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Tiempos de crisis o de oportunidad
Algunos piensan que vivimos tiempos tristes en la Iglesia porque ya ésta no tiene el poder y la relevancia de antaño o de épocas pretéritas; yo soy más de los que opinan que vivimos unos tiempos muy interesantes, que es un privilegio vivir momentos de cambio, que podríamos llegar a conocer un giro en la Iglesia que sería recordado por los siglos. Vivimos tiempos de oportunidad.
Si el Concilio Vaticano II fue un hecho trascendental quizá estemos en puertas de otro momento más crucial todavía.
El Concilio Vaticano II puso las bases para que la Iglesia empezase a ser una cuestión de todos. Así, tímidamente, las voces disidentes se fueron soltando y las opiniones discrepantes se fueron presentando al amparo de la libertad de los hijos de Dios, que son libres hasta para negarle.
Poco a poco los que han ido pensando “diferente” se han ido encontrando e incluso organizando. De esa manera fueron surgiendo las comunidades, los foros, los encuentros en la periferia de la Iglesia institucional o fuera de ella incluso.
En esas ágoras de la discrepancia, de la forma alternativa de leer el Evangelio, de entender lo que es ser Iglesia, de sacar a Dios fuera de los templos, de no comulgar con ruedas de molino, de pensar que otra forma de ver y vivir la vida y la fe es posible; en estos foros fue naciendo una Iglesia en paralelo. Una Iglesia en la que están los que no son llamados ni convocados, en la que tienen voz los sin voz, los acallados, los vetados, los sancionados, los amonestados, los silenciados, los expulsados, …
Espacios en los que no preside un obispo, ni se exige una liturgia milimetrada.
Ámbitos en los que a Dios se le trata de tú a tú, tanto en el misterio como en el hermano.
Momentos donde los símbolos se resignifican y la Cruz no solo es Pasión y Muerte, sino sobre todo Resurrección y Vida; donde el pan es pan cotidiano sin perder un ápice de seguir siendo Hostia Consagrada; donde los Santos comparten la peana con tantos buenos, anónimos y sencillos testimonios de vida y de fe.
Así entiendo yo toda esta Iglesia que parece vivir en paralelo, así veo yo a las iniciativas que organizan un Sínodo alternativo; un Foro Religioso Popular, un Krisare; una agrupación de mujeres sacerdote, diaconisas, o de vocaciones no reconocidas; la asociación de curas casados; agrupaciones de teólogas y teología femenina, un CRISMHOM; una revuelta de mujeres; o una web de información religiosa digital y pecadora.
Y todo ello, pese a quien pese, es Iglesia, porque en la verdadera Iglesia cabemos todos, todos, todos.
Si, ser testigo (incómodo a veces) de esta realidad que se manifiesta tanto a nivel de iglesias locales como de Iglesia Universal, es todo un privilegio. Creo en el futuro de la Iglesia y he aprendido a mirar con esperanza tanto las conclusiones que me agradan como las que no. Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos, y estoy convencido de que el Espíritu Santo sigue soplando, por eso lo que no haya salido a la luz hoy, saldrá mañana.
Seguimos caminando como pueblo eternamente peregrino que somos.
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