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"Para anunciar no basta con dar testimonio del bien, es necesario saber soportar el mal. Aún hoy, en tantos lugares, inculturar el Evangelio y evangelizar las culturas requiere perseverancia y paciencia, no temer los conflictos, no desfallecer". La Virgen de Guadalupe y la historia de Juan Diego fueron el eje de la intervención del Papa en la audiencia general de esta mañana, celebrada (como viene siendo habitual en agosto) en el Aula Pablo VI, en la que Francisco dio relevancia a la "inculturación" frente al "camino apresurado de trasplantar e imponer modelos preconstituidos, faltando al respeto a los pueblos indígenas", como se hizo durante la primera etapa de la evangelización de América.
"La Virgen de Guadalupe, en cambio, aparece vestida con las ropas de los indígenas, habla su lengua, acoge y ama la cultura local: es Madre y bajo su manto todo niño encuentra un lugar", explicó el Papa (quien, por cierto, caminaba con bastante agilidad), quien resaltó que María "anuncia a Dios en la lengua más adecuada, la lengua materna".
"Sí, el Evangelio se transmite en la lengua materna. Y quiero dar las gracias a tantas madres y abuelas que lo transmiten a sus hijos y nietos: la fe pasa con la vida, por eso las madres y las abuelas son las primeras anunciadoras", insistió. "Y se comunica, como muestra María, en la sencillez: la Virgen elige siempre lo sencillo, en la colina del Tepeyac en México como en Lourdes y Fátima: hablándoles, habla a cada uno, en un lenguaje apto para todos, comprensible, como el de Jesús".
Así habló la Virgen a Juan Diego, "una persona humilde, un indio del pueblo", y sus dificultades para explicar al obispo su encuentro con María, quien primero no le recibe, después no le cree y finalmente ordena que se le siga. "He aquí la fatiga, la prueba del anuncio: a pesar del celo, llega lo inesperado, a veces de la propia Iglesia", recalcó Francisco, quien admitió que "para anunciar, en efecto, no basta con dar testimonio del bien, es necesario saber soportar el mal".
"Hay tantos cristianos perseguidos que no pueden proclamar su religión", lamentó, en un improvisado recuerdo a la situación que se vive en Pakistán y en tantos lugares del mundo.
Juan Diego, "desanimado, pide a la Virgen que prescinda de él", pero ella "le insta a perseverar". "Siempre existe el riesgo de una cierta claudicación en el anuncio: una cosa no va y se retrocede, desanimándose y refugiándose quizá en las propias certezas, en pequeños grupos y en algunas devociones intimistas. La Virgen, en cambio, a la vez que nos consuela, nos hace avanzar y así nos hace crecer, como una buena madre que, siguiendo los pasos de su hijo, lo lanza a los desafíos del mundo", apuntó Bergoglio.
Finalmente, Juan Diego logra convencer al obispo, no sin dificultad, no sin paciencia. "He aquí la sorpresa de Dios: cuando hay voluntad y obediencia, Él puede realizar algo inesperado, en tiempos y modos que no podemos prever. Y así se construye el santuario pedido por la Virgen".
"Juan Diego lo deja todo y, con el permiso del obispo, dedica su vida al santuario. Acoge a los peregrinos y los evangeliza. Así sucede en los santuarios marianos, lugares de peregrinación y de anuncio, donde todos se sienten en casa y experimentan la nostalgia, la añoranza del Cielo. Allí se acoge la fe de forma sencilla y genuina, popular, y la Virgen, como dijo a Juan Diego, escucha nuestros gritos y cura nuestros dolores", concluyó el Papa, quien pidió "ir a estos oasis de consuelo y misericordia, donde la fe se expresa en un lenguaje materno; donde depositamos los trabajos de la vida en los brazos de la Virgen y volvemos a la vida con paz en el corazón".
En su saludo en italiano, el Papa encomendó "la querida Ucrania, tan duramente probada", a la intercesión de San Bartolomé, cuya fiesta se celebra mañana. En este sentido, Francisco pidió "ser testigos sinceros de Jesús y a soportar con fe el sufrimiento, pensando en los sufrimientos de los apóstoles del Evangelio". "Recemos por los hermanos ucranianos, tantos niños... No nos olvidemos de la martirizada Ucrania".
Queridos hermanos y hermanas:
Retomamos el ciclo de catequesis dedicadas al tema del celo apostólico. Hoy reflexionamos sobre la evangelización en el continente americano, y allí tenemos un modelo excepcional: la Virgen de Guadalupe. En México —como en Lourdes y en Fátima— María se apareció a una persona humilde y sencilla, a un indio que se llamaba Juan Diego, y de ese modo hizo llegar su mensaje a todo el Pueblo fiel de Dios. Ella anuncia a Jesús siguiendo el camino de la inculturación, es decir, por medio de la lengua y la cultura autóctonas, y con su cercanía materna manifiesta a todos sus hijos el amor y el consuelo de su Inmaculado Corazón.
A Juan Diego no le fue fácil ser mensajero de la Virgen, tuvo que afrontar incomprensiones, dificultades e imprevistos. Esto nos enseña que para anunciar el Evangelio no es suficiente dar testimonio del bien, sino a veces también saber sufrir los males, con paciencia y constancia, sin miedo a los conflictos. En esos momentos difíciles, invoquemos a María, nuestra Madre, que siempre nos ayuda, nos alienta y nos guía hacia Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, pidamos al Señor que auxilie y fortalezca especialmente a las madres y a las abuelas, que son las primeras mensajeras del Evangelio para sus hijos y sus nietos. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
Quisiera agradecer a tantas madres y abuelas que lo transmiten a sus hijos y nietos: la fe pasa con la vida, por eso las madres y las abuelas son las primeras heraldas
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