo) de un Dios guerrero, como los dioses de los pueblos del entorno (moabitas, filisteos, sirios…). (b) Por otro lado, la conquista de esa tierra es resultado de una serie de pactos y guerras de las tribus de Israel, pero también de una inmensa generosidad humana. según las tres hipótesis que siguen:
Tres hipótesis
– Hipótesis de la invasión violenta. Toma como base los datos teologizados de la primera parte del libro de Josué (Jos 1-12 donde se supone que el pueblo, crecido de antemano bajo la opresión de Egipto, va madurado a la vida en lucha, en intensas travesías de desierto, acercándose a los vados del Jordán, como un conjunto organizado, ejército de doce tribus, conquistando por las armas Palestina en tres campañas militares, dirigidas por Josué, aniquilando a los vencidos (sin dejar en vida a ninguno, por prescripción de su dios terrible de la guerra, y repartiendo entre los vencedores la tierra desierta de enemigos (Jos 13-22).
En este contexto se utiliza, en forma de confesión de fe la terrible definición de Dios como “terror de Isaac” (Gen 31, 42); pues el mismo Isaac, a quien su padre Abraham debía haber sacrificado, según la “akedah” de Gen 22, se convierte en durísimo guerrero que sacrifica en guerra a todos los enemigo, hombre, mujeres y niños[1].
Esta perspectiva, desarrollada por la escuela del Deuteronomio y asumida por algunos historiadores y arqueólogos modernos, sobre todo norteamericanos, supone una visión dualista y destructiva de la guerra: Unos pueblos serán eran buenos, y otros, malos; por eso fue necesaria una política de guerra y tierra quemada frente a los perversos, como en la política actual de algunos estados que se creen llamados por un Dios de guerra para expulsar/matar a los “salvajes” indígenas anteriores.
– Hipótesis de la emigración. Contra la visión anterior se elevan datos de carácter religioso, arqueológico y exegético que nos llevan a pensar que los israelitas se instalaron en Palestina poco a poco, como emigrantes pacíficos que fueron creciendo hasta que llegó un momento en que se hicieron más fuertes que los “autóctonos” y se establecieron como dueños de la tierra, no sólo por guerra sino por mestizaje y pactos de coexistencia. Llegaban como nómadas (semi-nómadas) de los desiertos de Siria, Sinaí y la estepa trans-jordana y se hicieron “árbitros” del conjunto social, en pacto o guerra intermitente con otros pueblos también fuertes del entorno (fenicios, filisteos, sirios, moabitas e idumeos).
Algunos escapaban de la esclavitud de Egipto, otros venían por razones económico-sociales, en busca de una tierra donde vivir en “relativa” libertad. Iban llegando en oleadas intermitentes, del XVI al XI a.C., para establecerse de manera en parte pactada en parte de ocupación pacífica en las zonas montañosas de Jude, Samaria, Galaad o la alta Galilea, regiones poco habitadas, instalándose allí, en proceso de sedentarización que les puso en contacto con las ciudades cananeas de la zona costera y los bajos valles palestinos.
El proceso parece haber sido básicamente pacífico. Los cananeos controlaban las rutas comerciales y el poder militar, manteniendo bajo vigilancia a pastores y agricultores. Pero en un momento dado, desde el siglo XI-X a. C., la. balanza del poder se fue inclinando hacia el lado de los agricultores/pastores (pre-) israelitas, a quienes impulsaba además su experiencia religiosa, vinculada al Dios de sus antepasados (pastores y guerreros) y su vida más austera, mientras las ciudades cananeas, arrastradas por la decadencia del imperio egipcio, que ejercía sobre ellas un protectorado colonial, fueron decayendo, pues no tenían fuerzas para oponerse al avance religioso-social de las tribus israelitas, que las fueron absorbiendo, en pequeñas guerras o de un modo pacífico.
– Hipótesis de la revolución soial y la cconquista militar. En aquel tiempo los pastores, más que nómadas, capaces de realizar grandes travesías por el desierto, eran trashumantes, moviéndose en un círculo más pequeño y constante de tierra entre la estepa y las tierras de cultivo, como sucedía en otras partes de la cuenca del Mediterráneo. Antes del XIII a.C. (domesticación del camello, razias madianitas) no parece que hubiera invasiones de nómadas lejanos que tomaron posesión de Palestina.
