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"La santidad de unos ayuda a la fragilidad de otros"
Estimadas y estimados, el Año Jubilar es una ocasión extraordinaria en la que podemos vivir con especial intensidad «la comunión de los santos», como afirmamos en el Credo. En este contexto, la santidad de unos ayuda a la fragilidad de otros. Por ello, refiriéndose al don de la indulgencia, el papa Francisco afirma: «Vivir la indulgencia del Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza de que su perdón se extiende a toda la vida del creyente. La indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia, que permite a todos participar de los beneficios de la redención de Cristo» (Misericordiae vultus, 22).
El don de la indulgencia en el marco del Año Jubilar está indisolublemente unido al sentido de peregrinación: caminamos hacia Cristo, seguimos a Cristo. Precisamente este año, en la misa de los domingos, leemos especialmente el Evangelio de san Lucas, donde encontramos una composición temática en la que casi toda la vida pública de Jesús, con su mensaje de salvación, transcurre en un largo peregrinaje suyo y de sus discípulos hacia la ciudad de Jerusalén (9,51-19,44). Allí tendrá lugar su pasión, muerte y resurrección; allí manifestará su gloria. Y los discípulos siguen a Jesús, a menudo sin comprender del todo las exigencias de su seguimiento.
El discípulo es aquel que sigue a Jesús, peregrinando por la vida. De ahí el sentido cristiano de la peregrinación, que en el Año Jubilar se materializa en el acto de peregrinar y visitar una Iglesia jubilar. ¡Somos «peregrinos de esperanza»! Entramos por su puerta, que este año es especialmente Puerta de la Misericordia. Para llegar a la Puerta de la Misericordia, debemos ponernos en camino. Debemos levantarnos de nuestros lugares de comodidad e iniciar una peregrinación, sobre todo interior, para acercarnos a aquel que nos ha dicho: «Yo soy la Puerta» (Jn 10,9). Queremos entrar por la puerta de Cristo para experimentar la indulgencia, es decir, el amor de Dios que consuela, que perdona y que ofrece esperanza.
La indulgencia no es algo meramente mecánico, sino que, por un lado, se confía totalmente en la gratuidad de la gracia de Dios otorgada por medio de la Madre Iglesia y, por otro, exige y expresa claramente la conversión sincera del creyente, quien procurará vivir la vida cristiana con plenitud. Ya Pablo VI afirmaba que «las indulgencias confirman la supremacía de la caridad en la vida cristiana […]. Requieren una sincera metánoia [cambio] y unión con Dios, además del cumplimiento de las obras prescritas» (Indulgentiarum doctrina, 11). Se trata de una conversión que debe «nacer de una caridad ferviente» y que puede llevar «a la purificación total del pecador», como nos indica el mismo Catecismo (CEC 1472), recogiendo las enseñanzas del Concilio de Trento (DS 1712-1713).
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