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"Pido a Dios que el anhelo de los palestinos de tener su propio Estado se haga realidad a la brevedad"
Claman al cielo los heridos y muertos fruto de la violencia tanto de Hamas como del ejército de Israel. Claman al cielo los millones de palestinos que debieron dejar sus casas y sus trabajos para custodiar sus vidas. Claman al cielo los rehenes israelíes que sólo quieren volver a sus casas y estar con sus familias. Clama al cielo el absoluto desprecio por la vida, por los niños, los ancianos y los inocentes.
Frente a este dolor interminable y lacerante sólo cabe arrodillarse y orar, consolar y trabajar para que pronto termine esta guerra y para siempre. El dolor de una madre, de un padre, de un hermano o de un amigo, que pierde a su ser querido o que está en cautiverio no tiene religión, nacionalidad, ni militancia política.
Esta guerra, y otras que estamos tristemente viviendo, que como lo ha recordado Francisco sólo presagia un tercer conflicto a escala mundial, deja en claro que los países ignoran el sentir de la inmensa mayoría de la humanidad, de los organismos internacionales y de los incesantes llamados del Papa a la paz, al diálogo y a la resolución pacífica de las controversias.
También es triste e indignante ver a los poderosos de la guerra celosamente protegidos, mientras que muchos jóvenes, -algunos ignorando incluso el trasfondo de esta masacre-, exponen sus promisorias vidas en las trincheras de la muerte.
Escalofriante resulta, además, que para quienes diseñan, fabrican y venden armas, la guerra es un mero negocio y, en su lógica, mientras más dure y se extienda, mejor. Lucrar a costa del dolor, el sufrimiento y la muerte de miles de personas es un delito de lesa humanidad.
Esta guerra no es entre palestinos e israelíes, ni tampoco entre musulmanes y judíos. La inmensa mayoría quiere vivir en paz y está harta de tanta violencia. Esta es una guerra cuyos últimos responsables no se dan cuenta que la violencia sólo engendra más violencia. Es una lástima que, enceguecidos en sus propias visiones del mundo y de la historia, ignoran que el alto al fuego es urgente porque toda vida humana es sagrada y porque cada gota de sangre derramada es un oprobio a la humanidad que todos compartimos y un rotundo fracaso de la sociedad.
En Chile los descendientes de palestinos y los judíos siempre han convivido de modo pacífico. Se han conocido desde pequeños en el colegio, han estudiado en las mismas universidades, han emprendido juntos, han trabado amistades profundas que se han perpetuado de generación en generación. Además, han colaborado en altas responsabilidades políticas, académicas, empresariales y sociales.
Sería una lástima, una pérdida y un error trasladar este doloroso y sangriento conflicto a nuestro país y comenzar a respirar el odio que se vive en el medio oriente, y de modo especial a las nuevas generaciones. Ese camino es sin retorno y depende de nosotros, los adultos, evitarlo. Las generaciones futuras lo van a agradecer. ¿No habrá llegado la hora de más magnanimidad, mayor altura de miras, comprensión mutua y anhelo de sumar voluntades para exportar la esperanza de que la paz es posible?
Pido a Dios que se escuche la voz de los que queremos una sociedad libre de guerras, y que el anhelo de los palestinos de tener su propio Estado se haga realidad a la brevedad y así, se pueda construir un futuro próspero en la región, donde palestinos e israelíes puedan vivir en paz, profesar su propia fe y trabar un futuro en conjunto. La justicia es el nuevo nombre de la paz.
Pido a Dios para que los mercenarios de la guerra emprendan el camino de la conversión y dejen de enriquecerse a costa del sufrimiento de tantos inocentes. Pido a Dios que la voz y oración incesante del Papa Francisco se escuche con más atención y de todos quienes decimos, embargados por un gran sentimiento de impotencia, amargura y dolor en el alma, ¡basta!
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