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Solemnidad de la Inmaculada Concepción
En la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el obispo de San Isidro, Mons. Oscar Ojea, inició su reflexión recordando las palabras de la última encíclica del Papa Francisco: “El mundo está perdiendo el corazón; bastaría mirar y oír a las ancianas de las distintas partes en pugna en la guerra cautivas de estos conflictos devastadores es desgarrador verlas llorando a sus nietos asesinados o escucharlas desear la propia muerte porque se han quedado sin la donde han vivido siempre, ellas que muchas veces han sido modelos de fortaleza y resistencia a lo largo de vidas difíciles y sacrificadas ahora que llegan a la última etapa de su existencia no se les ofrece una merecida paz, sino angustia, miedo e indignación. El recurso de decir que la culpa es de los otros no resuelve este drama vergonzoso, ver llorar a abuelas sin que se nos vuelva intolerable es signo de un mundo sin corazón”.
Según Ojea, “en medio de este mundo sin corazón, de este mundo, una violencia y una crueldad inusitada, en medio de este mundo aparece la Virgen, la Virgen sin pecado, concebida sin mancha de pecado, ella es la única inocente. Inocente quiere decir no dañado, ella no está dañada”. El obispo argentino recalcó que “el Señor la ha preservado del pecado para poder preparar una morada digna para él. Pero el Señor nos la entrega, la hace Madre nuestra. Por eso, nosotros podemos recurrir a la inocencia cuando estamos invadidos por una violencia sin límite, por la globalización de la indiferencia y por una gran dureza de corazón fruto del individualismo feroz en el que estamos viviendo”.
Desde ahí habló de “volver a ella, volver a su inocencia”, recordando que “nuestro pueblo venera la imagen de la Virgen Inmaculada y así las peregrinaciones a Itatí, a la Virgen del Valle, a Nuestra Señora de Aparecida en Brasil, a la Virgen de Caacupé, a la Virgen del Milagro en Salta y a nuestra querida Virgen de Luján”. Para el obispo de San Isidro, “son todas imágenes de la Inmaculada Concepción”, afirmando que “nuestro pueblo peregrina incesantemente hacia esas imágenes queriendo tocar la inocencia. Llegándonos a la inocencia, porque somos conscientes del mal en el que estamos viviendo”.
“Pidámosle como dice el Evangelio de hoy, la alegría”, recordó el obispo, llamando a “la alegría que es propia del Evangelio, esa alegría que no es ruido, pero es la alegría que transmite el gozo de tener en el corazón al mismo Dios. La alegría, luego la confianza ilimitada, todo es posible para Dios, la fe y el abandono total en la voluntad de Dios”.
Junto con ello, “no tener miedo, confiar en ella. Ella puede transformarnos, ella puede reconducirnos, ella puede hacer que todo lo que vivimos en unión con ella lo podamos trasladar a los demás y, de esta manera, a través de la alegría del Evangelio, transformar el mundo”. Y desde ahí pidió “que la inocencia de la Inmaculada Concepción nos contagie a todos y nos entusiasme a evangelizar”.
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