Por otra parte, proto-israelitas en conjubto no eran grandes tribus de nómadas que, habiendo crecido en número, ocuparon el vacío de poder de las ciudades cananeas, sino qu muchos de ellos estaban afincados desde antiguo en el entorno y desde allí pudieron ir apoderándose de la tierra de Canaán en revolución popular que transformó la estructura social del conjunto de la población, a través de un proceso de intenso mestizaje y recreación cultural, militar, social y religiosa
La hipótesis anterior de la conquista supone que los israelitas formaban ya un pueblo unitario de nómadas guerreros, que tomaron por guerra, Palestina viniendo desde fuera. En contra de eso, la hipótesis de la migración supone que los israelitas eran trashumantes en principio pacíficos que fueron entrando poco a poco en Canaán, hasta crecer y adueñarse de las ciudades cananeas, que habían perdido el poder que antes ejercían en la tierra de Canaán (como muestran las cartas diplomáticas del XIV-XII aC., conservadas en Egipto (Tell Amarna).
Los proto-israelitas, que estaban entrando en las zonas de influjo o posesión egipcia de Canaán, en torno al siglo XIII aC. tenían varias raíces: Unos podían ser nómadas estrictamente dichos, otros pastores trashumantes, otros campesinos marginales que habitaban en la zona montañosa, otros siervos de señores feudales cananeos, aparceros de sus latifundios, etc. Entre ellos, algunos cananeos de las cartas de Tell Amarna aparecen como habiru, mercenarios inquietos, ladrones de caminos y campesinos turbulentos que amenazan el frágil equilibrio feudal de las ciudades egipcias de Canaán, trashumantes, proletarios militares, personas dislocadas, que no se habían constituido todavía como pueblo.
De un modo especial influyen los campesinos libres de la zona montañosa central de Palestina donde no había logrado imponerse el esquema feudal de las ciudades bajo dominio egipcio. Unos mismos intereses económicos y un tipo parecido de costumbres y creencias les fue vinculando hasta formar el grupo social más significativo de de la tierra. También influyen en el surgimiento de Israel algunos fugitivos de Egipto, representados, quizá, por grupos de levitas y/o antepasados de los benjaminitas y efraimitas, portadores de una ideología sagrada de fuerte libertad. Ellos conservan el recuerdo de la esclavitud a que se habían visto sometidos en (o bajo poder de ) Egipto (Ex 1) con la pretensión de que Dios mismo les sostiene en su camino (cf. Ex 3, 7-8), con el recuerdo (muy elaborado) de una intervención salvadora en el paso del Mar Rojo, venciendo así a los cananeos o palestinos anteriores, hasta aniquilarnos a todos en el mar, hundiéndolos en el océano del mar Rojo o del Mediterráneo:
Yahvé retiró el mar con un recio viento solano que sopló toda la noche. A la vigilia de la mañana miró Yahvé el campamento de los egipcios... y conturbó su campamento: agarrotó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente, y los egipcios dijeron: huyamos...15.
Ese recuerdo, repetido y celebrado como memoria básica por los descendientes de aquellos que se sintieron liberados de Egipto, constituye la base de la lucha de liberación de los hebreos, el principio de constitución del pueblo del nuevo pueblo de Yahvé, con su “derecho sagrado” de matar a los cananeos/palestinos y de adueñarse en nombre de Dios (¡de un Dios de libertad!) de toda la tierra “prometida para todos”, que ellos interpretaban como propia en exclusiva para ellos.El recuerdo histórico y/o teológico del paso del Mar Rojo, con el terror de Yahvé, la crecida del agua, los carros del ejército enemigo que no pueden maniobrar en un espacio pantanoso... serán una constante en las batallas primordiales de Israel según Jos 11, 5-9 (batalla del Merom) y Jc 4 (batalla del Quisón) donde se enfrentan los guerreros de profesionales, egipcios o cananeos, con carros de guerra y las milicias populares de Yahvé, que combaten en guerra de en guerrillas, con la ayuda del terreno, venciendo a los ejércitos superiores (como en la guerra actual de Palestina, año 2025, pero con la diferencia de que los judíos actuales tienen bombas atómicas y uno de los ejércitos más poderosos del mundo).
Israel, producto de una revolución social. Ejercito del pueblo
El pueblo de Israel se formó partiendo, según eso, de habiru (mercenarios desclasados), campesinos trashumantes, fugitivos de Egipto (o del imperio egipcio, que dominaba en Palestina) que se fueron vinculando en conjuntos tribales, unidos por consanguinidad y oposición al sistema feudal de las ciudades cananeas (o de Egipto), en comunidad no imperial, pero vinculada en clave económica, social y religiosa.
