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Francisco advierte de la "tentación del triunfalismo" y pide al clero "confianza y acogida"
"Queridos hermanos y hermanas, tenemos confianza, porque el ser Iglesia pequeña nos hace signo elocuente del Evangelio, del Dios anunciado por Jesús que elige a los pequeños y a los pobres, que cambia la historia con las proezas sencillas de los humildes". Francisco lo tiene claro, y así lo ha hecho saber a la Iglesia griega y, por extensión, a la Iglesia universal.
"A nosotros, como Iglesia, no se nos pide el espíritu de la conquista y de la victoria, la magnificencia de los grandes números, el esplendor mundano. Todo eso es peligroso, es la tentación del triunfalismo", añadió. Quien tenga oídos, que oiga. Porque el Papa lo dijo, alto y claro, en la catedral de San Dionisio, ante los obispos, el clero, la vida religiosa y el laicado del país.
"A nosotros se nos pide que sigamos el ejemplo del granito de mostaza, que es ínfimo, pero crece humilde y lentamente; es la más pequeña de todas las semillas —dice Jesús— pero cuando crece se convierte en un árbol (cf. Mt 13,32). A nosotros se nos pide que seamos levadura que fermenta en lo escondido, paciente y silenciosamente, dentro de la masa del mundo, gracias a la obra incesante del Espíritu Santo (cf. v. 33). El secreto del Reino de Dios está contenido en las pequeñas cosas, en lo que a menudo no se ve ni hace ruido". Cortito y al pie.
Se veía a Bergoglio mucho más relajado al escuchar los testimonios de una religiosa, un laico y un obispo. "Estoy contento de encontrarlos en una tierra que es un don, un patrimonio de la humanidad sobre el que se han construido los fundamentos de Occidente. Todos somos un poco hijos y deudores de su país: sin la poesía, la literatura, la filosofía y el arte que se desarrollaron aquí no podríamos conocer tantas facetas de la existencia humana, ni satisfacer tantas preguntas interiores sobre la vida, el amor, el dolor y la muerte", señaló.
Francisco quiso reivindicar dos palabras que definieron al apóstol Pablo, y que son necesarias para todos los creyentes: confianza y acogida. "La primera actitud es la confianza. Mientras Pablo predicaba, algunos filósofos comenzaron a preguntarse qué quería enseñar ese «charlatán»", y fue llevado al Aerópago. "Pablo, en definitiva, fue acorralado, arrinconado".
"Quizá en muchos momentos de nuestro camino, también nosotros percibimos el cansancio y a veces la frustración de ser una comunidad pequeña o una Iglesia con poca fuerza que se mueve en un contexto no siempre favorable", admitió el Papa. Pero recordó a Pablo ,que "no se dejó vencer por el desánimo, no renunció a la misión ni se dejó atrapar por la tentación de lamentarse".
"Esta es la actitud del verdadero apóstol: seguir adelante con confianza, prefiriendo la inquietud de las situaciones inesperadas a la costumbre y a la repetición. Pablo tuvo esa valentía, ¿de dónde le nacía? De la confianza en Dios. Su valentía era la de la confianza, confianza en la grandeza de Dios, que ama obrar en nuestra debilidad". Una confianza necesaria para entender que, como Iglesia pequeña, se puede evangelizar casi mejor, pues "Jesús elige a los pequeños y a los pobres, que cambia la historia con las proezas sencillas de los humildes".
"Esta es la actitud del verdadero apóstol: seguir adelante con confianza, prefiriendo la inquietud de las situaciones inesperadas a la costumbre y a la repetición. Pablo tuvo esa valentía, ¿de dónde le nacía? De la confianza en Dios. Su valentía era la de la confianza, confianza en la grandeza de Dios, que ama obrar en nuestra debilidad"
"Bendigan la pequeñez y acójanla, los dispone a confiar en Dios y sólo en Él. Ser minoría —y en el mundo entero la Iglesia es minoritaria— no quiere decir ser insignificantes, sino recorrer el camino que abrió el Señor, que es el de la pequeñez, el de la kénosis, el abajamiento y la condescendencia", replicó Francisco, frente a "la obsesión de querer aparecer, de llamar la atención".
La segunda palabra es la acogida, esa "disposición interior necesaria para la evangelización, se trata de no querer ocupar el espacio y la vida de los demás, sino de sembrar la buena noticia en el terreno de su existencia, aprendiendo sobre todo a acoger y reconocer las semillas que Dios ya ha puesto en sus corazones, antes de nuestra llegada".
Porque "Dios siempre precede nuestra siembra", y porque "evangelizar no es llenar un recipiente vacío, es ante todo dar a luz aquello que Dios ya ha empezado a realizar". En su momento, Pablo "reconoció la dignidad de sus interlocutores y acogió su sensibilidad religiosa. Aun cuando las calles de Atenas estaban llenas de ídolos, que lo habían hecho “estremecerse dentro de sí” (cf. v. 16), Pablo acogió el deseo de Dios escondido en el corazón de esas personas y amablemente quiso transmitirles el asombro de la fe".
"Su estilo no fue impositivo, sino propositivo; no estaba fundado en el proselitismo, sino en la mansedumbre de Jesús", subrayó, recordando el testimonio de Rokos, un padre de familia cuyos hijos se han alejado de la práctica religiosa, pero no de la fraternidad ni de la unidad con el prójimo. "El Espíritu trabaja siempre, más allá de lo que se ve exteriormente, ¡acordémonos de esto!".
"También hoy a nosotros se nos pide la actitud de la acogida, el estilo de la hospitalidad, un corazón animado por el deseo de crear comunión en medio de las diferencias humanas, culturales y religiosas", proclamó. "El desafío es elaborar la pasión por el conjunto, que nos conduzca —católicos, ortodoxos, hermanos y hermanas de otros credos— a escucharnos recíprocamente, a soñar y trabajar juntos, a cultivar la “mística” de la fraternidad". Aunque "la historia pasada permanece todavía como una herida abierta en el camino de este diálogo afable, pero abrazamos con valentía el desafío que hoy se nos presenta".
Cuando Pablo habló en Atenas, "la mayoría se fue, un pequeño resto se unió a Pablo, entre ellos Dionisio, titular de esta Catedral. Era una pequeña porción, pero es así como Dios teje los hilos de la historia, desde entonces hasta hoy. Les deseo de corazón que prosigan la obra en su histórico taller de la fe, y que lo hagan con estos dos ingredientes: la confianza y la acogida, para saborear el Evangelio como experiencia de alegría y fraternidad", finalizó.
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