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"Durante los 30 años que llevo en África he conocido varios casos"
-“Buenos días, Reverenda Madre. Había pedido hablar con usted para pedirle permiso para seguir con mis estudios de Educación en la Universidad. Llevo diez años ensenando y creo que necesito un ano para ponerme al día”.
-“Claro que sí, hija. Me parece muy bien que vayas a estudiar. Pero sabes muy bien que la congregación no tiene dinero. Tienes medios?”
-“Si, Madre. He encontrado un bienhechor de una parroquia de Estados Unidos que está dispuesto a…”
-“Entonces no hay problema, hija. Tienes mi permiso”.
No me invento nada. Durante los 30 años que llevo en África he conocido varios casos que podrían empezar con esta conversación. Siempre se trata de monjas africanas que, a menudo quemadas en un trabajo difícil en lugares conflictivos intentan hacer un alto para seguir con sus estudios, en parte para no quedarse desfasadas en su campo profesional, y también para encontrar un espacio donde respirar tras largos años de fatiga.
La hermana joven, en cuestión, tragara saliva al oír de su Madre superiora la frasecita: “sabes muy bien que la congregación no tiene dinero”. Podría reaccionar diciendo que, desde su elección como Provincial o como General de la orden, la Madre ha enviado a más de diez de las monjas de su mismo grupo étnico a estudiar al extranjero, y que en algunos casos los estudios se alargan años y años sin que nadie sepa por qué, pero ella pertenece a una minoría silenciosa, y más le vale no decir nada.
La hermanita llega a la capital para comenzar sus estudios. Su congregación no tiene comunidad en ese lugar y se ve obligada a vivir en un cuchitril compartido con tres mujeres bastante más jóvenes que ella. Cuando empiezan las clases, pagadas gracias a la generosidad de su bienhechor, se da cuenta que un montón de gastos que no había previsto empiezan a acumularse: libros, fotocopias, comida, teléfono, consultas médicas, transporte… además de las mil peticiones de sus familiares del pueblo, que al saber que su pariente vive ahora en la capital, piensan -equivocadamente- que nada en la abundancia. Agobiada, llama a la Madre superiora, la cual cada vez responde de la misma manera:
-“Me alegra mucho saber que has empezado tus estudios, hija. Pero, como ya te expliqué, sabes muy bien que la congregación no tiene dinero”.
La hermanita se ha informado y sabe que, a media hora de camino de donde vive, hay una parroquia. Allí empieza a acudir todos los días a misa a las seis de la mañana, antes de ir a la Universidad, casi siempre sin desayunar. Allí conoce a un sacerdote que trabaja en una oficina nacional y que acude a menudo a la iglesia a concelebrar. El padre muestra un estatus económico más que holgado, con un buen coche, relojes de moda, y además tiene labia. Un día la invita a cenar. La monja comienza a recibir regularmente una ayuda económica que le permite hacer frente a sus gastos. Poco a poco comienzan una relación y se convierten en amantes…
He conocido varios casos en el que el final de la historia fue siempre el mismo: la monja se queda embarazada y es expulsada de su congregación. Al cura, si es que sus superiores llegan a descubrir el pastel, le cambian de parroquia o, no raramente, le mandan a reciclarse en “un periodo de renovación espiritual”, lo cual a veces quiere decir que le mandan a estudiar al extranjero.
Y, aunque obviamente no puedo dar detalles, como digo, no me invento nada.
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