Las tribus formaban una sociedad igualitaria, sin estado central, a diferencia de los estados cananeos (bajo “protectorado” Egipcio), dominadas por un rey y una clase superior sacralizada con vínculos divinos. Pues bien, las tribus israelitas, opuestas al imperio militar egipcio, se vinculan ante Yahvé, su Dios, conforme a un pacto que les obliga a destruir el sistema imperial y religioso de cananeos y egipcios, de forma militar:
- Cuando marche mi ángel ante ti y te introduzca
- en la tierra del amorreo, del hitita y ferezeo...
- no adores a sus dioses
- ni les sirvas, ni fabriques lugares de culto como los suyos,
- sino que los destruirás; derribarás sus piedras sagradas… (Ex 23, 23-24).
Un pacto de conquista. Matar a los cananeos/palestinos
Las palabras del texto anterior forman parte de un pacto de constitución sacral y/o social del pueblo (cf. Ex 34,10-11; Jc 2,1-5;Dt 7 y 20), instituido probablemente en Gilgal, santuario central israelita, cercano a Jericó, que vincula a los federados de Yahvé, haciendo que se opongan a los cananeos para destruirlos, en guerra militar e innovación (revolución) popular, matando a los antiguos dominadores de la tierra. Esta es la hipótesis que desarrolló con inmensa precisión hondura nuestro profesor Norbert Lohfink SJ, el mejor profesor de Biblia que he tenido, con quien pude compartir muchas de las ideas que ahora exponte. 17
Los israelitas no mataban uno a uno matan a todos los cananeos, como paece que hoy pretende Netan-Yahú, uno a uno, no destruyeron a sangre y fuego a todos los habitantes cananeos, como dirá la teología oficial Dtr (deuteronomista), sino que luchan básicamente la contra la oligarquía cananea y destruyeron, en guerra sagrada, sus signos de opresión fundamental, ligados al rey y al culto a un dios de poder opresores (después que los cananeos, como los gazaríes actuales, presentaron cierta resistencia lógica). De todas formas, la conquista israelita de Canaán tuvo aires de genocidio, como sucedía en muchas conquistas de entonces, un genocidio avalado, en sentido teológico, por un pacto llamado “pacto de Gilgal”, del círculo de las doces piedras sagradas de Gilgal, junto al paso del Jordán, cerca de Jericó, la ciudad quizá más veces conquistada y arrasada del mundo (como puece suceder actualmente con Gaza):18 Ésta es una parte de aquel pacto:
Cumple lo que yo te mando y yo arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, jebeo y jebuseo.No hagas alianza con los habitantes del país donde entrarás, porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares… Ni tomes a sus hijas por mujeres de tus hijos, pues cuando sus hijas se prostituyan con sus dioses, prostituirán a tus hijos con sus dioses (Ex 34, 10-16).
Pueblo y tierra son de Dios y el derecho de Dios es lo primero. Por eso, los israelitas deben arrojar o aniquilar a los antiguos habitantes, en gesto religioso: "para que no te prostituyas", para que no te contamines con la idolatría de esos pueblos. Por eso, "drribarás sus altares, destrozarás sus piedras santas, talarás sus árboles sagrados". El Dios de esta guerra es celoso y fiero: “A los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia. (cf. Ex 23, 30-33; Dt 7, 1-6).
Dios aniquila, por su ángel destructor, a los dueños anteriores de la tierra, pues los palestinos no israelitas, enemigos de Dios, no tienen derecho a la vida y propiedad en Palestina. El mismo Yahvé liberador, santo y celoso, que había sacado a los cautivos (hebreos) de Egipto, justifica y promueve la muerte de sus adversarios.
Pacto de Gilgal, la ley de conquista o justicación de un genocidio
Toda una serie de textos antiguos, internamente emparentados (Ex 23,20-33; 34,10-16; Dt 7 y 20; Jc 2,1-5) presentan la conquista de la tierra dentro de un contexto de pacto guerrero en que se incluyen dos cláusulas correlativas:
1) De parte de Dios hallamos su mandaro: Introducir al pueblo en la tierra y conquistarla manu militari: Dios promete sin ningún tipo de condición previa, ofrece su ayuda en la conquista y asegura que Israel podrá ser dueño de todo Palestina.
