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Comentario al Evangelio del VI Domingo del Tiempo Ordinario
En su comentario al Evangelio del VI Domingo del Tiempo Ordinario, Mons. Oscar Ojea inició su reflexión diciendo que “las bienaventuranzas son la Carta Magna del Evangelio. Jesús desde la montaña, como Moisés, proclama la nueva ley”. Para el obispo argentino, “la montaña es el lugar del encuentro con Dios, la montaña es el lugar donde él nos regala esta Carta Magna. Dios quiere nuestra felicidad. Por eso, la carta empieza cada una de las bienaventuranzas: felices, felices ustedes, bienaventurados. Es el deseo del Señor, la felicidad de su pueblo”.
Según Ojea, “así como un padre es feliz, inmensamente feliz la primera vez que ve sonreír a un hijo y siente algo inenarrable cuando el hijo le sonríe, Dios también, Dios quiere que seamos felices, que disfrutemos de la vida”. En su comentario, señaló que “luego aparece la promesa, el Reino de los Cielos, la herencia del Reino de los Cielos. Hijos de Dios, serán llamados Hijos de Dios, poseer la tierra. Todo lo que concluye la condición de la bienaventuranza es promesa y en la promesa está nuestra felicidad”.
Sin embargo, añadió el obispo, “hay que pasar por esta condición, por este condicionamiento: la pobreza, el llanto, la persecución de aquellas cosas que en la vida son realmente duras, la construcción de la paz. Estas son condiciones para la felicidad para la bienaventuranza”. Desde ahí subrayó que “Jesús propone un estilo de vida, un modo de vida, un camino”. Para Ojea, “en la primera se resumen todas: ‘Bienaventurados los pobres de Espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos’”.
“En realidad, en el mundo en que vivimos tenemos el ideal del rico, el ideal del que acumula. Este vivir para consumir: ‘Tengo y deseo más’. Cuanto más tengo, más deseo”, resaltó el obispo, que se refirió a “esta voracidad por entrar en una suerte de ansiedad continua por el consumo”. Eso porque “las personas que tienen muchísimo dinero en el mundo en que vivimos, que son muy pocas, son considerados héroes”.
Desde ahí, llamó a fijarse “cómo pueden mirar nuestros jóvenes a estos héroes”. Frente a ello, hizo ver que “para Jesús el hombre feliz, el héroe, es aquel que a través de este saber que sus bienes no son propios, sino son de Dios, vive colgado de Dios, vive tomado de la Providencia de Dios, vive en sus manos, confía en Él”. Eso porque “la pobreza de Espíritu tiene que ver con la humildad: Yo no soy el dueño, yo no soy el artífice de todo esto, sino que yo estoy atravesado por la gratitud que me hace recibir lo que tengo como un don y si lo que tengo es un don, voy a tener mucha más facilidad de compartirlo”.
Según Ojea, “allí está la felicidad para Jesús: Vivir la vida como don y como don y regalo poder compartirla, no en el acumular, no en el cuanto más tengo más deseo”. Finalmente, pidió “que el Señor nos conceda poder descubrir, en la oración y luego en la vida, este estilo de nos lleva sin dudas a la verdadera felicidad que nos trae Jesús”.
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