Viajar hacia dentro

Jesús Mauleón, poeta y cura
19 jul 2017 - 11:19

Presento aquí unos versos de viaje. Los países bálticos siguen estando de moda. Yo los visité hace unos años y, entre otros vestigios, me queda este dolido poema. Es una vieja manía de la que nunca me he arrepentido. La fotografía nunca ha sido mi fuerte. Mientras mis compañeros de expedición se volcaban afanosos en tomar imágenes con sus cámaras o sus móviles, yo, pobre de mí, observaba inactivo, pero apuntaba por dentro lo que más me interesaba o conmovía. Así me nacieron poemas vividos en Atenas, Roma, Jerusalén, Auschwitz, Leipzig (en la tumba de J.S. Bach), Nueva York, etc… Éste lo inicié ante las aguas del Dvina, el río que parte en dos la ciudad de Riga, en Letonia. Me vino súbitamente a la memoria la muerte del diplomático y escritor del 98 Ángel Ganivet (1865-1898), autor de Idearium español, Granada la bella, Cartas finlandesas, etc… Nos acompañaba una guía nativa muy culta, que hablaba el español divinamente y conocía a fondo la historia y la literatura española. Naturalmente recordaba las circunstancias del suicidio de Ángel Ganivet en noviembre del 1898. Le pregunté si en Riga se guardaba memoria. Ninguna, me contestó, fuera de unos pocos hispanistas. Y, sin embargo, Ganivet, del que muchos de nuestros estudiantes tienen, en el mejor de los casos, una vaga idea, fue altamente valorado como precursor o miembro de la generación del 98. Nuestra guía me recordó que Ángel Ganivet, bajo una fuerte depresión, se arrojó a las aguas heladas del río y cuando lo sacaron logró desembarazarse de quienes lo salvaban para lanzarse de nuevo a la muerte por ahogamiento o hipotermia.

MORIR TAN JOVEN (Ángel Ganivet)

Morir tan joven fue morir dos veces.

El cielo se cayó contra tu frente

hasta arrasar tus ojos de las aguas del Dvina.

Arrojarte a la indiferencia de la corriente gélida

fue como más morir.

Multiplicando

la muerte por el frío, buscabas desnacerte y redoblabas

tu furiosa querencia del vientre de la nada.

¿Qué cielo se te hundió para que dieras

tu espalda desdeñosa

a los que te sacaron

del agua helada y tu primera muerte?

¿Qué se rompió en tus manos, en tu pluma

que a tus papeles daban

tan pulcra equidistancia entre razón y fuego?

Tanta luz en tus letras, tanta

precisión en la palabra y tanta

tu pasión, tu lucidez de una España

que a la vez escribías y adorabas,

para entregarlo todo a un río extraño

y abandonar tus ojos, en las aguas abiertos

a la final ceguera...

Aquí, Ángel Ganivet, a la orilla del Dvina,

te diré que en Letonia ya nada te recuerda.

Riga vive sin ti. Corren las aguas

de un río ya ignorante de tu nombre.

El tiempo es más cruel en sus olvidos

cuando se aleja de la ajena muerte.

Vive tu muerte en paz, oh maestro olvidado.

Las aguas otras son, nietas de aquellas

en cuyo vientre navegó tu cuerpo,

al cuello dos suicidios

y veinte piedras-muertes más que te lastraron

de locura hasta el fondo.

Morir tan desterrado y en tan ajenas aguas,

tan lejos de la tierra y de los ríos,

carne y venas de una España dolida y requebrada,

fue morir de una furia que te estrelló en los brazos

engañosos del frío, de las brumas,

que te acostó en el pecho

del infinito desamparo.

(Riga, junio de 2005)

(De Apasionado adiós, Madrid, Vitruvio, 2013, p. 121-22).

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