Adviento...
Levantemos la cabeza
¿Hay alguien que no haya experimentado el dolor profundo que produce un fracaso?
¿Hay alguien que no haya experimentado el dolor profundo que produce un fracaso?
Todos, con mayor o menor compromiso hemos planificado algo, hemos intentado llevar adelante un nuevo proyecto, una nueva experiencia, una organización diferente, en aspectos sencillos o no tanto de nuestra vida y que quizás afectaban la vida de otros.
Hemos realizado planes, proyectos con amor y cuidado, hemos intentado prever los posibles problemas que podrían surgir, hemos gastado tiempo, hemos rezado pidiendo la luz necesaria para aquello que se nos presenta como un bien, aunque sea a largo plazo. En una palabra, nos hemos cansado y a la vez nos hemos comprometido con aquello que veíamos casi nacer y ya por ello lo amábamos.
Y el proyecto fracasó.
Seguramente nos ha sido difícil reconocer hasta qué punto hemos sido capaces de forzar situaciones o de negar el presente, hemos desoído quizás la voz de otros y experimentando el fracaso; nos llega el deseo de borrar lo hecho, de volver atrás, de olvidar todo cuanto se ha intentado, y nos ha costado ver en este fracaso el amor de Dios.
Según el libro del Génesis en el capítulo 6 eso es lo que le pasó a Dios después de haber creado al hombre cuando vio cuanto mal ese hombre creado a su imagen era capaz de generar por negarse a seguir su querer. Dios se arrepintió de haber hecho al hombre, y deseó que la presencia del hombre fuese borrada de la faz de la tierra.
Pero el mismo libro del Génesis nos recuerda que Dios descubrió un hombre bueno: Noé, un hombre justo y honrado, y por él salvó al género humano.
¿Y a nosotros después del fracaso qué nos queda? Seguramente tan solo permanece el deseo de ser como Noé: una persona justa, que no se hunde en el agua del diluvio y que por encima de todo ama a Dios y se sabe amada por Él.
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