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Migrantes, misioneros de esperanza
Estimadas y estimados. Este fin de semana del 4 y 5 de octubre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Además, se ha querido que coincidiera con el Jubileo de los migrantes y del mundo misionero, lo cual, como afirma el papa León en el mensaje con motivo de esta Jornada, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el vínculo entre esperanza, migración y misión.
«Vendrán gentes de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios» (Lc 13,29), afirma Jesús en el Evangelio. Pienso que esta gente que viene de lejos, de oriente y de occidente, del norte y del sur, son nuestros migrantes. Entre nosotros, el tema de las migraciones se nos presenta y se vive muy a menudo como un problema. Y sí, lo es; lo es básicamente porque la casi totalidad de personas afectadas se ven obligadas a migrar, a marcharse de casa. Son migrantes forzados. Y eso significa que el problema no son, en ningún caso, las personas, sino que el problema son las situaciones y las causas que obligan a las personas a marcharse, a huir de su casa, a abandonar lo que es suyo. Migrar es un derecho, pero también lo es no tener que migrar forzadamente.
Una vez han llegado entre nosotros, debemos acogerlos y amarlos con solicitud. En el banquete de la mesa eucarística, prenda y anticipo del banquete eterno, cada vez participan más católicos provenientes de otros países. Dan vida a muchas de nuestras comunidades. Curiosamente, cada vez tenemos más vocaciones laicales, religiosas o sacerdotales provenientes de fuera. Todas ellas son un bien y una gracia de Dios para nuestra Iglesia. Por lo tanto, no hagamos una pastoral «para» ellos —que significaría situarnos a distancia y mirar el fenómeno migratorio como algo que nos llega desde fuera—, sino que propongamos una pastoral y un trabajo «con» las personas migrantes que vienen a vivir en nuestra propia tienda.
En un mundo oscurecido por guerras e injusticias —afirma el Papa León en su mensaje—, los migrantes y los refugiados se erigen como mensajeros de esperanza. Su coraje y su tenacidad son un testimonio heroico de una fe que ve más allá de lo que nuestros ojos pueden ver y que les da la fuerza para desafiar la muerte en las diferentes rutas migratorias contemporáneas. De ahí que los migrantes y los refugiados recuerden a la Iglesia su dimensión peregrina, perennemente orientada a alcanzar la patria definitiva, sostenida por una esperanza que es virtud teologal, afirma el Papa.
Cada vez que la Iglesia cede a la tentación de la «sedentarización» y deja de ser un pueblo que peregrina hacia la patria celestial (cf. San Agustín, La ciudad de Dios), deja de estar «en el mundo» y pasa a ser «del mundo» (cf. Jn 15,19). Es así como, de manera particular, los migrantes y los refugiados católicos pueden convertirse hoy en misioneros de esperanza en nuestros ambientes. Acojámoslos de corazón.
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