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Los intereses asesinos (J. M. Llamas Fortes)

Crisis, hipotecas, padres de la Iglesia, usura, pobreza, justicia

La crisis hipotecaria, los Padres de la Iglesia y la usura

Los intereses asesinos (J. M. Llamas Fortes)

Todavía hay gente preparada y profunda que sabe conciliar la antigüedad, la tradición y la actualidad, la fe y las obras, la contemplación y la acción, cielo y tierra, a los padres de la Iglesia y la realidad actual en la que estamos sumergidos, en otras palabras: hay quien sabe estar en el mundo sin acabar siendo un mundano. Porque el mundo no es nuestro enemigo sino el lugar que habitamos, nuestra casa común. Pero se dan situaciones en nuestra casa común que, aunque se alejan de la voluntad de Dios, acabamos normalizando.

¿QUÉ TIENEN QUE DECIRNOS, POR EJEMPLO, LOS PADRES DE LA IGLESIA ANTE ESTAS SITUACIONES?

José Manuel Llamas Fortes es uno de estos hombres que te sorprenden gratamente porque sabe conjugar todas estas cuestiones. Es profesor de los Centros Teológicos de Málaga (CESET), Doctor en Patrología, Párroco de la Iglesia de San Pablo, donde está el famoso Cristo del Cautivo (Málaga), y un montón de cosas más. Dejo aquí un enlace para quien quiera conocerlo mejor: https://www.llamasfortesjm.com/quien-soy

Nuestro autor nos invita hoy a visualizar este corto de menos de 2 minutos ("No hay tanto pan") para posteriormente reflexionar juntos la cuestión que hoy trae a debate: https://www.youtube.com/watch?v=dBSD3tbeY0I&t=7s

J.M. Llamas Fortes

Hace poco vi una película que merece la pena aconsejar: Cerca de tu casa, de Eduard Cortés. Una sencilla, clara, realista, emocionante y bella cinta musical sobre la crisis hipotecaria y la expulsión de cientos de miles de familias de sus hogares, realidad sangrante que ha sufrido y sufre nuestro país desde hace años.

Una de esas historias sin buenos ni malos, poliédrica, en la que se dibuja lo que vemos cada día a nuestro alrededor: parejas jóvenes a las que los bancos han echado de sus viviendas, abuelos que los han acogido, policías que, en contra de su voluntad, tienen que derribar puertas para sacar a rastras a sus habitantes, empleados de bancos a los que la conciencia les martillea el alma, sinvergüenzas que se aprovechan de la desesperación ajena… Eso sí: al final hay un hilo de esperanza.

Claro está: si me pongo a hablar, aquí, del tema, probablemente habrá más de uno que me diga: “un cura no debería meterse en política”, estupidez muy recurrente que, no obstante, parte de una triste premisa tan real como históricamente idiota.

Y es que muchas veces, pretendiendo preocuparnos de lo social, cristianos curas y no curas hemos sustituido la fe por la ideología, y hemos convertido la denuncia, que parte del Dios en quien creemos, en un abominable ladrido pancartista con regusto a lucha de clases, tan pasado de moda como lejano al Evangelio.

Dicho esto, hablemos del tema. Pero no, no voy a proponerte una reflexión sesuda acerca de lo demoníaco que resulta lo que los bancos han hecho con la pobre economía de tanta gente vilmente engañada para poner su firma en una sentencia de esclavitud que ha caído sobre sí misma, su familia y su descendencia. O acerca de la responsabilidad de esta gente, que creyó (o creímos: las parroquias, e incluso las diócesis, también hemos firmado más de una hipoteca con menos cabeza que Bitelchús después de cambiarle el número al indio Shuar en la sala de espera del Más Allá) que iba a pasar toda su vida en una pedazo de urbanización con piscina, pista de pádel y de tenis, jardín interno y tres plazas de parking, y ha acabado ancá sus padres rezando para poder pagar un mes más, mientras su persona y su familia se desmoronan como un castillo de naipes.

Historia de las Afueras

De hecho, vamos a escuchar, tú y yo, si te parece, lo que algunos Padres de la Iglesia dicen acerca del tema. ¿Cómo? ¿Gente de hace más de quince siglos, y encima curas y obispos, hablando de la crisis del ladrillo? Pues, aunque te parezca una cosa increíble, aquí están. Y empleando más dureza de la que yo sería capaz de expresar, con toda seguridad.

Así pues, adelante, Cipriano, Hilario, Gregorio y Juan: pasen, por favor, y dígannos algo sobre lo que estamos sufriendo en nuestras tierras a causa de los usureros.

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Estamos a mediados del siglo III. Cipriano vive en Cartago. En su juventud era politeísta, pero luego se hizo cristiano, y es el obispo de la ciudad. Ha sufrido mucho con la persecución del emperador Decio, y después ha tratado de volver a acoger a bastantes de los que renunciaron a su fe por miedo. Al final de su vida, en la próxima persecución, la del emperador Valeriano, acabarán cortándole la cabeza por creer en Jesucristo, después de un tiempo en la cárcel.

Es un hombre sobrio, y, cuando le preguntan qué piensa sobre los usureros, contesta así de sencillamente:

Hilario es un buen galo, obispo de la Civitas Pictaviensis, hoy llamada Poitiers. También fue politeísta antes de descubrir una frase que cambió su vida: «Yo soy el que soy».

Está casado y tiene una hija, Abra. Ha pasado los últimos 5 años, desde el 356, exiliado en Frigia, la actual Turquía, por el emperador Constancio, que no quiere que se diga que Jesús es verdadero Dios.

A su vuelta a la Galia está escribiendo una serie de comentarios a los Salmos. Y esto que sigue lo dice con una pacífica energía furiosa, a aquellos que se dicen cristianos y prestan dinero con intereses:

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Nos vamos ahora al este, y nos acercamos a Gregorio, oriundo de Cesarea de Capadocia y obispo de Nisa. Estamos a finales del siglo IV. Gregorio está muy involucrado en las trifulcas de Constantinopla junto a su hermano, Basilio, y a su amigo de Nacianzo, tocayo suyo. Atención a sus palabras, porque no tienen desperdicio:

Padres de la Iglesia y mundo actual

Terminamos ya a principios del siglo V, visitando a Juan, al que le han puesto un mote, El boca de oro, o, en griego, Χρυσόστομος, natural de Antioquía, obispo de Constantinopla, y que ha sido depuesto de su cargo unas cuantas veces por la emperatriz Eudoxia, de armas tomar. A él le da igual: nadie lo va a callar. Ahí va eso:

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Aquí lo dejamos. No sé qué piensas tú, pero yo estoy completamente de acuerdo con ellos. Lo que han perpetrado y siguen perpetrando los responsables de custodiar los ahorros de nuestra gente es intolerable. Absolutamente intolerable.

Cipriano, Hilario, Gregorio, Juan y muchos otros, como Clemente el de Alejandría, Basilio el de Cesarea, Ambrosio el de Milán, Tertuliano el de Cartago o yo mismo lo tenemos claro. Y ninguno, que conste en acta al final de este escrito, por imbéciles razones ideológicas de cualquier tipo, sino por Jesucristo.

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