2) Por parte de Israel se exige una respuesta que se expresa, en relación con Dios, en la obediencia o aceptación de sus mandatos y en relación con los pueblos cananeos en la exigencia de matar y destruir, segar la vida en las raíces. Esta segunda obligación tiene un aspecto o fundamento religioso: ”Para que no os contaminen con su idolatría” (Cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, PIB, Roma, 1963, pág. 172 ss).
Una primera de ese pacto de la guerra de Gilgal lo hallamos en Ex 34,10-16: “Yo voy a hacer contigo un pacto... Cumple lo que hoy te mando y yo arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, hebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar, porque sería un lazo para ti. Derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados... Ni tomes a sus hijas por mujeres para tus hijos, pues cuando sus hijas se prostituyen con sus dioses, prostituirán a tus hijos con sus dioses.”
El pueblo de Israel se considera, por ley sagrada, dueño de la tierra de Palestina tierra y por lo tanto puede arrojar o destruir a sus antiguos habitantes. Esa acción conducta (matar, arrojar a los palestinos/cananeos) tiene una raíz o fundamento de carácter religioso: «para que no te prostituyas, es decir, para que no te contaminen con su idolatría», es decir, para que no seas como los otros, para que no te identifiques con los cananeos.
Este pasaje nos sitúa ante de una persecución estrictamente religiosa, de tipo genocida: derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados. Los antiguos cananeos son privados de toda base social y sacral, sin posibilidad de ejercer su culto, de vivir conforme a su cultura y religión. Más aún, desde el momento en que religión y cultura van unidas, la exigencia de persecución se traduce en una prohibición de todo contacto humano, en un verdadero genocidio: No hagas pacto con ellos ni recibas sus hijas por mujeres. Derrotados en la guerra y privados el más elemental de los derechos de la vida, los pueblos cananeos se convierten en cautivos (condenados a muere) en su propia tierra antigua, en la que no pueden ni defenderse, pues si lo hacen, si atacan a sus agresores/invasores, este ataque se defiende como puro terrorismo contra el derecho superior de Dios.Más dura es la promesa de Dios y la exigencia de Israel en Ex. 23:
He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga entrar en el lugar que te he dispuesto. Acátale, escucha su voz, no le resistas, pues no perdonará tu rebelión... Si escuchas su voz y haces cuanto yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y oprimiré a quienes te opriman. Mi ángel irá delante de ti y te introducirá en la tierra del amorreo, del hitita y pereceo, del cananeo, jeveo y jebuseo a quienes yo exterminaré. No adores entonces a sus dioses ni les sirvas, no fabriques lugares de culto como los suyos. Al contrario, destruirás y derribarás sus piedras sagradas... Los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia. No harás alianza con ellos ni con sus dioses y no les dejarás habitar en tu país, no sea que te arrastren a pecar contra mí, adorando a sus dioses, que serán para ti una trampa (Ex 23,20-33).
La estructura del texto es semejante al anterior y se repite cada uno de sus temas. Hay, sin embargo, algún detalle que expresa con mayor claridad el tema y nos conviene señalar. a) En primer lugar se dice que es Dios, manifestado en su ángel destructor, el que aniquila a los antiguos dueños de la tierra. La guerra de conquista es guerra santa; Dios mismo la dirige y por lo tanto son malvados o enemigos de Dios los que se oponen a Israel en el camino. Estos cananeos, contrarios a la voluntad del dios de Israel, carecean de derecho a la existencia.
La persecución y expulsión (aniquilación de los cananeos) se concibe no sólo como derecho, sino como obligación cultural y religiosa: “para que no te contaminen, para que no seas como ellos. Ésta es una persecución y genocidio que se concreta en forma de conquista de una tierra que era ajena y a través de la aniquilación o del exilio de sus antiguos habitantes. Ellos, los israelitas que han salido de Egipto se conciben ahora como mensajeros y del Dios de la libertad, y en nombre de ese Dios de su libertad se arrogan el derecho y el deber de extermina a los cananeos como cananeos, a los palestinos como palestinos. Para que no exista duda alguna en la exigencia de esa ley de guerra y de conquista nos fijamos en el texto paralelo del Deuteronomio:
Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra... y expulse a tu llegada a pueblos más grandes que tú -el hitita, girgasita, etc.-, cuando el Señor, tu Dios, los entregue en tu poder y tú los venzas, los consagrarás sin remisión al exterminio. No pactarás con ellos ni les tendrás piedad... Demolerás sus altares, destruirás sus estelas... quemarás sus imágenes. Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad “ (Dt 7,1-6; Cf. 7,17-26).
