"Mira, estoy de pie a la puerta y llamo"
Adviento, o la esperanza que no engaña
"Jesús nos invita a su banquete de bodas"
Estimadas y estimados, hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, celebramos con alegría la entrega total del Señor como verdadero don para toda la humanidad, una oblación que recordamos y actualizamos en cada celebración de la Eucaristía, nutriéndonos abundantemente de sus bienes y saciándonos para siempre con su amor infinito.
Jesús nos invita a su banquete de bodas, aquel que se celebra cuando el Esposo está presente, cuando lo reconocemos día a día en la comunidad cristiana, en todas las personas que nos rodean, en las necesidades de las más débiles o desamparadas.
¡Sentimos su llamada jovial y radiante! Se adivina en el solemne canto del aleluya, en los relatos luminosos de los evangelistas, en el abrazo de paz y fraternidad de la asamblea, en la veneración de las filas silenciosas y orantes desde donde nos acercamos a recibir su Cuerpo y su Sangre.
El Espíritu está bien presente, susurrándonos al oído nuestra identidad como hijos del Padre celestial, siempre invitados a hacer fiesta, a sacrificar el cordero y a celebrar el amor con todos los hermanos, también con aquellos que se han podido perder por el camino.
Tenemos una gran ventaja. Jesús nos ha mostrado a un Dios libre y misericordioso, que no invita a quienes podrían devolverle la invitación, sino a aquellos que no tienen nada que parezca una recompensa. Así puede mostrar cuán magnánima es su manera de actuar. Y así todos nosotros cobramos valor para acudir a la inmerecida celebración.
Ya dispuesta la mesa, Jesús mismo nos sirve el suculento banquete. Él, siempre ceñido a la altura del pecho, como un sirviente, dispuesto para el trabajo doméstico. Y nosotros, allí, sentados, boquiabiertos ante la imagen de un Dios tan modesto, tan obediente.
"Saboreamos su persona, la riqueza de la vida que nos ofrece, la luz que emana de sus enseñanzas y especialmente de su vida entregada en un exceso de amor que no puede terminar"
Jesús es a la vez servidor y a la vez el ágape mismo. Como dijo San Agustín: «¿Cuál es el pan del Reino de Dios, sino aquel que dice (Jn 6,41): “Yo soy el pan bajado del cielo”? No preparéis la boca, sino el corazón» (Sermón 112). Saboreamos su persona, la riqueza de la vida que nos ofrece, la luz que emana de sus enseñanzas y especialmente de su vida entregada en un exceso de amor que no puede terminar. Es un banquete que nunca se consume, siempre abundante y siempre pleno.
Y, sin embargo, en la alegría de esta celebración falta algo. Aún hay sillas vacías, espacios por llenar, hermanos que quizás no han probado las delicias del buen Dios. Como Iglesia evangelizadora, saldremos de cada celebración con impulso y valentía, dispuestos a transparentar el regalo de Dios, dispuestos a compartir la buena nueva de un mundo fraternal y esperanzador.
También te puede interesar
"Mira, estoy de pie a la puerta y llamo"
Adviento, o la esperanza que no engaña
"La historia de Rut, una respuesta poderosa a los integrismos de hoy y de siempre"
La ternura frente a la intransigencia
"El que tenga oídos, que oiga"
"El mal que acecha a la puerta"
"Gracias por vuestra atención y colaboración. En épocas de crisis, cuesta pedir dinero"
"Una Iglesia de servicio necesita una estructura"
Lo último
Una travesía entre los miedos del mundo hacia el Belén de las Periferias
La Esperanza insurgente del Adviento
Retomamos el camino de Adviento
15 de diciembre: III Lunes de Adviento
Si hablamos de "identidad sacramental" para vincular a los varones consagrados a Cristo, no terminamos de ver qué relación tiene con el orden natural, con la masculinidad o feminidad
¿Las mujeres no pueden acceder al ministerio ordenado?