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"En el cristianismo, la humildad a menudo se ha entendido mal"
Estimadas y estimados, en el cristianismo, la humildad a menudo se ha entendido mal. Especialmente cuando ser humildes se ha confundido con humillarnos. La humillación no tiene nada que ver con la humildad. Entonces, ¿qué es exactamente la humildad cristiana?
Jesús nos habló de una puerta estrecha (Mt 7,13), nos aconsejó cargar con nuestra cruz (Mt 10,38), pero también nos propuso otra imagen que creo que es la clave para entender la esencia de esta sencilla modestia. La imagen, la metáfora absoluta de la humildad es, al fin y al cabo, un niño. Cuando los discípulos discutían sobre quién de ellos debía ser el más grande, Jesús tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y lo abrazó (Mc 9,36). Y, acto seguido, afirmó: «El que se haga pequeño como este niño es el más importante en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). Vemos, por tanto, que en el discurso de Jesús hay un gran deseo de asociar la sencillez con la infancia. Esto otorga a la modestia una serie de connotaciones deliciosas: pureza, alegría, confianza, felicidad… de las que a veces los cristianos nos hemos olvidado.
"Cuando los discípulos discutían sobre quién de ellos debía ser el más grande, Jesús tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y lo abrazó (Mc 9,36). Y, acto seguido, afirmó: «El que se haga pequeño como este niño es el más importante en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4)"
Además, Jesús, que era tan humilde, para algunos de su tiempo fue visto como un arrogante. ¿Cómo era posible que se llamara a sí mismo Hijo de Dios? ¿No fue atrevido cuando expulsó a los mercaderes del templo y dijo, incluso, que podía reconstruirlo en tres días? Fijémonos en que la humildad de Cristo, como hemos visto en estos ejemplos, no tenía nada que ver con un servilismo hipócrita, conveniente o empalagoso, como tan a menudo ocurre en nuestras relaciones. Jesús lavó los pies a los discípulos, escuchó a todos, se entregó a todos, pero nunca dejó de ser quien era, semejante a los niños, que no se traicionan a sí mismos.
De ahí que, si actuamos como Jesús, a veces, para la sociedad que nos rodea, podremos parecer arrogantes, dado que no seguiremos lo políticamente correcto o los caminos ya trazados. Pero sí seremos sinceros e imprevisibles como los niños.
La humildad representa una prioridad importantísima de la fe cristiana. Liberémonos del hierro candente que es la ansia de triunfo y de poder. Liberémonos también del ácido de la arrogancia. Ambos pueden hacernos sufrir atrozmente. La humildad cuesta, pero tiene esa otra cara de felicidad, de plenitud, de bienestar. En nuestra sencillez perdemos el dorado pedestal de nuestras ambiciones, pero nos quedamos por dentro con ese espíritu de infancia, con esa pureza de corazón necesaria para entender qué vale verdaderamente la pena en la vida. Dejamos de tener una idea demasiado satisfecha de nuestro poder y nos entregamos mejor a los brazos de Dios Padre. Pero esta modestia no pasa por arrodillarnos, aunque esto en la vida cristiana tenga su importancia, porque solo debemos arrodillarnos ante Dios.
"Liberémonos del hierro candente que es la ansia de triunfo y de poder. Liberémonos también del ácido de la arrogancia. Ambos pueden hacernos sufrir atrozmente"
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