Exterminio, genocidio divino
Novedad en este texto es la exigencia de “exterminio” (o de anatema). Los antiguos pueblos aparecen como enemigos de Dios y son por tanto indignos de existir sobre una la tierra que Dios ha escogido para Israel. La persecución es ya total; no se limita a no pactar, o no casarse con otros. Es lucha a muerte, lucha de exterminio. Como razón se pone el hecho de ser un pueblo santo, que habita en cercanía de Dios, no se puede marchar con las costumbres religiosas de los antiguos habitantes hombre de la tierra. El descubrimiento de la propia identidad sagrada de Israel (pueblo elegido) ha suscitado una reacción correlativa de rechazo por la que se niega el derecho de la vida a quienes tienen la culpa de haber nacido diferentes, de haber habitado desde un tiempo anterior en una tierra que los israelitas se atribuyen después como propia, por un pretendido derecho de un Dios de libertad convertido al fin en Dios de opresión.
Un descubrimiento como el precedente debería suscitar una actitud universal de conquista y exterminio; los israelitas debería haber conquistado toda su pretendida tierra, desde el norte de Siria (paso de Hamat, junto al Éufrates, hasta el torrente de Egipto (más allá de Gaza, desde el gran Mar Mediterráneo, hasta el mar de Oriente (Mar Muerto) (Cf. Gen 28, 13-14¸Ex 23, 31). Fuera de esos límites los hombres tienen derecho a la vida y desarrollo de su propia religión, aún en el caso de caer bajo el dominio militar de los israelitas. Véase en ese contexto la diferencia que establece Dt 20,10-18 entre las ciudades de la tierra prometida (sus habitantes han de ser exterminados) y las ciudades de otros pueblos remotos (a los que se respeta la vida).
Aplicación de esa ley en la escuela del Deuteronomio.
La escuela del Deuteronomio es responsable no sólo de la redacción del libro de su nombre (Dt.) sino también del gran conjunto de libros que han narrado de forma unitaria la historia de Israel hasta el exilio ( de Josué a 2 Reyes). En todos esos libros se mantiene como norma y presupuesto la expulsión o exterminio de antiguos cananeos o palestinos, habitantes autóctonos de la tierra de Israel. La derrota y destrucción de los cananeos es un presupuesto constante de la “ley de Dios”:
“Harás lo que el Señor, tu Dios, aprueba; de esa forma te irá bien, entrarás y tomarás posesión de esa tierra buena que prometió el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos” (Dt 6,18). “Si ponéis por obra los preceptos que yo os mando... El Señor irá por delante, expulsando a esos pueblos más grandes y fuertes que vosotros...” (Dt 11,22-23). (Cf. Dt 12,29; 19, 1 etc.).
Lo que es bendición de Dios y vida de abundancia para Israel, supone destrucción y muerte para el pueblo cananeo. El esquema subyacente no es la tolerancia y colaboración mutua sino el enfrentamiento, la lucha social y el exterminio. Para que uno viva tiene que morir el otro. Lógico será que se le mate y le persiga (G. Von Rad, Der Heilige Krieg im Alten Israel, Zwingli, Zürich 1991. 68-69).
Desde esta perspectiva teológica ha redatado el autor de Josué, perteneciente a la escuela del Dt. la historia “canónica” de la entrada en la tierra y la conquista. Con recuerdos de las tribus de Efraín y Benjamín, tradiciones de Josué y el espíritu exigente del pacto o ley de la conquista, han trazado las líneas de una historia rápida y triunfal de la conquista israelita de Palestina, que siguen tomando como normativa los judíos sionistas actuales (2025).La toma de Jericó, muy oscura a partir de los testimonios arqueológicos, se convierte en paradigma de toda la conquista. Ordenados en ritmo sagrado, presididos por el arca de Yahvé, los israelitas se apoderan milagrosamente de la ciudad fortificada y matan como manda la ley a todos sus habitantes:
“Sonaron las trompetas. Al oír el toque lanzaron el alarido de guerra. Las murallas es desplomaron y el ejército dio el asalto a la ciudad, cada uno desde su puesto, y la conquistaron. Consagraron al anatema (o exterminio) todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros, todo lo pasaron a cuchillo” (Jos 6, 20-21).
