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"Falta más profetismo en la teología, más contundencia en su palabra"
Hace poco se divulgó la noticia de la muerte de Gustavo Gutiérrez, noticia que, en cierto sentido, no nos sorprendió, porque sabíamos de su salud frágil, pero sí nos dolió (y sigue doliendo) porque su calidad humana es reconocida por todos y su legado teológico invaluable (las fotos en su compañía están llenando las redes y también subiré la mía por la alegría de haber tenido esa oportunidad).
No voy a hacer un recuento de su vida porque ya muchos lo están haciendo. Voy a enfatizar en el testimonio que nos deja de coherencia en su pensamiento teológico y su identidad personal y en la responsabilidad que queda en nuestras manos al sentir su partida.
Su sencillez, su simplicidad, su calidez, su claridad permitieron ver a la persona del teólogo e hicieron posible tanta empatía con todos los que se acercaron a él. La foto que subió José Manuel Vidal en el portal de Religión Digital haciendo su perfil, corresponde a un encuentro realizado en Boston por el Grupo Iberoamericano de Teología. Y la foto, sin haberlo pretendido, dice mucho: Gustavo en un borde, mostrando el lugar desde donde siempre escribió: la periferia, los márgenes, los pobres.
Sí, Gustavo fue una persona y un teólogo digno de admirar porque fue auténtico, coherente, agudo, persistente, profético, valiente. No es fácil mantener la línea teológica emprendida si se quiere ganar un reconocimiento oficial. Pero Gustavo no temió el desprestigio de la institución eclesial “oficial” y, por eso, tuvo bastante persecución y hasta hoy se encuentran jóvenes formados en contra de la teología de la liberación y, por supuesto, de uno de sus mayores representantes, prácticamente el “padre” de esta necesaria teología, nuestro querido Gustavo. Logró muchos reconocimientos, por supuesto de universidades y grupos eclesiales comprometidos con la línea de su pensamiento. Con el papa Francisco, se reivindicó en muchos sentidos el sufrimiento y persecución sufrido por tantos años.
Ahora queda en juego la capacidad que tengamos de continuar ese legado liberador de su teología. Un legado que cada vez se matiza más, se acomoda más, se rebaja más, se congracia con los estamentos oficiales. No se ve el mismo ardor en la defensa del pobre, ni la misma pasión para ponerlo en el centro. No se pronuncian tantas palabras proféticas que sacudan para vivir la profundidad evangélica que tanto se necesita. No pareciera que hubiera tantos desarrollos teológicos contundentes que reclamen una teología hecha desde las periferias, desde los últimos. Falta más profetismo en la teología, más contundencia en su palabra.
Ojalá que este recuerdo agradecido a nuestro querido teólogo latinoamericano nos ayude a seguir su misma inspiración liberadora, por supuesto con los múltiples desafíos actuales, pero sin perder la agudeza, la contundencia, la transparencia de quien descubrió lo esencial del evangelio: “Bienaventurados los pobres porque de ustedes es el reino de Dios” (Lc 6, 20).
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