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El Papa reivindica el poder de la Palabra, "que se ha hecho carne y quiere encarnarse en nosotros"
Domingo de la Palabra de Dios en el Vaticano. El Papa Francisco 'consagra' en los ministerios de lectores y catequistas a laicos y, por primera vez, mujeres (una de ellas, Rosa María Abad, española), y hace un llamamiento a no olvidar que la Palabra se hizo carne, también, para sufrir con los que sufren. "Habitó entre nosotros, y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas", explicó Bergoglio en su homilía.
Teniendo en cuenta dos aspectos,"unidos entre sí: la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre", recalcó, y exigiendo retornar a los orígenes, menos clericales, del movimiento de Jesús. "¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa?", se preguntó el Papa, quien pidió "ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo".
Comentando las lecturas del día, Bergoglio los vinculó a "una realidad fundamental: en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe no estamos nosotros, con nuestras palabras; en el centro está Dios con su Palabra". Porque "todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió", desde la Creación, pasando por los profetas y culminando con la llegada de Jesús.
"Esta lectura se ha cumplido hoy", se lee en el Evangelio. El Papa lo confirmó: "Se ha cumplido; la Palabra de Dios ya no es una promesa, sino que se ha realizado".
"Hermanos y hermanas, tengamos la mirada fija en Jesús, como la gente en la sinagoga de Nazaret, y acojamos su Palabra". Aunque, como en Nazaret, a veces no seamos profetas en nuestra tierra.
Dios no es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas
Sabiendo que, en primer lugar, "la Palabra revela a Dios", que "se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino". "No es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas", añadió Bergoglio.
Porque Dios "no es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor", un "Dios cercano" que "quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos".
Y lo hace "con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades".
Ante esta realidad, las preguntas de Bergoglio: "¿Llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? ¿Nuestra fe genera esperanza y alegría o está todavía determinada por el miedo? ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa?".
"Para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: de la Palabra", subrayó el Papa. Una Palabra "que nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe". "La Palabra derriba los falsos ídolos, desenmascara nuestras proyecciones, destruye las representaciones demasiado humanas de Dios y nos muestra su rostro verdadero, su misericordia. La Palabra de Dios nutre y renueva la fe, ¡volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual!", resaltó.
En segundo lugar, añadió Francisco, "la Palabra nos lleva al hombre". Con una clara advertencia: "Justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida".
Jesús no vino a entregar una serie de normas o a oficiar alguna ceremonia religiosa, sino que descendió a las calles del mundo para encontrarse con la humanidad herida, para acariciar los rostros marcados por el sufrimiento, para sanar los corazones quebrantados, para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma
Y es que "la Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios". Jesús lo proclama en la sinagoga de Nazaret: "Él es enviado para ir al encuentro de los pobres -que somos todos nosotros- y liberarlos. No vino a entregar una serie de normas o a oficiar alguna ceremonia religiosa, sino que descendió a las calles del mundo para encontrarse con la humanidad herida, para acariciar los rostros marcados por el sufrimiento, para sanar los corazones quebrantados, para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma".
"De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo", sostuvo el Papa. Una Palabra que nos revela el rostro de Dios, "por otra parte provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones".
"No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles", insistió. "La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros. Nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer” o del “¿qué puedo hacer yo?”".
"Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre. Porque la Sagrada Escritura no nos ha sido dada para entretenernos, para mimarnos en una espiritualidad angélica, sino para salir al encuentro de los demás y acercarnos a sus heridas", apuntó el Papa.
Porque "la Palabra que se ha hecho carne quiere encarnarse en nosotros. No nos aleja de la vida, sino que nos introduce en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta, para no ser cristianos indiferentes sino laboriosos, creativos, proféticos".
"La Palabra quiere encarnarse hoy, en el tiempo que vivimos, no en un futuro ideal", culminó Bergoglio, quien retornó a las preguntas: "¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida?".
Animando a los nuevos lectores y catequistas, que "están llamados a la tarea importante de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos", el Papa recordó que todos estamos llamados a "ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo. Por eso, apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia!".
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