"En Adviento, dejar que la Palabra despierte en nosotros la sed de Cristo"
San Ambrosio, maestro de oración
"Ir más allá de lo que se ve"
Estimadas y estimados, en este tiempo de reflexión sinodal, que se extenderá durante todo este año que acabamos de estrenar, quiero seguir insistiendo en la importancia de sentirnos todos, gracias al bautismo que hemos recibido, miembros del pueblo santo de Dios.
Precisamente hoy, en la celebración del Bautismo del Señor, adquiere plenitud de sentido el canto unánime: «Un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre» que nos ayuda a redescubrir que la comunión es central en el testimonio de la Iglesia. Mientras nos afanamos por fortalecer la unidad debemos descubrir las actitudes que dificultan el encuentro con los hermanos y las hermanas y desenmascarar las opiniones de aquellos que creen que la unidad es una utopía irrealizable. La comunión es un don, y sólo el Espíritu puede hacernos este regalo ansiado. Por tanto, solo en Él podemos poner la confianza. Conviene, entonces, empezar el año intercambiando el pesimismo por la fe y abriendo los corazones a la acción de Dios en nuestra Iglesia.
Por eso, cuando nos encontramos en las Unidades Pastorales, las parroquias, las comunidades o las familias, debemos tomar conciencia de que vamos a ofrecer y recibir un regalo. Pensemos en ello. Yo te ofrezco mi pobreza, para que tú puedas regalarme el don que Dios ha depositado en ti. Y, al mismo tiempo, te ofrezco mi riqueza para que también tú puedas disfrutarlo. Así el Señor será glorificado.
Si no soy pobre y sólo estoy pendiente de demostrar mis méritos, me perderé la multiplicidad de dones que hay fuera de mí. Y si no soy rico, en la conciencia de que Dios me ha llenado de sus bendiciones, estaré ocultando mi don personal, mi talento irrepetible en la comunidad.
Os animo a que descubramos el regalo que llevamos dentro. No es fácil. Una forma de hacerlo es saber distinguir entre el núcleo de la persona y nuestras circunstancias o apariencias. ¡Y cuidado con los juicios! Debemos tener astucia e ir más allá de lo que se ve, de las apariencias, para descubrir el don de Dios. Cada persona conserva en su corazón el sello de Dios; debemos escucharlo y mirarlo con atención, a fin de descubrirlo. Esto nos ayudará a no caer en la vanagloria de pensar que nosotros somos mejores, y a la vez, quizás ayudará al otro a redescubrirse en positivo.
En el nuevo amanecer que queremos vivir, lo que nos indica que estamos en camino es que compartimos la vida en armonía, aprendemos unos de otros, y nos acogemos y servimos gozosamente. Cada uno tiene sus fuerzas y cualidades, pero de nada sirven si no se ponen a disposición de la comunión. De hecho, si alguien realmente tiene, lavará los pies de quien, sólo aparentemente, es más débil. Como Jesús, que no se presenta como modelo de santidad según los esquemas de la época. Él comía con publicanos, se juntaba con los descartados de Israel, no sólo con los pobres, sino especialmente con las personas consideradas impuras y pecadoras. El corazón de Jesús latía para construir fraternidad.
Empezado un nuevo año, celebrado el día de Reyes y en el Bautismo de Jesús, ofrecemos nuestro regalo y aceptamos el que nos dan.
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