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El Templo: espacio de Dios para darnos vida
En este domingo tercero de cuaresma la liturgia de la Palabra nos invita a adentrarnos en nuestro interior y mirar qué tanto nos hemos abierto o cerrado al obrar de Dios.
El espacio propio de Dios, lo que le pertenece a Dios: ¿en qué lo hemos convertido?
La primera lectura del Éxodo nos invita a no cambiar a Dios por otros dioses.
Muchas veces nuestras conveniencias personales nos pueden tentar a traicionar nuestros principios, nuestros valores y nuestra dignidad.
Jesús de forma enérgica quita del templo a quienes han adulterado el espacio que le pertenece a Dios. No es cómodo quitar a los mercaderes del templo pero es necesario quitarlos, para que el espacio de Dios no se prostituya o adultere.
El espacio de Dios es un espacio para el recogimiento , la oración y tener paz.
Un templo donde Jesús, con sus parábolas, nos descubre que la mirada de Dios es una mirada con misericordia, donde hay que evitar la tentación de juzgar o menospreciar al que está a mi lado en el mismo espacio en el que Dios se hace presente y se quiere comunicar como Padre con todos.
Es por lo tanto, un espacio de encuentro personal con Dios y también comunitario, donde nos reunimos de diferentes familias, caminos, experiencias y situaciones, pero donde nos sentimos acogidos por el amor de Dios.
Por eso es necesario purificar el lugar de Dios donde somos santificados en su Espíritu de santidad y de ternura.
Un lugar libre de ruidos distractores que obstaculizan la voz, el murmullo suave y la presencia viva del espíritu de Dios.
Si en el templo vendían los diferentes productos que la población usaba para su culto traicionando lo más importante que era dignificar el lugar para dar culto a Dios, era probable que al ver a Jesús con sus milagros, les pudiera crear la avaricia de ver a Jesús como un instrumento para sus conveniencias insanas de comercializar.
Por eso Jesús no se fiaba de ellos, conocía sus intereses, su corazón y sabía quién podía ser fiel y leal y quién no.
La fidelidad a Dios y respetar la vida y lo que le pertenece a cada quien, es importante para no adulterar nuestra convivencia sino en ese respeto tener la gran paz del Espíritu de Dios.
Por eso San Pablo nos invita a superar nuestro intereses limitados y abrirnos a la fe en Cristo, superando esos limitados intereses de nuestras necedades, creyendo que nuestras razones son lo máximo , cuando la sabiduría Dios nos pone en una mirada de universo más amplia y completa.
En esta semana, el jueves de la segunda semana de cuaresma nos recordó que el corazón del hombre es lo más traicionero, que es el maldito el hombre que confía en el hombre, por la sencilla razón de que puede sufrir la traición humana.
Jesús siendo amigo siempre de sus discípulos vive la traición de alguien que no correspondió como amigo, Judas Iscariote, quien lo traicionó.
Por eso, como nos ha recordado este domingo el evangelio de Juan, el lugar de nuestro encuentro con Dios, el templo, debe estar limpio de distractores y ruidos para conducirnos con CONFIANZA siempre en Dios, quien en su universo, nos conduce en la fe y en su voluntad por el mejor de los caminos, en el camino que nos indica que debemos recorrer para superar todos los riesgos y peligros y llegar felizmente a donde debe llegar cada uno.
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