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Francisco lanza un grito desesperado contra el odio al migrante: "Es la guerra de este tiempo"
Marianne. Thamara. Maccolins. Rozh. Han sobrevivido al abandono, la tortura, las violaciones, la muerte. Han pasado la pandemia marginados, fuera de su país. En un lugar, Chipre, que hoy recibe más peticiones de asilo que cualquier otro del mundo. Traen tras de sí una historia de lágrimas, dolor y sufrimiento. También de injusticias y muertes. Y esperan una palabra de esperanza, de cariño, una mano abierta. A eso vino el Papa, realmente, a Chipre.
Se llevará consigo a medio centenar de refugiados, que podrán rehacer su vida, y buscar oportunidades, integrarse, recuperarse y seguir adelante, como apuntó la responsable de Cáritas Chipre, Elizabeth, durante su intervención en la parroquia de la Santa Cruz de Nicosia, donde el Papa se encontró con migrantes de todo el mundo, a los que escuchó y abrazó, con los que lloró, y a los que dio, exactamente, lo que buscaban: una palabra de esperanza, de cariño, una mano abierta. "También Dios sueña, como tú, un mundo en paz".
"Ustedes han llegado hasta aquí. ¿Pero cuántos hermanos y hermanas no han podido llegar?", terminó Francisco. "Podemos hablar de este mar que se ha convertido en un gran cementerio". "Mirándolos a ustedes veo los sufrimientos del camino, los que han sido vendido, explotados, que se han quedado en el camino. Es la historia de una esclavitud universal... Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a eso. Acostumbrarse es una enfermedad grave que no tiene antibiótico. Tenemos que ir contra el vicio de acostumbrarnos".
"Nos lamentamos de los campos de concentración de los nazis, de Stalin... hermanos y hermanas, está sucediendo hoy, en las costas cercanas", improvisó, rotundo, Bergoglio. "He visto lugares de tortura, de comercio de personas. Esto lo digo porque es mi responsabilidad, ayudarlos a abrir los ojos. La migración forzada no es una costumbre turística, es la guerra de este momento (...). No podemos callar".
"Los alambres de púas, es parte de esa guerra del odio. En otros lugares se colocan para no dejar entrar a los refugiados, aquellos que están huyendo del odio y buscan la libertad, se encuentran delante otro odio, que se llama alambres de púa. Que el Señor despierte la conciencia de todos".
"Esta es la historia de una sociedad que llamamos desarrollada", trató de culminar el Papa, llevado por la emoción. "Los alambres de púas, es parte de esa guerra del odio. En otros lugares se colocan para no dejar entrar a los refugiados, aquellos que están huyendo del odio y buscan la libertad, se encuentran delante otro odio, que se llama alambres de púa. Que el Señor despierte la conciencia de todos".
En su último encuentro oficial, antes de abandonar Chipre, el Papa quiso encontrarse con jóvenes migrantes y representantes de distintas confesiones religiosas, que afrontaron el drama de la migración. "Miles de personas que no pueden permanecer invisibles", recalcó el patriarca de Jerusalén, monseñor Pizzaballa, encargado de la introducción.
"Es un fenómeno global, presente en todas partes, que requiere respuestas globales (...). La historia nos enseña que levantar barreras nunca es la solución", instó el religioso italiano, quien subrayó que "el futuro de Europa se decide en el Mediterráneo".
En su discurso, Francisco agradeció los testimonios de los jóvenes migrantes. "Deseo decirles un enorme 'gracias' de corazón. Había recibido los testimonios con anticipación, hace aproximadamente un mes, y me habían emocionado mucho, y también hoy me han conmovido. Pero no es sólo emoción, es mucho más, es la conmoción que viene de la belleza de la verdad".
"Después de escucharlos a ustedes comprendemos mejor toda la fuerza profética de la Palabra de Dios que, por medio del apóstol Pablo, dice: «Ustedes ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios»", recalcó Bergoglio.