Por si fuera poco y para resaltar la urgencia de esa ley de Dios se narra el caso de Acán y su exterminio: es condenado con toda su familia por haberse apropiado en la conquista de un objeto que debía ser exclusivo de Yahvé (Jos 7). Evidentemente, se sabía que no todos los cananeos habían sido exterminados: era fácil encontrarse con los restos de los viejos pobladores en la tierra de Israel hasta tiempos más recientes. Para explicar este dato, que se encuentra en clara contradicción con los principios del exterminio de los cananeos o palestinos tiene que acudirse a razones excepcionales, como en el caso de Gabaón (Jos 9). Pero, cuando las cosas marchan bien, cuando los israelitas cumplen el mandato de Dios y son fieles a su promesa tiene que aniquilan a los habitantes de la tierra (Cf. Jos 8).
Algunas Conclusiones. La historia expuesta en las observaciones precedentes resulta tan diáfana y tan clara que no requiere conclusiones. Sin embargo, con el fin de situar estos datos en un contexto más amplio, añadiré tres notas.
a) La primera se refiere al contenido del AT y nos obliga a superar los triunfalismos de Israel, on su “derecho” (atrevimiento) a dar leccione a todos lo pueblos del mundo. Con tanta frecuencia como falta de seriedad se nos ha dicho que el pueblo de Israel es paradigma de liberación y para ello se ha citado el éxodo. Ése es un elemento bueno; pero a la vez hay que mostrar la cara oculta y genocida de la conquista israelita de Palestina, con su ideal de violencia, con el exterminio de loa cananeos y la racionalización o justificación sagrada de la intolerancia. b) Eso nos muestra que Israel no fue mejor que otros pueblos de su tiempo. Pero tampoco fue peor. Lo que sucede es que su especificidad y su misma grandeza social y religiosa ha hecho que en algún momento los israelita hayan tomado (y puedan seguir tomando) a los demás pueblos como inferiores. Según el evangelio, Jesús no ha querido matar a los cananeos ni a los romanos para proteger así la religión de los hebreos, sino que querido amarles y ayudarles para que de esa forma puedan descubrir la novedad y valor del evangelio. Lo que puede salvar la identidad de un pueblo no es matar al enemigo ni perseguir al adversario. Jesús conoce y propone otro camino de perdón universal, de superación de la violencia, de amor transformante.
c). La biblia judía contiene una crítica interna, es decir, una anti-lectura de esa visión de la conquista, empezando por los grandes profetas, de Amós y Oseas y siguiendo por Isaías II-III (40-65) y por Jeremías y Ezequiel. Si uno quiere ser fiel a Israel tiene que ser fiel a todo Israel y no sólo (de un modo sesgado) a una parte de Israel, que lee la biblia como le conviene Israel es mucho más que esa visión de la conquista con derecho a genocidio como establece Natan-Yahú, leyendo y entendiendo mal la durísima provocación de lo cananeos-gazatias, que no se puede justificar (pero tampoco entender como hace Natan-yahu, dándonos la impresión de que él mismo ha provocado o permitido la provocación de Hamás (conforme al pincipio del derecho romano: Cui podest a quien aroecha?
c) Los caminos de conquista violenta y de persecución al adversario social religioso han sido superados por el Cristo. Pero muchas veces la iglesia de Jesús no ha sabido asimilar la lección de su maestro, volviendo a recaer en las posturas del peor Por eso ha perseguido más de una vez al adversario, ha condenado -en razón de una pureza de la fe mal entendida- a los que piensan de una forma diferente.
notas
[1] Este tema ha sido ejemplarmente estudiado por A. Torres Queiruga, Del Terror de Isaac al Abba de Jesús, Verbo Divino, Estella 1999.
15 Sobre el éxodo, en sentido teológio, cf. M. Noth, Exodus, ATD, 5, Göttingen, 1968, 80-95; J. Plastaras, Il Dio dell’Esodo, Torino, 1976, 118-121.
17 Cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, AnBib, 20, Roma, 1963.
18 Guilgal, con las doce piedras (cf. Js 4) fue lugar clave en el surgimiento israelita. Cf. E. Otto y T. Schramm, Fiesta y gozo, Salamanca, 1983, 28-52; E. Otto, Das Mazzotfest in Gilgal, BWANT 107, Stuttgart, 1975.