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"La Iglesia no es una organización humana, es el templo del Espíritu Santo"
El Espíritu Santo, el ‘Paráclito’, es “consolador y abogado”, germen de unidad en la diversidad, porque “el Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad”. Así trazó el Papa Francisco, desde el altar de la cátedra de San Pedro, las normas básicas de Pentecostés.
Ante varios centenares de fieles (la plena normalidad todavía no es un hecho en Roma, pero sí se siente mucha más cercanía y felicidad de Bergoglio, que necesita el contacto con el santo Pueblo de Dios), el Papa destacó estas dos capacidades del Espíritu. En primer lugar, como “consolador”, porque “todos nosotros, especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando, buscamos consolaciones”.
Y, frente a “las consolaciones del mundo”, que “son como los analgésicos, que dan un alivio momentáneo pero no curan el mal profundo que llevamos dentro. Evaden, distraen, pero no curan”, el Espíritu “entra hasta el fondo del alma”. “Es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos; porque estar con quien está solo es ya consolar”.
El mundo, “que en la prosperidad consuela y adula, y en la adversidad se burla y condena”, con la presencia del diablo, advirtió Francisco. “Primero nos halaga y nos hace sentir invencibles, después nos echa por tierra y nos hace sentir inadecuados”. Por el contrario, “el Espíritu del Resucitado quiere realzarnos” pese al miedo y la tentación del encierro, que ya vivieron los mismísimos apóstoles.
“Los años pasados con Jesús no los habían cambiado. Después recibieron el Espíritu y todo cambió, los problemas y los defectos siguieron siendo los mismos, pero, sin embargo, ya no los temían y tampoco temían a quienes les querían hacer daño”, explicó Bergoglio.
“Los que antes estaban atemorizados, ahora sólo temen no dar testimonio del amor recibido”, señaló el Papa, quien invitó a los fieles a “dar testimonio en el Espíritu Santo, a ser paráclitos, consoladores”.
¿Cómo? “No con grandes discursos, sino haciéndonos próximos; no con palabras de circunstancia, sino con la oración y la cercanía”. Porque “hoy es el tiempo de la consolación, del gozoso anuncio del Evangelio más que de la lucha contra el paganismo”. “Es el tiempo de llevar la alegría del Resucitado, no de lamentarnos por el drama de la secularización. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo, sin amoldarse a la mundanidad. Es el tiempo de testimoniar la misericordia más que de inculcar reglas y normas”.
Consolador, pero también, “abogado”. Un Espíritu que “nos defiende de las falsedades del mal inspirándonos pensamientos y sentimientos”, con “delicadeza, sin forzarnos”, porque “se propone pero no se impone”. Con “tres antídotos básicos contra sendas tentaciones, hoy difusas”.
El primer consejo es “vive el presente”, afirmando “la primacía de hoy contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado” o de “dejarnos obsesionar por los temores del porvenir”. El presente, “no hay otro tiempo mejor para nosotros”, señaló el Papa.
En segundo lugar, “busca el todo”, porque “el Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad”. Y es que “es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad”. Los propios apóstoles eran muy distintos, recordó el Papa. “Había ideas políticas opuestas, visiones del mundo muy diferentes. Pero cuando recibieron el Espíritu aprendieron a no dar la primacía a sus puntos de vista humanos, sino al todo de Dios”.
“Hoy, si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda. Si estos son los criterios, quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu”, denunció Francisco. Por el contrario, “el Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad”.
Finalmente, un tercer consejo: “Pon a Dios antes que tu yo”. “Sólo si nos vaciamos de nosotros mismos dejamos espacio al Señor; sólo si nos abandonamos en Él nos encontramos a nosotros mismos; sólo como pobres en el espíritu seremos ricos de Espíritu Santo”, señaló el Papa.
“Esto vale también para la Iglesia. No salvamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos con nuestras propias fuerzas. Si ponemos en primer lugar nuestros proyectos, nuestras estructuras y nuestros planes de reforma caeremos en el pragmatismo, en el eficientismo, en el horizontalismo, y no daremos fruto”, advirtió. Porque “la Iglesia no es una organización humana, es el templo del Espíritu Santo”.
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