"Esta es la profecía de la Iglesia, una comunidad que encarna —con todos los límites humanos— el sueño de Dios. Porque también Dios sueña, como tú, Mariamie, que vienes de la República Democrática del Congo y te has definido “llena de sueños”. Como tú, Dios sueña un mundo de paz, en el que sus hijos viven como hermanos y hermanas".
En mitad de mucha emoción, y lloros de algunos pequeños, nacidos en tierra de nadie, en tierra de oportunidades, el Papa alabó los testimonios de los migrantes, "un espejo para nosotros". También, el caso de Thamara, que viene de Sri Lanka y a la que "a menudo me preguntan quién soy”. "También a nosotros se nos hace a veces esta pregunta", admitió el Papa. Pero con otras intenciones: "¿De qué parte estás? ¿A qué grupo perteneces?”. Y, haciéndose suyas las palabras de esta mujer, respondió: "No somos números ni individuos que haya que catalogar: somos “hermanos”, “amigos”, “creyentes” y “prójimos” los unos de los otros".
"El interés siempre esclaviza. El amor es contrario al odio. El amor nos hace libres"
Maccolins, procedente de Camerún, "herido por el odio" a lo largo de su vida. "Estás hablando de estas heridas del interés, y nos recuerdas que el odio también ha contaminado nuestras relaciones entre cristianos, admitió Bergoglio. "Esto, como tú has dicho, deja una marca, una marca profunda que dura mucho tiempo: es un veneno del que resulta difícil desintoxicarse, es una mentalidad distorsionada que, en vez de hacer que nos reconozcamos hermanos, lleva a que nos veamos como adversarios, como rivales".
Las palabras del Papa continuaron entrelazándose con las de los migrantes que intervinieron antes que él. Como Rozh, procedente de Irak, que se define como "una persona en camino". "Nosotros también somos una comunidad en camino, que estamos en marcha del conflicto a la comunión", recalcó Francisco.
"En este camino, que es largo y está formado por subidas y bajadas, no nos deben asustar las diferencias entre nosotros, sino más bien, nuestras cerrazones y nuestros prejuicios, que impiden que nos encontremos realmente y que caminemos juntos", explicó. Cerrazones y prejuicios que "vuelven a construir entre nosotros ese muro de separación que Cristo ha derribado, es decir, la enemistad".
Y Jesús, que "viene a nuestro encuentro en el rostro del hermano marginado y descartado, en el rostro del migrante despreciado, rechazado y oprimido. Pero también —como has dicho tú—, en el rostro del migrante que está en camino hacia algo, hacia una esperanza, hacia una convivencia más humana".
"También a nosotros nos llama a no resignarnos a vivir en un mundo dividido, en comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios, que es una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino sólo conciudadanos. Diferentes, es verdad, y orgullosos de nuestras peculiaridades, que son un don de Dios, pero conciudadanos reconciliados"
"Y así Dios nos habla a través de sus sueños", sostuvo, aunque "a veces preferimos cerrar los ojos y dormir, pero no soñar". "También a nosotros nos llama a no resignarnos a vivir en un mundo dividido, en comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios, que es una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino sólo conciudadanos. Diferentes, es verdad, y orgullosos de nuestras peculiaridades, que son un don de Dios, pero conciudadanos reconciliados".
"Que esta isla, marcada por una dolorosa división, pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad", propuso el Papa, apuntando dos condiciones: "la primera es el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona humana; este es el fundamento ético, un fundamento universal que está también en el centro de la doctrina social cristiana. La segunda condición es la apertura confiada a Dios, Padre de todos, y este es el “fermento” que estamos llamados a ser como creyentes".
"Con estas condiciones es posible que el sueño se traduzca en un viaje cotidiano, hecho de pasos concretos que van del conflicto a la comunión, del odio al amor. Un camino paciente que, día tras día, nos hace entrar en la tierra que Dios ha preparado para nosotros, la tierra donde, si te preguntan: “¿Quién eres?”, puedes responder a cara descubierta: “Soy tu hermano”".
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