"Ser comunidad que acoge"
Conforme al espíritu de Cristo Jesús, Dios les conceda vivir en perfecta armonía unos con otros
"Los indiferentes no tienen entrada al cielo sino los compasivos"
La liturgia de la Palabra de este domingo 26 del tiempo ordinario, nos coloca en un punto muy importante de nuestra actitud de vida ante los demás.
La indiferencia es un pecado grave. Podemos decir que los indiferentes no tienen entrada al cielo.
La vida de Jesús es una vida de compasión. Él tiene un corazón que sabe sentir la realidad de cada persona y sabe cómo estar con cada uno, a quien le abre espacio de amor y de acogida.
La primera lectura del profeta Amos nos prepara para entender la exposición de Jesús, narrada por el Evangelista Lucas.
El hombre rico, que disfruta, banquetea y es indiferente a la proximidad de sufrimiento del hambriento y llagado Lázaro. ¡Un escenario que conmueve!! Decimos muchas veces: ¿cómo podemos ser tan indiferentes ante tanto dolor necesidad y sufrimiento que se manifiesta a nuestros ojos?
La indiferencia nos aleja de la gran oportunidad de compasión que hace posible el tránsito de la fraternidad verdadera.
De qué sirve hacer discursos de fraternidad sino somos capaces de compasión ante la necesidad de sufrimiento de quien me es cercano.
¡Muchas veces mientras yo estoy bien que me importa el otro que sufre!
Consuelo y sufrimiento es una dinámica de alternancia por la que nos tendremos que movernos ahora o después.
La compasión es la clave para transitar del sufrimiento al consuelo en calidad de cercanía, solidaridad, redención y salvación.
El rico sobrado de bienes, creyendo con absoluta ignorancia que sus bienes temporales tenían placer de eternidad, se da cuenta que también muere como muere el pobre Lázaro pero con destinos de suerte diferentes después de la temporalidad de esta vida.
Nuestra vida nos da oportunidades diferentes a cada uno y ante esta realidad no podemos dejar de ser sensibles y humana-cristianamente compasivos.
¡Siempre experimentaremos la necesidad! y por lo tanto, suplicaremos la ayuda ante esa necesidad apremiante. ¡Desearemos ser escuchados! Como el pobre Lázaro que deseaba comerse las sobras que caían de la mesa del rico pero no fue escuchado en compasión por el rico.
La sordera de la indiferencia movida por la comodidad egoísta de que yo estoy bien y no me importa el otro, nos llevará a ponernos siempre del otro lado en el sufrimiento que siempre llega; y entonces nos daremos cuenta de la fuerte realidad de la sordera indiferente, cuando como el rico que muere, se va al infierno por no haber tenido compasión y, por más que suplique a Abraham que le ayude, la respuesta será: ¡oportunidad agotada, no se te puede ayudar! Tu no ayudaste en compasión al pobre Lázaro, por lo tanto, no tienes y no mereces la compasión por tu indiferencia sorda.
Bien lo dirá Jesús: “con la medida con que midas serás medido”
Somos muy duros, exigentes, indiferentes sordos ante la necesidad con los otros, pues hemos de saber que en nuestro transitar de la existencia se cambiarán los papeles y los roles; y entonces, lo que no éramos capaces de entender que estaba del otro lado, porque siempre la vida acaba por invertir nuestros roles, lo entenderemos. Con la misma medida que midas serás medido.
Podemos decir que nuestra vida presente es una apuesta de eternidad para la dicha o sufrimiento. Nuestras actitudes presentes nos definen el futuro. Como somos ahora así seremos en el mañana. Si fuimos compasivos recibiremos compasión y consuelo, pero si fuimos indiferentes sordos recibiremos sufrimiento de indiferencia sorda. Al fin, con plena libertad nos movemos y con responsabilidad habrá que asumir lo que nos corresponda.
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