"Ser comunidad que acoge"
Conforme al espíritu de Cristo Jesús, Dios les conceda vivir en perfecta armonía unos con otros
"Ser comunidad que acoge"
Estamos llamados a mostrar con obras nuestro arrepentimiento y conversión.
En este segundo domingo de adviento la liturgia de la palabra nos invita a caminar en el espíritu de Jesús, el cual es un espíritu abierto en la misericordia y que se nos comunica en la medida de nuestra conversión.
Todos estamos llamados a alabar a Dios y a ver su salvación.
La experiencia del Reino de los cielos es vivir en el amor a Dios y a nuestros hermanos.
La conversión significa purificarnos y renovarnos en un amor auténtico que produzca frutos buenos y que no nos hagamos daño unos a otros. Que sepamos respetar a cada persona en su dignidad de hijos de Dios.
El Espíritu Santo y fuego que Jesús viene a derramar, se comunica en aquellos, cuya conversión muestra los frutos buenos.
En el evangelio de Mateo se nos narra como Juan el Bautista recibe a todos los que se acercan a él a bautizarse en el Jordán pero es muy claro con los saduceos y fariseos que se presentan para cumplir con el bautizo pero les falta la conversión.
Juan el bautista llama a los fariseos y saduceos raza de víboras porque no dejan de hacer daño a los demás.
Los males en el mundo es porque nos hacemos daño los unos a los otros.
Los que hacen daño a los demás no escaparán del castigo divino, donde es separado el trigo de la paja.
El acogernos unos a otros, significa antes quitar nuestras malas intenciones de hacer daño.
Quitarnos las intenciones de hacer daño los unos a los otros, significa promover unas relaciones y ambiente de confianza, como ya en la primera lectura el profeta Isaías nos refiere que el niño jugará en el agujero de la víbora.
El Apóstol san Pablo es uno de esos ejemplos de conversión, que después de todo el daño que hizo a la iglesia en un principio, después la hizo crecer siendo pilar y cimiento de ella.
La conversión siempre nos es necesaria a cada uno.
Somos diferentes cada uno y cada uno debe hacer su propio proceso de conversión.
En este proceso de conversión, requerimos de un amor que sepa entender que el camino es de gran paciencia.
¿Por qué paciencia? Porque tenemos que ir tomando conciencia de toda la verdad, nuestra verdad, y no es fácil ver y conocer todo lo que no hemos hecho bien y necesitamos enderezar.
Por eso Jesús nos llama a perdonar no sólo hasta siete veces sino hasta 70 veces 7.
Lo importante es no dejar el camino de la conversión; que este sea constante porque es la forma de irnos configurando para experimentar en esa medida la salvación.
Mientras no vivamos más la conversión estamos en mayor peligro de perdernos y privarnos de la salvación.
El consuelo en este camino se hace importantísimo porque es la fuerza para animar a seguir perseverando, luchando, como ya le dice Jesús a Pablo: te basta mi gracia que se manifiesta en la debilidad.
Ser una comunidad que acoge en el amor, para ser imagen trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es dar esperanza de que cada uno es respetado en su propia individualidad y dignidad y, desde ella, enriquece en la comunión a todos.
Donde cada uno saca lo mejor de sí y busca vencer lo malo que cada uno traemos.
La conversión siempre nos da esperanza de que prevalezca lo mejor de cada uno y que le da vida a la comunidad para crecer y que cuando se presentan las heridas de la debilidad sabe también curar, fortalecer y sanar.
Esto es caminar juntos, nuestra sinodalidad actual en la iglesia.
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