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"Se da la vida, aún cuando se muere, para conservar la vida"
Se da la vida, aún cuando se muere, para conservar la vida.
Los frutos dan sentido y razón a la existencia.
Todos nos alimentamos de los frutos.
Quien solo consume o devora frutos sin producir frutos no entra en la dinámica propia de compartir; esta dinámica de compartir frutos sostiene la vida.
Enfocarnos en nuestra posibilidad de dar frutos nos da una Luz de razón para entender nuestra existencia y presencia.
La pregunta : ¿Dónde puedo dar más frutos? Es una pregunta importantes para colocarnos en la vida en el lugar donde podemos y debemos estar en el tiempo, en las diferentes etapas que vamos viviendo para dar el mayor fruto posible.
Este domingo 27 del tiempo ordinario, tanto el profeta Isaías como el evangelio de Mateo nos invitan a considerar que el Señor nos concede estar en su viña para poder ofrecer los frutos que más sean posibles.
Hay quienes en la vida ni siquiera consideran qué frutos pueden brindar para comunicar tanto bien, teniendo así una existencia que se extingue en sombra y oscuridad, con una tristeza profunda interior que hace morir.
Se dan frutos en el matrimonio, en el hogar con los hijos, en la parte laboral, profesional, en la consagración, etc.
¿Qué se espera de cada uno de nosotros como frutos por los roles que desempeñamos?
¿Qué frutos, desde un servicio generoso que sabe hacer y hace lo que le es natural por sus propias condiciones, es lo que debemos comunicar cada uno, en una rica variedad de frutos que nos lleva a integrarnos y compartir?
Como ya dice San Pablo en su carta a los filipenses, lograr esa paz como fruto de una oración agradecida y suplicante que se presenta en Jesucristo y esa paz que viene de conducirse en la virtud, lo que es laudable, noble y justo.
Poner nuestro espíritu en esa armonía de nuestra oración con una vida desarrollada en la virtud del bien; cuya armonía nos lleva a una mayor fecundidad de los frutos.
No dejemos de ver y aplicarnos en la mejor posibilidad que tenemos de hacer el bien y producir fruto.
Que esa posibilidad de bien no la obstaculicen ni las diferencias naturales o limitaciones humanas que tenemos.
Seamos capaces de ir siempre más allá en el bien, como bien que nos enseña el Maestro por excelencia que es nuestro Señor Jesucristo.
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