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Flexibilizar 'maximalismos'
Una vez levantado el estado de alarma, estamos metidos de lleno en la ‘nueva normalidad’. Se vuelven a recuperar viejos, y siempre pendientes, proyectos colectivos de transformación social. Uno de los más trascendentales es, sin duda, el logro de un gran pacto educativo.
Este complejo empeño se me antoja, sin embargo, de muy difícil consecución. La izquierda, como es archisabido, no acaba de llevarse bien con la libertad. Especialmente, en materia educativa. La derecha, siempre complaciente con posiciones confesionales católicas, tampoco acaba de entenderse del todo con la laicidad del Estado. Nuestros obispos, por último, parecen ir a la suya, cerrados a activar actitudes que atiendan las exigencias de la sociedad actual muy secularizada y, en concreto, de la laicidad del Estado. Hoy por hoy, y pesar de tantos años de fracaso escolar, no veo a tales protagonistas en disposición de flexibilizar sus maximalismos a fin de lograr el tan esperado pacto educativo.
Personalmente, siempre he propiciado lo mismo: respetar, sin resquicio ni debilidad alguna, la irrenunciable identidad del Estado en España. Éste no es simplemente aconfesional. Es algo más. Es un Estado laico. A partir de aquí, se impone, de modo necesario, un principio (consecuencia) de actuación en materia educativa, que, en mi opinión, no admite discusión alguna: “El catecismo, como viene insistiendo Luis María Anson, debe enseñarse en las parroquias, en los colegios religiosos y en casa”.
¡Casi nada! Ciertamente, es un absurdo que, en aquellos países regidos por una Constitución laica, como es el caso de España, “se enseñe el catecismo en las Escuelas públicas” (Ibidem). Es lógico que, en un Estado laico, la ley imponga un criterio de rechazo a este tipo de enseñanza en el ámbito público. No es, en modo alguno, entendible que el Estado, que se define como laico, venga obligado, en manifiesta y palpable contradicción con su propia identidad, a observar a diario comportamientos confesionales, de signo, naturaleza y contenidos diferentes, máxime dado el pluralismo imperante (espacio laico), incluso en materia de religión.
A partir de tan lógica y razonable posición, no debería extrañar a nadie que el Gobierno actual suscribiese tal exigencia constitucional. ¿Cuál sería, sin embargo, la reacción de los obispos en España ante una proposición de ese tenor, puesta en la mesa de negociación? Y, ¿la de la derecha política y mediática? Me temo que harían oír su voz tronante en contra y, además, lo harían, en muchos casos, con argumentos del pasado.
La contradicción podría hacer acto de presencia. Se critica la laicidad estatal, a veces se identifica indebidamente con laicismo, se considera, otras, como responsable de muchos males sociales, y, en definitiva, se identifica con la ‘bicha’ de la Modernidad. Pero, mira por donde, cuando les interesa adoctrinar, no les importa servirse del Estado, aunque sea laico, y le exigen que se comporte de modo confesional en el espacio público. No lo duden, también nuestros obispos pueden cabalgar, si es útil para sus intereses, en la contradicción. ¡Ya se sabe!
Los obispos debieran explicar a la sociedad por qué no aceptan que el catecismo (religión católica) no se enseñe en al ámbito público. Si el sistema se organiza en torno a la enseñanza pública y privada (mayoritariamente, en Colegios de inspiración claramente católica), ¿qué problema existe para que el catecismo (religión católica), aunque no sea evaluable como el resto de las asignaturas, se enseñe en el ámbito de la enseñanza privada? Todo dependerá, en el fondo, del interés y atractivo (eficacia) que los obispos logren imprimir a tal enseñanza de la religión. Igual que en cualquier otra actuación evangelizadora.
En este orden de cosas, y como actividad prioritaria que les incumbe en orden a cumplir el mandado evangelizador, habría que recordar ahora que hace un mes tuvo lugar en el Vaticano la presentación del Directorio de Catequesis, elaborado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Ahí, Señores obispos, tienen un campo amplio en el que descargar sus inquietudes (sus responsabilidades) en favor de la nueva evangelización y, al mismo tiempo, un instrumento al servicio de los padres que deseen que sus hijos reciban una educación para la vida, de inspiración religiosa cristiana.
Una tarea específica, que les es propia, y que no deben minusvalorar. En su desarrollo, pueden contar con la inestimable ayuda del laicado. Pongan ya manos al tajo. No lloriqueen. A cada uno lo suyo.
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